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Acto
Cultural. En plena dictadura, Fernando Sáez me invitó una vez a ver una obra de teatro de Cabrujas. Se titulaba “Acto cultural” y la montaron en una sala que quedaba en Los Leones. No recuerdo la fecha ni quien fuera su director; pero si recuerdo que trabajaba José Soza, de manera magistral. En esa misma obra de teatro pensé el miércoles pasado, 3 de septiembre, cuando escuché los discursos de despedida de José Balmes, como docente de la Pontificia Universidad Católica. O sea, cuando escuché el discurso del decano Donoso, de la Facultad de Artes de dicha universidad, y después, el discurso del Ministro Bitar. Era una retoma de “Acto cultural” de Cabrujas. Pero sin José Soza. Ese fue el problema. En efecto, Balmes ya llevaba 52 años de profesor. ¡Ya no quería más! La Católica le hizo un homenaje y el rector Rosso le entregó una medalla de honor. Fue el único momento de rigor de la ceremonia. Rector y artista se saludaron e intercambiaron algunas palabras, en improvisada complicidad. Pero el decano Donoso, en un discurso poblado de lugares comunes, en el que denotaba su distancia legal respecto de Balmes, saludó al artista comparándolo con un filósofo que en el momento de recibir un homenaje, se había preguntado qué había hecho mal, para haber accedido a semejante reconocimiento. Era un chiste alemán. Y los chistes alemanes son diagramáticos. Los filósofos no son hombres (tan) públicos como los artistas, que viven en la construcción pública de su visibilidad. ¡Pero no quiso decir eso! ¡Sino todo lo contrario! Era un chiste destinado a congelar la atención sobre lo que no estaría dispuesto a sostener públicamente. De partida, ninguna mención rigurosa al aporte efectivo de la enseñanza de Balmes, en la Católica. En verdad, en el momento en que Balmes fue declarado profesor emérito de la Pontificia, el decano Donoso no era, todavía, decano. La propia Facultad de Artes no existía. Tampoco el decano Donoso había sido testigo de las condiciones de arribo de Balmes a su cuerpo docente. Al parecer, todo indica que tampoco ha querido manifestar un testimonio de mayor envergadura sobre los diecisiete años que Balmes pasó en dicha universidad, en la ceremonia de despedida. Más aún, si dicha ceremonia fue el resultado de la insistencia de un director de escuela –Pedro Celedón- que consideró que Balmes “no se podía ir así no más” y programó una exposición de despedida, con el objeto de producir la escena académica y política de cierre, más adecuada. Sin embargo el decano Donoso no estuvo a la altura de la formalidad de la despedida y terminó desautorizando, escenográficamente, a su propio director de escuela. Pero a estas alturas, ¿a quien le puede importar ya? La expresión de algun interés lo podría poner en entredicho con los sectores que ya habían dejado de reconocer la vigencia docente de Balmes y que están en el origen de la pérdida de credibilidad que ésta ha experimentado de manera estrepitosa en el último tiempo. Ninguno de ellos estuvo presente en la ceremonia. Ni siquiera Cienfuegos, que siempre se vanagloriaba –junto a Galaz- de “haber puesto las bolas” por Balmes, en el momento de su ingreso a la Católica. Lo de Cienfuegos recoje un argumento que su sector reproduce con bastante regularidad, y que consiste en proclamar públicamente unas amistades que, en términos estrictos, no son tales, sino que operan como acercamientos y cercamientos de las acciones de quienes se declaran amigos. En ese sector, la amistad configura, más bien, un dispositivo de vigilancia. El ingreso a la Católica, de Balmes, en 1986, podría explicarse, estructuralmente, como un intento de parte de la “pintura oligarca” por tenerlo cerca, demasiado cerca, y así, cumplir con labores de vigilancia académico-política, al mismo tiempo que blanqueaban su imagen. ¡Toda una inversión! Sin omitir el hecho de que Jaime Cruz, director de la escuela, en ese entonces, recibió amenazas de muerte. Por cierto, hablar de la Católica obliga a entender que con ello se designa un espacio complejo donde operan diversas sensibilidades culturales, que toman decisiones que parecen contradictorias, pero que expresan una lógica determinada, que es preciso reconstruir en cada nivel específico. El hecho es que los gestos de ausencia, en la semiótica del ceremonial académico, son altamente significativos. Las universidades destinan grandes esfuerzos en hablarse, a si mismas, mediante ceremoniales semejantes, llegando a constituir una lengua cifrada que se debe aprender a leer. Una universidad, siempre, posee una lógica de funcionamiento interno que condensa las lógicas de la construcción social. Por eso, la ausencia de más del ochenta por ciento del cuerpo de profesores de la escuela de la Católica, a la ceremonia de despèdida de Balmes, se convierte en una expresión de voluntad política de congelar su aporte, por un lado, y por otro, de señalar al decano una advertencia simbólica respecto de la autonomía del propio director Celedón en el desarrollo de semejantes iniciativas. ¿Qué interés tiene todo esto para el arte chileno? El más alto. En la medida que se sabe que son las escuelas quienes definen las garantizaciones de sus egresados, y que, in extremis, la despedida de Balmes, en la Católica, quisiera poner fin a la humillación institucional que significó haberlo traído, en 1986. Humillación institucional de doble registro, porque significó demostrar a su rival académica –la Chile- que bien podía hacerse cargo de su mayor exonerado histórico, en provecho de una política de prestigio que hacía leña del arbol caído. Pero al menos, la Católica puso la cara para permitir que Balmes tuviera una plataforma, entre otras, de reinserción en Chile. Lo curioso y paradojal de la situación, lo constituye el hecho de Es la Católica la que declara a Balmes, primero que la Chile, profesor emérito. En términos concretos, la propia Chile, en el marco de la Transición, no deseaba que Balmes fuese reintegrado y le fueran restituidos sus derechos. Ni el decano Merino, ni el vicedecano Brugnoli, ni el profesor Díaz, hicieron gesto alguno para resolver una situación cuya mención era una papa caliente entre las manos. De este modo, la Chile no tuvo los escrúpulos que la Católica. Si bien la Católica tampoco tuvo la aptitud para reconocer que el aporte de Balmes, estuvo en el origen de un programa de cooperación internacional con la Sorbona, respecto del que su propia escuela de arte no pudo ponerse a la altura de las exigencias de una enseñanza contemporánea. La inexistencia de obras consistentes entre su cuerpo docente así lo impidió. El discurso del decano Donoso terminó avalando, en este sentido, la inconsistencia de obra de quienes lo sostienen. En este caso, el decano muestra su eficacia en la medida que mantiene y administra condiciones académicas definidas como de mediocridad sustentable. En este marco, el discurso del Ministro Bitar debía trabajar de
contrapunto jocoso, al tiempo que reproducía la ideología
analítica de las historiografías oficiales de circulación
en la plaza. Primero, la secuencia de determinaciones ligadas a la guerra
civil española, que emplean quienes no desean referirse a las guerras
en el frente interno ni a sus efectos en el campo del arte. Ya conocemos
la secuencia: que pudo haber sido pintor catalán, pintor francés,
pintor mexicano, para finalmente, por descarte, convertirse en pintor
chileno. Eso resulta anecdótico. Fue sacado a la rápida
del libro “Balmes: un viaje a la pintura”. Tampoco hubo mención
al trabajo docente de Balmes en la Chile, por último. Ni tampoco,
mención a las dificultades de inserción de un exilado histórico.
Mal que mal, Balmes era decano de la Facultad de Bellas Artes en 1973.
En todo caso, no hubo ninguna palabra “de Estado” para señalar,
al menos, algunas de las condiciones que lo constituyeron como pintor
chileno y lo fijaron, en la historia, a partir de la dimensión
formal de su obra. Resultaba más simple volver a repetir el atributo
del pintor catalán que regresa en el 85, para tener que pasar bajo
silencio las dificultades objetivas que éste tiene que enfrentar,
como exonerado, como exilado, como comunista, en una coyuntura en que
la ciencia nueva de la gobernabilidad debe poner en forma la des-comunización
de la cultura chilena contemporánea. |
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