El Regreso a Casa del Pobre Seducido por los Falsos Profetas.
Justo Pastor Mellado.
Marzo 2005

En el terreno de la fundamentación teológica de la represión se hace necesario mencionar que en Chile, esta fue una preocupación que atravesó algunos ámbitos universitarios en la coyuntura del derrocamiento del gobierno de Salvador Allende. Se dirá que respecto de la composición interna de fuerzas del catolicismo chileno, estos sectores representaban una minoría. Sin embargo, los argumentos explícitos de estas minorías juegan el rol de señalar el exceso que amenaza, de modo que otros puedan desarrollar una política de recomposición por el justo medio. Había, en 1973, que conjurar el discurso de los "cristianos para el socialismo". La mejor manera de situarlos en un extremo era declararlos, de modo polar, análogos a los integristas que seguían las enseñanzas del Padre Lira. Así anulaban a unos y a otros. De este modo, el tomismo del Padre Lira fue combatido del mismo modo que el desarrollismo de los padres jesuitas, en provecho de los curas diocesanos directamente vinculados a la política del cardenal Silva Henríquez.

La iglesia chilena nunca sufrió tanto como en los últimos años del gobierno de Frei Montalva y durante la Unidad Popular. Y nunca experimentó una recuperación más sorprendente que durante la dictadura. Más aún, teniendo en contra que la composición del campo religioso experimentó radicales modificaciones, a raíz del desarrollo de las iglesias evangélicas.

Pero agrupaciones católicas de laicos directamente comprometidos con proyectos económicos ultraliberales, permitieron la edición de una interpretación nueva de la frase relativa a las dificultades del ingreso de los ricos al reino de los cielos. En eso, hay que convenir, los ricos han ganado en el discurso teológico chileno, demasiado proclive a la presión ejercida, no ya desde la teología de la liberación, sino tan solo del desarrollismo del tipo ILADES. Por ocuparse de los pobres en exceso, la iglesia abandonó a los ricos. Y los ricos tuvieron que hacerse de los curas y de las estructuras para-eclesiales de su conveniencia.

En los años 1976-1977 fue publicada en Italia una obra sobre la iglesia chilena después del golpe de estado. No recuerdo su título. Pero fue escrita por Vanderschueren y Rojas. Nunca circuló mucho entre la izquierda chilena exilada en Europa. No era una obra que colaborara con la subordinación política de la izquierda, en situación de repliegue estratégico. Ya que la izquierda pasó a representar al "pueblo perseguido", a los "sin voz", de los que la Iglesia se hizo su Voz.

El libro de Vandeschueren y Rojas hacía mención a un modelo, a una metáfora efectiva que definía el tipo de trato de la izquierda y de la Iglesia. Para esta última, la dictadura nunca pudo venirle mejor. Logró recuperar el Dominio de la Voz. Pudo extorsionar afectivamente al pueblo que le había dado vuelta las espaldas, siguiendo a los Falsos Profetas sociales. Ese pueblo desagradecido debía ser castigado. No al nivel del castigo que proponían los Servicios de Seguridad del Estado, sino del reconocimiento de la primacía de la categoría de la Caridad por sobre la categoría del Conflicto. Esto significaba recuperar el valor político del sufrimiento crístico, ahora encarnado en la pobladora que le sirvió tecito y marraqueta al santo padre. ¡Que imagen aquella!

Esa fue la muestra más eficiente de la recuperación a dos bandas de la iglesia chilena. Seguir en medio de los pobres, pero habiendo desplazado la amenaza del socialismo. Para eso necesitaba instalar la pobreza como un sustrato cultural. Por eso, nadie puede postular a eliminar empíricamente la pobreza, porque su existencia fantasmal resulta ser la condición necesaria del control razonable de la esfera política. Hay que combatir la extrema pobreza, redimensionando el carácter positivo de la pobreza como espacio productor de singularidades que se instala en la falla misma del social. Ese ha sido el gran aporte de la iglesia chilena a la transición democrática: revalorizar la noción de delegación sustituta.

El libro de Vanderschueren y Rojas abordaba este punto; es decir, celebraba el compromiso de la iglesia con los derechos humanos, pero adelantaba la hipótesis acerca de una fundamentación teológica del castigo. ¡Eso les pasó por haber des / oído el mensaje social cristiano! Ahora que están siendo perseguidos regresan a la Iglesia como hijos pródigos. ¡Habían abandonado la casa del padre! Pero la defensa de los derechos humanos tiene un costo: subordinación política. La Iglesia recuperó con creces el rol político que había visto amenazado por el ascenso del socialismo.

Lo anterior tiene su origen en el catolicismo jesuita de corte belga. ¡Veckemans al ataque! Había que combatir al comunismo, al castrismo, al sindicalismo de izquierda en el seno mismo de las organizaciones, promoviendo la movilidad social razonablemente planificada. Para ello había que re/destinar la energía conflictiva de las masas y convertirla en energía cooperativa; es decir, desplazar la lucha de clases en provecho del pago del subsidio habitacional. Esto último hacía a un individuo, responsable de su integración. La madre, en el hogar, con máquina de coser nueva, haría el resto.

Pues bien, gracias a la dictadura, la iglesia pudo recuperar a su pueblo, y también, ¡a los ricos!. Para lo primero, bastó con seguir la política del primer jesuitismo social, o sea, más por el lado de la conversión del Padre Hurtado en icono del nuevo pacto social. Es decir, que los ricos entiendan que tienen una "responsabilidad social"; o sea, la responsabilidad de ser ricos. A lo cual, va aparejada la idea de la existencia de unos pobres que adquieren el sentido de responsabilidad de sus demandas. No es posible admitir que unas demandas desmedidas pongan en peligro la estabilidad del sistema. Ya hemos pagado suficiente por ello. Para lo segundo, fue necesario producir una lectura que permitiera promover públicamente un discurso de salvación para las élites católicas, que habían sido maltratadas por el discurso del segundo jesuitismo; léase, el que se había acercado a "cristianos para el socialismo". Con razón, el libro de Vanderschueren y Rojas no tuvo destino en la Roma del primer exilio chileno.

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