Lieja y los fenicios (1) .
Justo Pastor Mellado.
marzo 2004

Habría otra manera de hablar de Lieja y de los efectos de la bienal. Para ello sería necesario recurrir a los fenicios. Habré buscado entre la bruma la silueta inexacta de mi deseo reconstruido a fuerza de citas. En las frías noches de diciembre de 1944, los soldados norteamericanos no cedieron ni un palmo de terreno en Bastogne. El desenlace de esa batalla preocupaba a los miembros de la resistencia comunista que se había organizado en el campo de Buchenwald. Originalmente, Weimar-Buchenwald había sido concebido como campo de reeducación, para convertirse entrada la guerra en un campo de exterminio mediante el trabajo. Durante esos días, Jorge Semprún hacía el turno nocturno en la oficina de estadísticas del campo. Que los norteamericanos no cedieran ni un palmo de terreno hacía que los sobrevivientes de Buchenwald pudieran ser, efectivamente, sobrevivientes.

Lo anterior ha quedado consignado en un relato de Semprún, publicado en el 2001: "Le mort qu´il faut". (El muerto que hace falta). Pero la traducción española ha sido realizada como "Viviré con su nombre, morirá con el mío". Yo hubiese preferido mantener la versión literal de "el muerto que hace falta". Ciertamente, en el relato, esto tenía que ver con la noción de "chapa". Esta noción atraviesa la dictadura chilena. No se ha pensado en el efecto de la "chapa" en la recomposición identitaria de la izquierda chilena. Los procesos de reducción lingüística vinculados al trasvestimiento identitario de la vida clandestina está en el origen inconsciente de no pocas ficciones literarias relativas a la sustitución de nombres. Curioso correlato de la práctica de sustitución de cuerpos, o bien, de los nombres de unos cuerpos, jamás recuperados. La chapa permanece en la memoria activa de la resistencia orgánicamente garantizada.

En el relato de Semprún el nombre del muerto debía servir para encubrir la existencia de un militante comunista que debía ser protegida. Después de la guerra, muchos comunistas de Buchenwald fueron diezmados por las purgas stalinistas, culpables -en definitiva- de haber sobrevivido. La historia de la fotografía nos proporciona elementos laterales que nos proporcionan interesantes observaciones sobre las viñetas de una exposición. Es así como descubro en la exposición de fotografía sobre las Brigadas Internacionales, realizada en Paris a mediados del 2003, los nombres de números fotógrafos húngaros, checos y polacos, que reportearon de manera magistral la guerra de España. No solo había contactos y anotaciones de Robert Capa en un cuaderno de trabajo. Era una exposición que reivindicaba las fotografías de su compañera, Gerda Taro, que siempre fueron dejadas a un lado. Pero había un denominador común en las viñetas. Los curadores de la exposición sobredimensionaron el rol de los pie de foto en la edición del montaje. Casi todos los fotógrafos que habían estado cubriendo la guerra de España perecieron en las purgas stalinistas, después de la segunda guerra, en sus países de origen.

La stalinización de la historia consiste en el montaje de una máquina de culpabilización consistente, que coincide con la acusación de abandono formal de la causa del partido y del pueblo. Los pie de foto de la exposición ponían delante los nombres que habían sido condenados por la historia policial, la misma que borraría de las fotografías oficiales a los jerarcas caídos en (la) desgracia de (la) representación. La relectura de la historia de las Brigadas Internacionales permitía que sus nombres ocuparan la primera línea de la memoria histórica. Al fin y al cabo, debían ser reivindicadas como un capítulo significativo de la historia militar del siglo XX. Curiosa manera de compensar una derrota política. Esa es la razón de por qué la exposición se organizó en el Hotel del Invalides, a pocos metros del patio de honor. Había que hacerlo ahí, como un mal menor, ya que la "historia de izquierda" de la guerra de España no le habría otorgado un lugar. Sin embargo, por todo lo que sabemos, des de entonces, y desde antes incluso, no ha podido haber una "historia de izquierda".. de nada. Imagínense ustedes la posibilidad frustrada de escribir una "historia de izquierda" de la Unidad Popular, que no sea un ejercicio de victimalización jurídicamente anticipada. Dejémoslo para más adelante.

En el presente de lectura, el autor del relato es Semprún, quien asumiera entre 1988 y 1991 el cargo de ministro de Cultura de España. Esta viene a ser, en relación a nuestra coyuntura de formación de una institucionalidad cultural, una comparación compleja, complicada. Semprún llega a ese cargo después de escribir, mucho tiempo después en verdad, "La autobiografía de Federico Sánchez". Como no hay posibilidad de escribir una "historia de izquierda", probablemente la autobiografía crítica, como género, pueda ser una plataforma de sustitución de la escritura partidaria. Fue lo que pensé, cuando leí por vez primera dicho relato, que fuera puesto en el "index" por los agentes de la Renovación Socialista en los 80´s. Dicha Renovación, no resiste a una "historia de izquierda" de sí misma. Había compañeros que se deprimían con la sola lectura de Fernando Claudín. Preferían la glosa del Gramsci de la cárcel, porque se acomodaba mejor a la impostura discursiva que estaban maquinando para definir el modo como debían pararse "ahí", ya sabemos donde. Por eso, Semprún era demasiado. De partida, porque sustituía un género por otro: el informe político y la autobiografía. Al respecto, en 1985, en un texto sobre la pintura de Samy Benmayor, abordé esta distinción. Su título: "Un amor de leche". Para que no se deje pasar así no más. Autobiografía contra informe político.

En los 80´s, Semprún había declarado en una entrevista al Nouvel Obs, a propósito de algunas lagunas en la biografía de Georges Marchais (secretario del PCF en ese entonces) durante la ocupación. Para Semprún, un comunista (como Marchais) no tiene biografía; esta le pertenece al partido. Lo que en términos chilenos quería decir que solo podía haber historia legitimada, en última instancia, por el comité central, como categoría de construcción de realidad. Quizás por eso sea imposible hacer una "historia de izquierda" de la última cuarentena; porque simplemente sería una historia policial que tendría que rimar las garantizaciones actuales de la reacomodación partidaria. El leninismo de origen ha sido sustituido por un recurso tomista por delegación: el partido politico es la voz de los que no tienen voz. La existencia misma del partido supone este desistimiento. Por eso, el partido político es enemigo del movimiento social. Debe serlo. Debe fragilizarlo a su medida. Debe aplicarle la teoría de la inseguridad social generalizada. Porque, en definitiva, la izquierda posee una "historia de derecha" de sí misma. Todo lo reduce a discusiones de "línea".

La lectura de "La autobiografía de Federico Sánchez", en los 80´s, confirmaba los supuestos que durante la Unidad Popular, ya había percibido en el conocimiento "irresponsable" que pude adquirir de los textos de la izquierda extra-parlamentaria italiana. Pero como señalaban los policías que vigilaban mi soberbia torpeza partidaria, yo padecía de lecturas "poco formadoras". Federico Sánchez era una "chapa". Un síntoma de lo que tenía que venir, como emplazamiento a la impostura del discurso de una izquierda que ha dejado de ser garantía (de lo sea). Pero en Buchenwald, un nombre por otro, marcaba la diferencia entre la sobrevivencia y la muerte. Pero aún a sabiendas de que la sobrevivencia no sería, tampoco, ninguna garantía de "corrección partidaria". Ese modelo persiste, aún hoy día, en los despojos orgánicos de nuestra propia clase política, que todavía no se repone del malestar que producen las palabras de Semprún.

En diciembre de 1944, los norteamericanos en bastogne no cedieron ni un palmo de terreno. En enero del 2004, Lieja y Bastogne, fueron nombres que operaron como aceleradores de memoria.
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