Arte Público y Autoritarismo de baja intensidad
Justo Pastor Mellado.
mayo 2004

He publicado dos textos en la última semana: uno, sobre la situación del arte público y, el otro, sobre el autoritarismo de baja intensidad puesto en práctica por el ministro de cultura. En ambas realidades la posición de las artes visuales queda resumida a prácticas de sustitución o de compensación sociales. Eso es lo que importa, en definitiva: el discurso implícito de los ministerios en relación al manejo de lo cultural. La palabra manejo la empleo de acuerdo al léxico de los expertos de la industria forestal. Ellos hablan de condiciones de manejo. Así se protege el bosque nativo, al parecer. El campo cultural le debe al campo forestal sus condiciones de designación. Y más que nada, el espacio de artes visuales, que en este terreno, experimenta una acometida extraordinaria de inversión musealizadora.

Aquí, a falta de mercado consistente para la escultura, y luego, en presencia de una fragilidad museal preocupante, iniciativas como la Comisión Antúnez solo pueden exhibir la eficacia de abrir un "poder comprador" de encargos. Eso es bueno para la escultura, que traspasa al espacio artístico sus modelos de comportamiento PYME. Incluso, en un comienzo, los escultores postularon la idea de restringir el acceso a los concursos del MOPTT solo a los miembros de su gremio. Obviamente, la iniciativa no prosperó. Tuvo el valor, al menos, de haber sido planteada.

En síntesis: lo que hemos dado en llamar arte público chileno solo ha sido el efecto de apertura de este "poder comprador" y no obedeció a ninguna programática artística. Apenas, en nuestra escena, se había iniciado la discusión sobre el tema.

En un momento, por "arte público" se dio a entender un arte de intervención, de infracción de las condiciones de reproducción urbana de la ciudadanía. Pero a poco andar, el arte público se academizó y se convirtió en el nuevo arte decorativo, en gran escala, en exteriores, disputándose un lugar con el mobiliario urbano, que a estas alturas, ha tenido mejor destino.

En el terreno museal, la situación no mejoró con el arribo de la Concertación al gobierno. Por ejemplo, la creación del MIM significó que el MAC y el MNBA no tuvieran partidas importantes para asegurar su desarrollo. El MIM, de hecho, es solo un gran espacio de enseñanza extra-curricular destinado a los niños. Muy bien: no tenía porqué llamarse Museo. En Chile, hasta Artequin se hace llamar "museo".

Inventar algo como el MIM, llamándole museo, implicó sacar el dinero de los museos que no se habilitaron. Es decir, para el Estado, la musealidad chilena era percibida en tal grado de fragilidad, que no tuvo empacho en convertirla en excusa para legitimar una obra que en otro item del presupuesto nacional no hubiera tenido destino. Esa habrá sido la astucia máxima de los promotores cercanos a palacio, para poder navegar en los canales de la redistribución presupuestaria.

Resulta evidente que no basta con ser un lugar de acopio o de clasificación simple de un fondo de imágenes. ¿Qué se necesita para programar un "lugar de memoria"? A tal punto, que cualquier colección medianamente mediocre se convierte en museo, por la sola capacidad de habilitación de unas instalaciones, como es el caso del Museo de Artes Visuales. O bien, cuando mediante no muy cuidadosas extorsiones legitimadas por los propios artistas, universidades privadas de regiones arman colecciones dudosas a las que llaman apresuradamente, museos. En fin: a una incómoda pero sugerente sala de exhibiciones como en Valdivia, le llamamos museo. En verdad, se asemeja más a la definición de un Centro de Arte. Pero la palabra museo ejerce una atracción simbólica mayor. Para desgracia de los pocos museos existentes.

Entonces, banalización del arte público y profundización de la fragilidad institucional de los museos, son dos aspectos de una misma FALLA CONSTITUTIVA del ente máximo de cultura: AUSENCIA VOLUNTARIOSA DE UN POLITICA DE DESARROLLO MUSEAL. ¡JUSTAMENTE! Dicha ausencia no es sino la sanción intra-estatal inflingida a la DIBAM por no haber integrado la nueva estructura. Si hubiese sido una sanción concertada no hubiese tenido mejor efecto. Basta con que haya ocurrido. La inversión destinada a retener la ruinificación edificatoria del MAC se devela, también, como un castigo de segundo grado, consistente en proporcionar financiamiento para reparaciones, sin asegurar la autonomía económica de una programación que actualmente depende solo de las disputas de prestigio de las cooperaciones culturales francesas y alemanas.

Lo cierto es que el grado de "des-instalación instalacional" de la nueva estructura, permite advertir el extraordinario celo con que se desnaturaliza la letra de la ley. En términos reales, nada de lo que ocurre en la pragmática de la instalación de la estructura es para sorprender. Basta con que los funcionarios aseguren el cumplimiento del "más acá" para levantar el discurso de la autocomplacencia. Lo que sorprende es que la claridad sobre esta situación se haya adelantado.

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