Artistas Ofendidos .
Justo Pastor Mellado.
Abril 2005

No han sido pocos los artistas que se han sentido ofendidos con mi última entrega. Algunos de ellos, de muy buena fe, se han incorporado al trabajo de los comandos electorales, con el firme propósito de obtener transformaciones en el interior de los procesos. Todo eso resulta muy loable, pero insisto en que los artistas se han perdido una buena ocasión para marcar sus diferencias con la clase política. Y entre los artistas, por cierto, me refiero más que nada a los artistas visuales.

Lo que propongo es simple: es el momento de retraerse. El triunfalismo concertacionista pavimenta el camino de la impunidad funcionaria. Los artistas deben instalar una amenaza simbólica de envergadura. Solo en esa medida la clase política podrá adquirir la mesura respecto de la impostura representacional sobre la que sostiene su discurso.

En una fase en que la política como práctica se ha convertido en un asunto comunicacional, el arte debe introducir la pregunta por el alcance de los actos instituyentes que, disimulados y distribuidos en la pragmática ministerial de cultura, hacen de ella una plataforma encubridora de la imposible equidad en el acceso a los bienes simbólicos.

Siempre he sostenido la hipótesis de que nuestra clase política se vio obligada a tener que legislar en cultura, porque tener un ente de este nivel permitía sumar puntos en los cálculos de credibilidad del país. Pero lo que está en juego no es “la cultura de la gente”, sino la incorporación de grandes capas de población a un consumo para el que la industria fija las pautas de desarrollo de lo consumible.

Así no se trabaja en políticas públicas, sino en forjar espacios de relocalización de la inversión en el manejo del ocio. Se trata del ocio de las clases subalternas, porque las clases hegemónicas hacen del ocio, industria estratégica. Las primeras solo deben consumir las versiones sustitutas, a título de reparación, de las producciones ejemplares que solo pueden gozar los sectores... referenciales. ¡Esto es de lo más sesentezco que hay!.

Para montar la industrialización del entretenimiento se hizo necesario un articulador de encubrimiento: un ministerio. Pero con un aditivo: los gestores públicos deben ser agentes de dinamización del ámbito privado. Todo lo demás cuenta como plan de emergencia destinado a poblaciones vulnerables, convertibles en objeto de acometida de las empresas de conversión de la vulnerabilidad en práctica de consumo. Solo en el crédito, en el fondo reparatorio, en la subcultura de centro polifuncional, reside la posibilidad de formar audiencias; es decir, masas atribuladas por el exceso de trabajo, convencidas de que poseen un espacio propio, digamos, “identitario”. Este es el momento en que los artistas le señalen a las pre-candidatas que arte y cultura no son la misma y que no se manejan en un mismo plano. Que en definitiva, sus gobiernos fabricaron a la rápida un consejo de la cultura para cargarse al arte. Para joder de manera estructural la posibilidad de instalar
una zona critica de la racionalidad política. La única crítica posible, en esta coyuntura.

Hay que hacerles saber a las pre-candidatas que los gestores culturales al más alto nivel son los palos blancos de un empresariado cultural que no ha tenido que ejercer ninguna presión para obtener su propósito. Lo grave del asunto es que los propios gestores se han ofrecido, sin pedir nada más que ser reconocidos como empresarios, en el momento que deban abandonar el ministerio.

Eso es lo que habría que preguntar a las pre-candidatas: sobre los palos blancos. Entonces, ¿hay garantías para forjar políticas públicas en el terreno del archivo, del coleccionismo, de la musealidad, de la producción editorial, etc?.

Los artistas no debieran ofenderse por el análisis de las estrategias de acompañamiento a las que me he referido. Por el contrario, debieran poner atención en la dinámica de los redactores de programas de cultura. Incluso, en ese terreno, hasta los mismos redactores no son sino la expresión de intereses de quienes dictan, en “última instancia”, su redacción.

¿Los artistas nunca pasaron por la experiencia sindical o de organización poblacional? ¿Nunca fueron presidentes de curso? El poder se instala en la escrituralidad del cuaderno de actas. Eso lo sabe todo dirigente de junta de vecinos. ¡Esta está muy buena! Un comando pre-electoral es tan solo un síntoma del diferimiento. La “verdad” siempre reside allí donde
menos se supone que podría manifestarse. Es más: la “verdad” del programa no está en el programa.

Entonces, resulta conmovedor pensar que la redacción de las “propuestas” pueden definir una influencia social específica. Estas ya han sido escritas, en otros lugares. Los gestores y comunicadores de los comandos llaman a los artistas para sostener, por un momento, la ficción de una insubordinación “lenguajera” que viene muy bien en estos tiempos, ya que permiten recurrir a la nostalgia de las ilusiones perdidas.

En un comando electoral, la presencia de los artistas resulta chamánica, porque producen un cierto blanqueo simbólico de la traición política. Lo que ofende, realmente, es que los artistas no tomen en cuenta esta situación y estén dispuestos, nuevamente, a ponerse para la foto..

 

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