La Fundamentación Teológica de la Represión.
Justo Pastor Mellado.
Marzo 2005

En 1979, cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos visitó la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), en Buenos Aires, no encontró rastro alguno de los prisioneros. Gracias a l ayuda de la Iglesia, la Armada los había escondido en la isla "El Silencio", lugar habitual de recreo del cardenal arzobispo de Buenos Aires. No se conoce otro caso en el mundo de un campo de concentración en una propiedad eclesiástica. Este es el objeto de la investigación periodística que lleva a cabo Horacio Verbitsky en el libro que acaba de aparecer en las vitrinas de las librerías bonaerenses, bajo el sello de Editorial Sudamericana (Argentina).

Como señala el texto de la contratapa, "las relaciones secretas que este libro revela después de casi tres décadas de silencio incluyen la seducción que el almirante Massera ejercía sobre el papa Paulo VI; el doble juego del ahora cardenal primado Jorge Bergoglio; la colaboración del nuncio Pio Laghi y del secretario del vicariato castrense, Emilio Grasselli, con el programa de reeducación de prisioneros de la ESMA. Con la prosea apasionante de un thriller, Horacio Verbitsky describe la fascinación del mal sobre una institución cuya finalidad declarada es hacer el bien".

Horacio Verbitsky es columnista político de Página 12 (Buenos Aires), preside el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) e integra el Consejo Rector de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Este libro posee una particularidad: en un relato de 231 páginas hay 290 notas y citas al pie de página. No solo son elementos de prueba sino que configuran un dispositivo defensivo que traza las líneas de verosimilitud del texto. Si el cardenal Begoglio desea impugnar lo que sostiene el relato de Verbitsky, tendrá que realizar un enorme trabajo para desmontar la validez de los documentos, de las declaraciones de sobrevivientes de la ESMA ante la justicia, de las entrevistas, etc.

En términos estrictos, el libro de Verbitsky apunta directamente a la posición de una jerarquía eclesiástica que a través de sectas católicas integristas recurrieron a la justicia argentina para cerrar la exposición del artista León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta. En una primera instancia lograron una victoria y la exposición tuvo que ser clausurada. Pero la apelación de los abogados de Ferrari obtuvieron la revocación de la medida y la corte redactó un fallo que instaló una jurisprudencia al respecto. La operación de los católicos integristas, finalmente, trajo por efecto el delimitar judicialmente ciertas competencias entre arte, religión y política, que habían estado precariamente definidas.

Sin embargo, el "caso Ferrari" demostró que existe un argumento que la democratización del país no ha logrado desmantelar. A saber: el fundamento teológico de la represión . Las imágenes de Ferrari exasperaron a la jerarquía de la iglesia católica argentina. Las sectas integristas no fueron, en esta ocasión, más que su fuerza de choque. Habrá que pensar en las fuerzas que tendrá que emplear el cardenal Bergoglio para expresar su exasperación frente al texto de Verbitsky. Pero tendrá que enfrentarse, como lo he señalad, con documentos, con pruebas, con relatos. En el caso de las artes visuales, Bergoglio podía iniciar una operación de intoxicación, dada la naturaleza de su doble juego. Pero corrió el riesgo de pasar por "cara dura": a juicio de quienes pidieron el cierre de la exposición, Ferrari ofendía a la fe cristiana. Aquí está el punto: el doble standard del cardenal Bergoglio no ofende la fe cristiana porque está sostenido por un discurso que legitima teológicamente el castigo por sustracción de los sujetos definidos como enemigos. La iglesia argentina se hizo cómplice de la sustracción, del secuestro y de la negación de ciudadanía.

Pero hoy esgrime el siguiente argumento: no se puede utilizar el dinero de los contribuyentes católicos para permitir el desarrollo de actividades que ofendan su fe. Lo que calza de manera abyecta en esta defensa es que la jerarquía se haya movilizado para impedir la visibilidad de unas imágenes, de manera análoga a cómo participó en actividades que pusieron fin a la visibilidad ciudadana de unos cuerpos. En efecto, la jerarquía declara que la sola existencia social de esas corporalidades, constituían desde ya una ofensa para su fe. Se les hizo, por tanto, necesario colaborar en el montaje de los dispositivos de sustracción.

Ahora que no pueden colaborar en la sustracción de cuerpos, se empeñan en impedir la circulación de unas imágenes. Pero el fundamento sigue siendo el mismo. Lo que se lee, en este gesto residual de los católicos integristas y de la jerarquía argentina, es que quienes experimentaron la acometida y fueron sustraídos, merecían haber corrido dicho destino. Probablemente, si aprendemos a diseñar escolásticamente unos argumentos, podríamos abrigar la idea de acusar judicialmente a la jerarquía argentina de incitación teológica al asesinato. Es muy probable que no se logre armar la figura penal de esta tentativa, sin embargo ello no descarta la idea de fundamentar un juicio social por la responsabilidad política que le cabe al cardenal Bergoglio por efecto de su doble juego.

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