Nota sobre diversos regímenes de Mercurialidad Textual.
Justo Pastor Mellado.
Septiembre 2003

Las escrituras mediales hegemónicas se han visto resentidas con la pragmática de la conmemoración. A treinta años del golpe militar, los derrotados históricos parecen poner en duda la lógica de su necesidad. Habiendo sido objeto de una política de aniquilamiento sistemático, al fin y al cabo, mediante un regulado control del victimalismo y del manejo de los pactos de olvido, están aquí, para celebrar simplemente, estar vivos. En esa lógica, valga preguntarse, más allá de toda certeza sobre los triunfos construídos a costa del dolor ejemplarizante de una parte de la población, si el acontecimiento valió la pena. Por cierto, habrá que sostener la validez de las acciones y de las ejecuciones de actos constituyentes de una nueva ciudadanía, reconociendo que, dentro de todo, las fuerzas armadas lograron organizar la retirada. Lo más difícil, en una campaña, es organizar la retirada, sobre todo, cuando ha habido derrota política pactada. Las garantías tienen, todas, que ver con la vigencia de los pactos de nueva convivencia. Y resulta evidente que, en este marco, las escrituras mediales hegemónicas deben soportar hacerse cargo de los relatos de conmemoración, en una perspectiva banalizadora, con el propósito de rebajar el alcance simbólico suplementario que pudieran, eventualmente, adquirir. En esta estrategia, ha tenido que ensayar variados regímenes textuales, de modo que en un mismo relato, se haga la evidencia de una diversidad jerarquizada de lecturas. Es lo que denominaré “regímenes de mercurialidad diferenciada”. Y en esos regímenes, las estrategias de banalización pueden ir desde la parodia hasta la reproducción de la delación indicativa, pasando por el empleo de una batería de relativizaciones discursivamente eficaces.

Me he encontrado con un párrafo que denota el carácter operativo de uno de estos regímenes de mercurialidad. Se trata de una cita extraída de un artículo del cuerpo C (El Mercurio, domingo 24 de agosto) y que señala lo siguiente: “En el Centro de Extensión de la UC han planeado para principios de mes la muestra “Septiembre” de José Balmes, artista militante del partido comunista que ha aludido a lo político a lo largo de su historia”.

Lo primero es lo primero: ¿cómo es posible que el Centro de Extensión de la UC haya planeado esta muestra? Resultaría contra natura. El “han planeado” denota un carácter conspirativo que no sería propio de la potestad universitaria. Más aún, si se trata de un militante comunista. Es decir, en que lo comunista siempre ha determinado lo estético. No se entiende cómo, entonces, el Estado de Chile le ha otorgado a este señor el Premio Nacional de Arte. A menos que se haga el montaje del entendimiento por el cual, todo premio, bajo esta administración, estaría determinado por la variable política. Sin embargo, Rodolfo Opazo no es comunista, Sergio Castillo tampoco, y Roberto Matta, menos aún. Entonces, la hipótesis no tiene asidero. Pero en el Centro de Extensión, han planeado una muestra. El título delata la (mala) intención de Balmes. ¿No lo ven? Se titula “Septiembre” y es una manera de cómo la universidad, de modo inexplicable, alude a lo político a lo largo de su historia. Sobre todo, después de un reportaje en “El periodista” sobre el comportamiento de los dirigentes gremialistas en la Universidad Católica durante los primeros meses posteriores al golpe de estado. De este modo, el Centro de Extensión estaría limpiando la imagen de la represión interna. Pero tampoco da para sostener dicha hipótesis. La Universidad Católica vive su complejidad con la dignidad debida. Y en ese sentido, el propio José Balmes ha sido víctima de la sobre interpretación de un determinado régimen de mercurialidad, que se ha visto afectado por el síndrome de la conmemoración. En verdad, ¿cómo podría explicar, dicho régimen de interpretación, el hecho de que José Balmes, en 1985, haya sido acogido por la Universidad Católica, a su regreso del exilio? Valga recordar que en esa ocasión, no era un Centro de Extensión el que se haría responsable, sino la propia Rectoría del Dr. Juan de Dios Vial Correa. Estamos hablando de 1985. Y en esa ocasión, por promover esta iniciativa, el director de la Escuela de Arte de ese entonces, el profesor Jaime Cruz, junto con su familia, recibieron amenazas de muerte. Es el mismo momento en que algunas personalidades del mundo artístico increparon al propio señor rector por haber permitido el ingreso de un comunista a su cuerpo académico. De este modo, el régimen de mercurialidad que se ha empleado en el día de hoy, reproduce el régimen de 1985, que a su vez, recupera el tono de la mercurialidad más odiosa, respecto de Balmes, y que fuera sostenida por Antonio R. Romera, a comienzos de 1974, cuando escribe su recuento del año plástico de 1973.

¿Qué hace Romera en esa ocasión? Culpar a José Balmes de la destrucción de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile. En ese contexto, la Universidad de Chile definía el campo del arte, en Chile. Por lo cual, Balmes era responsable, por extensión, de la destrucción del arte chileno. Una frase de este tipo, en el contexto de 1973, puede ser percibida como una incitación al asesinato. Solo que Romera tuvo el cuidado de publicar su artículo, cuando supo que Balmes ya estaba fuera del país. Es decir, pudo, a su antojo, asumir el alcance de su juicio.

Lo curioso es que este juicio fue retomado por Carlos Pedraza, entrada la década de los 90´s, en una entrevista realizada por Carolina Abell, en el curso de la cual sostiene que el responsable de la destrucción del sistema de las bellas artes en Chile, es José Balmes. Lo que Carolina Abell no dijo en esa ocasión, fue que Balmes había sido el profesor ante quien Pedraza firmó su renuncia como decano, en el inicio de la reforma universitaria, en la cercanía de 1968. Y lo extraordinariamente paradojal, era que, en plena Transición Democrática, quienes definían el Premio Nacional de Arte, eran unos señores que representaban el academismo anterior a la propia reforma universitaria, cuyo rencor tomaba expresión terminal, recién en la década de los 90´s. Es decir, que habían tenido que esperar treinta años para ejecutoriar la “reparación” de lo que leerían como el efecto de una “conspiración comunista” (reforma universitaria).

El hecho indesmentible fue que José Balmes regresó de su exilio en 1984 y que en 1985, en un acuerdo con la Universidad de Paris I, de la era profesor titular, la Universidad Católica lo acogió en su cuerpo académico. Lo que la sobreinterpretabilidad del régimen de mercurialidad al que hago referencia debe saber, es que el Centro de Extensión ha atendido una petición de la Escuela de Arte, que mediante esta exposición, le rinde homenaje a José Balmes, a sus cincuenta y dos años de docencia. O sea, que es la muestra de despedida de José Balmes de la docencia y de la universidad.

La pregunta que se plantea de inmediato es la siguiente: ¿cómo se compatibiliza el comunismo de Balmes con la docencia? Por cierto, el régimen de la mención al comunismo tiene que ver con una doble descalificación: como artista y como profesor. Es decir, que se le ha sobredimensionado el rol de artista, justamente, por comunista. Lo cual se extiende a su enseñanza. Estaríamos claros, entonces. Pero el comunismo de Balmes, empleado como argumento de descalificación, termina por comprometer la naturaleza de la acogida universitaria, impidiendo la lectura sobre la dimensión del gesto institucional. Y más aún, omite el hecho de que fuese la Universidad Católica –que no era su universidad de origen- la que lo acogiera a su regreso. En verdad, ello resulta explicable: la Universidad de Chile no estaba, en 1985, en condiciones de asegurar el retorno de Balmes a la vida universitaria. Pero, valga preguntarse: ¿qué hizo la Universidad de Chile al respecto, en 1990? ¿Y porqué, Balmes, se despide de la docencia, en la Universidad Católica, habiendo sido decano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Chile? Las respuesta a estas preguntas debieran ser objeto de otras lecturas, por parte de otros regímenes mercuriales, que tomen en cuenta, por ejemplo, la generosidad de don Juan de Dios Vial Correa. Generosidad para abrir el juego académico y práctica de un ecumenismo responsable, frente al riesgo político que corría. Esto forma parte de la complejidad de la Universidad Católica. Aun a costa de saber que quienes se portaron garantes de Balmes, por la propia Escuela de Arte, ante la Secretaría General de la universidad, lo hacían –también- para garantizar políticamente su propia imagen en el seno de la oposición democrática. Es así como se han forjado posiciones de cortesanía.

Pero el comunismo de Balmes sigue siendo el fantasma que amenaza las historicidades de los regímenes de mercurialidad diversificada. Existen, de manera superpuesta, convenientemente estratificados, otros regímenes, que comparten una misma temporalidad, para reivindicar el aporte de Balmes en la construcción de la contemporaneidad de la escena plástica. Y digo, contemporaneidad, para cancelar las peticiones de modernidad delegada. Uno de los caracteres de la formación artística chilena ha sido, justamente, el de haber construido una contemporaneidad sin haber experimentado el acceso preliminar a la tardomodernidad. Y eso tuvo lugar, en virtud, sin lugar a dudas ¡de su comunismo! Es decir, del efecto del comunismo chileno como articulador de la contemporaneidad de la cultura chilena. De ahí, pues, la premura por omitir toda presencia de artistas e intelectuales comunistas, en la reorganización del campo cultural, en el escenario político que se inauguraba con la Transición. Lo cierto es que hay regímenes de lectura que no están dispuestos a reconocer que hubo un momento, en la historia del campo cultural chileno, que comunismo y contemporaneidad fueron una misma cosa.

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