Propuestas para una Política Pública de Cultura en la Región Metropolitana (2): Necesidad de una Bienal de Arte de Santiago.
Justo Pastor Mellado.
Julio 2005

Así como la cultura debe ser reconocida como el anverso de la seguridad ciudadana, operable en poblaciones vulnerables, el Consejo Metropolitano de Cultura debe implementar una política para los sectores no vulnerados de la población. De este modo, tendríamos una política cultural para los pobres y otra política cultural para los ricos. LA primera destinada al control de poblaciones y la segunda teniendo como objetivo ampliar la cadena de valor de múltiples inversiones.

En Región Metropolitana está concentrado el mayor número de galerías y museos, así como de escuelas de enseñanza superior de arte. Los destinos formales del arte chileno se definen y se deciden en esta región. El carácter endogámico de la escena chilena y la ausencia de política exterior en artes visuales compromete las políticas inscriptivas del arte chileno. Une región metropolitana que pretenda articular una presencia significativa como soporte de un ciudad global no puede dejar de pensar en el peso efectivo del espacio artístico en la edificación de su deseo. Me refiero a las artes visuales, en particular, porque sus manifestaciones afectan directamente la recepción de la vanidad de los Estados en los interlocutores internacionales.

Desde el punto de vista de la usura y del exceso simbólico, una ciudad se hace valer por la vanidad estructurada que hace visible en sus acciones, a todo nivel. La estructura de museos no solo debe ofrecer una oferta al turismo cultural, sino que una ciudad expone su trato con la memoria como concepto, a través de una política museal determinada. Cierto: hay que tener museos. Una bienal encubriría la falta de museos de arte. En compensación, hay que fortalecer los museos de historia republicana, colonial y precolombina. ¡Eso! La bienal suple la falta de museo y nadie lo notaría. ¡Negocio redondo!

Una ciudad con museos pobres no logra aglutinarse en la percepción de sus visitantes y de sus propios habitantes. Eso es más que sabido. Solo cuando una ciudad puede exhibir el gasto en la mantención de una "inutilidad material de gran utilidad simbólica", se hace aprehensible como potencia. Es así como Sao Paulo logró construir el mayor monumento a su edificabilidad en la Bienal de Sao Paulo. Esto implica una desplazamiento en la concepción misma del monumento social. El monumento de Brecheret, en la rotonda cercana al ingreso del Parque de Ibirapuera, en homenaje a los Bandeirantes, o sea, los piratas del interior, viene a ser repotenciado por el edificio de la propia bienal que resulta ser el emblema de un modernismo a la medida de las ensoñaciones de sus capitanes de industria.

¿Qué era Sao Paulo a comienzos del siglo XIX? Un centro de distribución ferroviaria. A mediados del siglo XX se convirtió en campo de batalla para dos tradiciones burguesas. Una, formó el Museo de Arte Moderno (Mattarazzo) y, la otra, formó el Museo de Arte de Sao Paulo (Chateaubriand). Fue necesario montar una estructura nueva para satisfacer el deseo de exponer el arte del futuro. Los museos, finalmente, se definen por sus colecciones. Una bienal, en cambio, por su quantum de exhibicionismo transferencial o experimental. En cuanto a lo primero, puede acelerar la transferencia informativa del arte; en cuanto a lo segundo, puede señalar tendencias.

Hoy día, las ciudades con aspiración, montan sus bienales. Este año se ha desarrollado la bienal de Shangai. ¿Qué la justifica? Simplemente el deseo de una ciudad por sellar su percepción como centro internacional de finanzas. Se trata de juntar dos estrategias, dos plataformas de conversión del valor: las bolsas de valores y la especulación del arte. En esta competencia, no ha tardado la aparición de detractores de las bienales. Se habla, en cierta crítica, sobre todo, española, de "bienalización" del mundo. Sin embargo, este discurso debe aceptar inevitablemente el hecho de que ciudades como Valencia se ve obligada a montar una bienal para recuperar su posición frente a otras ciudades de mayor rango. Inventa su bienal para especular en las disputas de fondos del gobierno central. Es una pelea de patio. Una mala bienal. Ofensivamente derrochadora.

En el último tiempo han aparecido las bienales de Kwangyu (Corea), Dakar (Senegal), Lyon (Francia), Lieja (Bélgica), entre otras. Hay otras que amenazan con desaparecer: Johannesburgo (Sudáfrica) e Istambul (Turquía).

En Chile hay apenas mercado de arte. Sin embargo, existen obras que poseen un reconocimiento formal en el mercado simbólico formado por la red de museos, centros de arte y galerías de Primeras Ligas. Pero no hay inscripción del arte chileno. No estamos en los lugares de privilegio, ni del mercado ni de las instituciones de Primeras Ligas, ni en la historiografía. Esto se debe a que al carecer de historiografía no hay puesta en valor de los discursos sobre las obras. Pero esto corresponde a la "ceguera" universitaria en este terreno. En lo que a inscripción artística se refiere, el espacio chileno apenas es reconocido. La única manera de hacerlo es obligando a la gente que se ocupa del arte (de su especulación financiera y conceptual) a venir a Santiago.

Las estrategias de homologación de la circulación del arte chileno con las estrategias de "colocación" del tipo Pro-Chile, denotan no solo una gran ignorancia en relación a los parámetros con que se maneja el circuito de arte internacional, sino que revela -además- la impunidad política de una casta funcionaria que ha dado muestras suficientes de ineptitud en este terreno.

Una región metropolitana que aspira a que su desarrollo como región global sea reconocida, debe tener una bienal de arte. Es necesario estudiar los casos de la Bienal del Mercosur y de la Bienal de Fortaleza como modelos de referencia. No necesariamente como modelos a seguir, sino a estudiar en sus dificultades institucionales. Por cierto, la Bienal de Sao Paulo es un modelo denso, que debiera señalar el peso que adquiere una ficción empresarial en la organización simbólica de la modernidad de un país. La existencia de la Bienal de Valparaíso debiera proporcionar suficientes elementos para entender cómo no hay que hacer una bienal. Es preciso recordar que fue la Concertación la que terminó con dicha bienal.

En el documento oficial de política cultural elaborado por el Consejo Nacional de Cultural, la Bienal de Santiago aparece como una iniciativa de primer orden. Sin embargo, no plantea más que un deseo desarticulado. No se ha enterado, con rigor, de las condiciones de habilitación de su necesidad política. A mi entender, ya se perdió la ocasión de sostener una bienal, con el rigor que un gesto institucional de esta naturaleza supone . La decisión políticamente arbitraria de construir el Centro Cultural La Moneda cancela toda posibilidad de rigor al respecto. El presidente del Consejo Nacional de Cultura nos engaña. Hace como que garantiza la iniciativa de una bienal, solo porque la habilita en el papel del documento oficial de cultura; pero sabe que dicha propuesta, sin infraestructura ni conceptual ni material, es una gran operación de distracción política. Lo grave es que lo sabe y que no está dispuesto a asumir políticamente el efecto de dicha impostura, porque la implementación de esta iniciativa, como tantas otras, están escritas en LETRA MUERTA.

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