El Arte Chileno como objeto de intervención des-calificadora.
Justo Pastor Mellado.
Julio 2003

Una buena manera de aniquilar la historia de la presencia del objeto en el arte chileno contemporáneo consiste en organizar la exposición de Telefónica. Justamente, porque se organiza una exposición sin producir las condiciones de comprensión sobre el momento en que dicha presencia comenzó ser efectiva. Entonces, todo se reduce a explicar la irrupción del objeto, como un capítulo de la gran epopeya de la incorporación del objeto a la producción artística, repitiendo en dos párrafos la “historia de la humanidad”, recurriendo a Duchamp y a Bueys, sin hacer distinción alguna de lo que significa cada una de las filiaciones formales atribuidas a cada uno de estos nombres. Este es el grave problema cuando se arman curatorías que no contemplan la genealogía de la valorización del objeto en una escena plástica.

El partido curatorial de Waldemar Sommer no podía sino ser totalmente conservador, al reproducir una vez más un punto de vista metodológico que prosigue con la valorización de la analogía dependiente. Ya a estas alturas, la objetualidad chilena es lo suficientemente madura como para tener que dejar de recurrir de una vez por todas a las citas rituales de un manual básico de historia del arte.

Ahora bien: se supone que la irrupción del objeto “desacraliza” la obra de arte. A lo menos es lo que los comentarios de prensa recuperan como positividad de esta muestra. Pero eso es como repetir el abc de una mala clase de historia del arte. Cualquier persona medianamente informada se entera de que el modo de organizar la exposición sacraliza la academización del objeto en esta escena. Al editar esas piezas en el marco de esta sala, lo que hace el curador es neutralizar la tasa de irruptividad que podría existir en algunas de las otras allí expuestas. La confusión llega a su extremo con la comparecencia de las “cajas” de Balmes y las “ventanas” de Gracia Barrios junto a la pieza de Victor Hugo Bravo, por destacar solo un caso. Las piezas de los primeros abren la discusión hacia la mobiliaridad de la pintura y la habitabilidad de su puesta en escena en la “institución” del cuadro, mientras el segundo apenas realiza un leve desplazamiento cosmético que oculta difícilmente el guiño académico con la cultura popular. Pero eso, en esta coyuntura, resulta evidente.

Para qué vamos a seguir con las fatalidades relacionales de Montes de Oca, de Vío o de Pamela Cavieres, puestas en perspectiva junto a la historicidad de las obras de Brugnoli y Virginia Errázuriz. Esto no significa que las obras de estos artistas sean “fatales”, sino que su puesta en relación las convierte en “fatales”. Como he dicho en otras ocasiones, se puede hacer muy malas exposiciones con obras buenas. Creo que este puede ser el caso.

Lo que sorprende es el riesgo innecesario que corre Waldemar Sommer al curar esta exposición, ya que se instala en la posición de una ingenua indolencia, al trabajar haciendo caso omiso del peso que han tenido y que siguen teniendo las programaciones de otros espacios santiaguinos, que sin haber tenido la necesidad de declararse como lugares de exhibición propia de la objetualidad, convierten el gesto expositivo de Telefónica en un ensayo escolar. Desde el punto de vista de la rentabilidad de las acciones culturales, es como pensar en la puesta en circulación de un producto, sin antes haber realizado un estudio previo de la configuración del mercado.

En concreto: los programas estructurados por Galería Gabriela Mistral, Animal, Muro Sur, el MAC, Balmaceda 1215, Metropolitana, todos ellos, sin excepción, exponen a diario el estatuto del objeto en el arte chileno, llegando incluso a reproblematizar su historia. De ahí que esta exposición resulte, aminoradamente, redundante. Y lo más grave, historiográficamente, incompetente. Es decir, extremadamente “competente” a la hora de aniquilar la fuerza expansiva de las obras allí expuestas. Esta es una duda que se instala respecto de la propia programación de Telefónica, en el sentido de que todo lo que allí se expone, se desactiva. Que es lo mismo que sostener que Telefónica, en tanto sala de exhibición, lo que estrictamente pone en escena, es la propia desactivación del arte. No deja de ser curioso que una estrategia multinacional de intervención económica, se valide en proporción directa con la des-inversión del potencial crítico de las obras cuya exhibición compromete.

¿De qué estabamos hablando? ¡Ah! del objeto, en el arte chileno. Más bien, se trata del arte chileno, como objeto de intervención des-calificadora.


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