La obra de Leppe en Galería Animal ocupa el centro de la sala y está concebida como la Maqueta de una Cita a una obra anterior, mediante el recurso disposicional de una “toma de terreno”. Más bien, la Maqueta de una Ruina. La Obra de una Ruina. La Obra como Ruina de si misma, en el trabajo de re/presentar sus propias condiciones de sostenimiento como residuo edificatorio.
En concreto, Leppe instala en la galería la amenaza formal de un “campamento”, en el año de la edición del libro Historia de los campamentos, publicada por Un Techo para Chile. Solo que la “toma” de Leppe ya tiene “techo”; ese es el techo de la galería, es decir, del espacio de arte. El otro techo, que alberga el punto de venta de Un Techo para Chile frente a la fachada de Louis Vuitton, se eleva en el espacio no-artístico. En verdad, el espacio de arte requiere que la discriminación institucional pueda ser rápidamente verificable, porque la política de coleccionismo de Tomás Andreu, pero en general, toda posible política de coleccionismo de arte contemporáneo en Chile, se enfrenta a los efectos de desvío de las inversiones simbólicas.
Se suele escuchar que, en comparación con las oligarquías de países limítrofes, la oligarquía chilena ha sido ignorante, porque en el momento de adquirir obras para su museo nacional inicial, lo hicieron con obras académicas europeas de cuarto orden. En Buenos Aires, en cambio, hay Degas, van Gogh, Renoir, por mencionar algunos. Y Picasso, Tapies, Pollock, etc.
No hay que ser injustos con nuestra oligarquía. No eran ignorantes. Hacían lo que correspondía a sus sentidos comunes en un momento de quiebre de su conciencia de casta; a saber, la guerra civil de 1891. Desde ahí para adelante, no haría más que fragilizarse. Hasta Pinochet, que le permite su recomposición simbólica.
El caso es que una oligarquía finisecular conservadora que lleva dentro de si el germen de su desconstitución, produce el sector que va a sostener su agonía durante un siglo, hasta descubrir, en los Sesenta, que debía pagar la culpa por su irresponsabilidad histórica, haciéndose cargo del “cuerpo menesteroso” de Chile. Para eso, había que recatolizar la conciencia agraria, pero en un sentido moderno. No bastó sin embargo. La dispersión del mobiliario fue tan solo el síntoma del quiebre del modelo hacendal. No hablemos de la “era kennediana”. Es tan solo una coincidencia temporal. Lo propio de la desconstitución oligarca es el haber intentado reconvertir su culpa en reinversión evangélica de nuevo tipo. Por eso puso adquirir un gobierno que pusiera en marcha la regulación del movimiento de acceso de los menesterosos al goce de bienes domésticos simples. Por eso, la máquina de coser, los centros de madres y las juntas de vecinos, para remodelar la organización de los menesterosos en términos territoriales y no fabriles. Brillante distinción: la máquina de coser en contra de la hoz y el martillo. Lo territorial sigue siendo una extensión de una problemática hacendal, trasladada a la urbe. Pero en la ciudad eso se traduce por una Política de Vivienda.
La Política de Vivienda se transforma en el significante ciudadano en la coyuntura de 1960-1970.
¿Qué tiene que ver esto con el coleccionismo? Muy sencillo. Ya conjurada la amenaza del socialismo, y convertido éste en administrador de la crisis del capitalismo triunfante (viejo chiste trotskysta), el empresariado que expresa los efectos de reconversión de la oligarquía que lo garantiza en su estatuto ciudadano, resuelve saldar la deuda con los menesterosos, reorientando socialmente sus inversiones hacia proyectos de desarrollo, y no a realizar gestos de afirmación de la vanidad empresarial, como sería, por ejemplo, constituir una colección de arte.
Habrá que decir entonces que la oligarquía chilena se ha vuelto demasiado responsable. Su inversión en vanidad sectorial la ha reconvertido en inversión en caridad cristiana, pero en sentido moderno. Es decir, incorporando el marketing a la pastoral social. Esa sería una de las razones de porqué resulta tan difícil montar en Chile, una Política de Mecenazgo en arte contemporáneo. Cuando la hay, esta está destinada a Patrimonio. No podía ser de otro modo. En Chile, hay mucho que restaurar, en términos de “monumentos” memoriales de la propia oligarquía: capillas de hacienda, casas patronales, pequeños palacios familiares, etc. Por una parte, se restauran los monumentos inmobiliarios para poder redistribuir los muebles recuperados y restaurados; por otro lado, se promueve una Política de Vivienda para Menesterosos. De este modo, Un Techo para Chile vendría a ser como el re/verso popular de la Restauración Oligarca. De este modo, no puede haber coleccionismo.
La paradoja de esta situación está representada por la tensión entre la Maqueta de Leppe y la relación “uno a uno” del punto de venta de Un Techo para Chile , en la misma calle Alonso de Córdova.
Febrero 2005