La fondarización problematica de el arte Chileno (1)
Justo Pastor Mellado.
julio 2004

No son pocas las expectativas artísticas frustradas luego del anuncio de los resultados del FONDART. Pero hay una, en particular, que merece una atención particular, puesto que revela el estado de una polémica formal entre el espacio fotográfico y el espacio de artes visuales. El proyecto presentado por Patrick Hamilton, quien ha sido nominado por una comisión especialmente constituída por DIRAC, para representar a Chile en la XXVI Bienal de Sao Paulo, no fue aprobado.

Aquí reside el primer error: que un artista oficialmente nominado por una repartición de Estado, tenga que postular al FONDART, otra partición. Es como jugar a cambiar plata de bolsillo. El propio Estado se desautoriza en su política cultural, puesto que al reducir drásticamente el presupuesto de DIRAC, obliga a los artistas a tener que buscar en otro frente de financiamiento, proveniente del mismo Estado, los medios para Representar al país en tierras extranjeras.

Ya que de pasar plata de un bolsillo a otro se trata, DIRAC se merece el dinero que está siendo invertido en los planes de dudosa eficacia que ha puesto en pie el Consejo Nacional de Cultura. Con ese dinero, DIRAC podría implementar con mayor eficacia aún, sus planes de difusión del arte chileno en el exterior. Obviamente, el anterior es un argumento inviable, ya que cada repartición posee sus propias lógicas de legitimación presupuestaria. De todos modos, si solo se ahorrara el costo de instalación de las ferias que se montan frente a La Moneda, la representación de Chile en la Bienal de Sao Paulo estaría más que asegurada.

El segundo error estuvo en la propia presentación de Patrick Hamilton. Se inscribió para calificar en Fotografía, porque pretendía dejar en claro su deslizamiento formal en lo que a obra se refiere. Pero no realizó un análisis riguroso de sus posibilidades, en función del carácter de la situación concreta, ya que no entendió que Fotografia estaría sometida a la evaluación de un contingente de especialistas que no compartía, siquiera, lo que él -y el medio de artes visuales- entiende por Fotografía.

El FONDART no es una plataforma para ejecutar ejercicios formales en los que se deba tener una noción efectiva de la noción de desplazamiento tecnológico. ¡Por favor! Cuando el FONDART convocó este año a evaluadores para Fotografía, apeló a fotógrafos-fotógrafos; los que, obviamente, desde sus criterios, no están habilitados para dar cabida a una propuesta de trabajo como la de Patrick Hamilton. Es muy probable que ni siquiera hayan sabido que éste era el artista enviado a la bienal. Más aún: de seguro, ni siquiera saben de la bienal. Simplemente, porque pertenecen a otro universo formal.

El tercer error fue desestimar la persistencia de una polémica que ya se planteó hace unos años, a propósito de la exposición Los límites de la fotografía , en el Museo de Bellas Artes. Justamente, esa fue una prueba contundente de cómo los espacios de los fotógrafos-fotógrafos y el espacio de los artistas-que-trabajan-sobre-soporte-fotográfico, son irreconciliables.

Respecto de lo anterior existe una razón muy simple: los primeros operan como gremio a la defensiva, preocupados por su falta de historización. En cambio, los segundos saben que tienen a su favor las precisas formas de garantización museal de la fotografía y, además, gozan de una sobrada sobre-historización. De ahí que los evaluadores de Fotografía sean, ellos mismos, fotógrafos-fotógrafos que pueden ejercer la venganza corporativa sobre un artista visual que ha resuelto agredir a la cofradía presentándose en el casillero del formulario que no debía.

Entendámonos una vez más: el FONDART es, antes que nada, un asunto de casillero. Lo primero que hay que saber es donde se pone la preferencia, de acuerdo a una distribución de las denominaciones que están al nivel del diccionario de la Real Academia y no de un diccionario de psicoanálisis. Los fotógrafos-fotógrafos no tenían por qué darse por enterados de los inetereses que los artistas visuales ponen en juego. No es su negocio. Pero este año, al menos los concursantes contaron con la ventaja de conocer previamente el nombre de los evaluadores. De acuerdo a esto, un gran contingente de personas sabía que no debía concursar. No había que hacer de manera ingenua, el gasto de presentarse. La publicación de los nombres de los evaluadores instaló el primer principio de exclusión. La diversidad de nombres no asegura, necesariamente, decisiones de justicia distributiva. Pueden, también, poner en escena complejos mecanismos de vigilancia, según la fuerza de intervención simbólica de los grupos de presión directa que existen en el espacio.

Hay que imaginar que en este terreno, el de los casilleros, el propio FONDART ha establecido una zona de reserva denominada Artes Integradas, que reúne condiciones de imprecisión, adecuadas a las políticas de presión de grupos decisionales relativamente identificados. O bien, dado el conocimiento que se tiene de la tolerancia nominativa de los casilleros en artes visuales, Hamilton debió tentar su estrategia de relleno de casilleros en una zona suficientemente protegida. Finalmente, había que facilitar, nada más, que la plata cambiara de bolsillo. Pero su decisión fue la de incluirse en el casillero Fotografía.

Hamilton fue des-fondarizado por objetivos enemigos formales del espacio plástico. En esta decisión no cabe reclamo alguno. Los evaluadores de Fotografía actuaron de acuerdo a lo que su "sentido común fotográfico" les dictaba. El FONDART no es más que la puesta en consenso de los sentidos comunes artísticos de los evaluadores y de los jurados. ¿A que puede apelar Hamilton?

Ahora bien: una de las tareas de la crítica, en el terreno de la fotografía, es la reconstrucción de las bases de dicho sentido común, cuya persistencia ha impedido que el espacio fotográfico se constituya como campo. Esta es, principalmente, una responsabilidad de los propios fotógrafos, cuyo "autismo referencial" favorece la imposibilidad de hacer historia.

No hay que olvidar, además, que el desarrollo de la fotografía patrimonial y de la fotografía etnográfica, en estos últimos años, les ha dificultado más aún la tarea; sobre todo, en el método de reconocimiento. Hace (la) Falta, obviamente, una "historia de la fotografía". O sea, hay fotógrafos; no hay historiografía de la fotografía.

Lo cierto es que la fisura entre las tradiciones del espacio fotográfico y el espacio de artes visuales es de suficiente envergadura como para preguntarse por el estado de sus exclusiones y convergencias. Porque convergencias, las hay, pero operan en espacios de gran fragilidad. Lo que queda claro con este incidente es que las exclusiones de parte de los fotógrafos-fotógrafos deben topar techo; ya que falta todavía resolver la falta de historización. Mientras ésta no cumpla con niveles mínimos de discursividad, seguirá desarrollando políticas de defensa corporativa.

En cuanto a la presencia de Patrick Hamilton en Sao Paulo, estoy cierto que su des-fondarización no pondrá en duda la pertinencia de un trabajo que ha dado pruebas de su "rentabilidad" inscriptiva. Sin embargo, queda en deuda respecto del rigor con que analiza el comportamiento de los agentes del sistema (nacional) de arte.

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