La propia decisión de transitar por las rutas que he mencionado en dos entregas anteriores obedece a un proyecto de intervención del paisaje “por encontrar”. Me propuse visitar tres desembocaduras de rÃos que fueron afectadas por el maremoto del 22 de mayo de 1960: la cuenca de Valdivia, el rÃo Toltén y el rÃo Imperial. En estas dos últimas, asi como en Queule, el rio corre en sus últimos kilómetros paralelo al mar. Solo los separa un banco de arena de dos mil o tres mil metros. En Puerto Saavedra, la fuerza del maremoto abrió un forado de mil quinientos metros en la barra. En Toltén ocurrió algo similar.
El sábado 21 de mayo, pasé el terremoto en Concepción, con mi familia, en el cuarto piso de un edificio de la caja de empleados particulares. Era un bunker. Protector. Como el Estado de entonces. El dÃa 22 fue el cataclismo en la zona de Valdivia. Pero en verdad, fueron cuatrocientos kilómetros de costa los que se vieron afectados. Veamos el mapa: de Tirua a Ancud. Hubo marejadas en el norte. Pero no hay imaginación humana para concebir un movimiento de intervención del paisaje, tan directo, a la vista.
Armé un triángulo de pacotilla para programar pequeñas intervenciones narcÃsicas montado en el más eficaz sistema de transporte, que convierte de modo excepcional la energÃa muscular en movimiento rotatorio. Derroche incontrolado de la fuerza de la naturaleza, por un lado, y por el otro, razonable control de la economÃa corporal. En esa tensión armé, como dije, mi triángulo de pacotilla.
La fuerza del maremoto devolvió las aguas de los rÃos en contra de su curso. Pero sobre todo, el mar arrasó con la edificación. AsÃ, en Toltén, solo quedó el cuadrilátero de la plaza, flanqueado por los arboles que la dibujan, hasta hoy, como si fuera el monumento “encontrado” de una ciudad sin memoria. Ni Robert Smithson lo hubiera hecho mejor.
Después de mi experiencia con los leones de cobre del puente colgante en Carahue, me faltaba Puerto Saavedra. Ya lo he mencionado: es razonable plantear que Saavedra es el “pacificador” de la AraucanÃa y que sus armas fueron la condición de ingreso del capitalismo termodinámico en la región. El puente colgante fue construÃdo cuando ese modelo entró en crisis. La AraucanÃa es el teatro de crueles combates simbólicos, cotidianamente.
En mi triángulo de pacotilla habÃa una excusa afectiva. DebÃa ir a Puerto Saavedra, en memoria de Juan Carlos Castillo, director de arte de “La frontera” de Ricardo LarraÃn. Estaba ya muy enfermo cuando montamos la exposición de Gracia Barrios, en el MNBA. Durante su entierro, ha sido el único momento que he visto llorar a Balmes.
Entonces, pasar en balsa a Nehuentue era realizar una visita ceremonial. Pequeño gran detalle: cuando la machi le avisa al cura que viene el maremoto, éste reza por única vez en la pelÃcula, en su lengua materna. Es decir, cuando se está frente a una prueba máxima, no hay más recurso que el Hogar de la Lengua. Hoy, en el folleto de la oficina de turismo de Puerto Saavedra ya está incluÃda la mención a Nehuentue como lugar de locación de la pelÃcula. TenÃa que ir a ver las palmeras junto a las ruinas. Pero cuando llegué, el rÃo ya las habÃa hecho desaparecer. Solo quedan las tarjetas postales.
Mientras la estatua de Frei flota frente a Nehuentue, en la costanera manos anónimas han levantado un monumento al pescador. En efecto, en tamaño natural, realizado en cemento, alguien ha reproducido una figura humana, con camisa y pantalón levantado, cargando en su mano derecha un gran pez. ¿Cuál es el detalle significativo? ¡Que está pintado como jugador de taca-taca! Es un personaje de las pinturas de Sandro Chia, con su pescado católico en la mano: ICTUS.
Sin embargo, los jugadores esmaltados del taca-taca se acercan más a la afluencia del “pop achorado” -como dirÃa mi amigo Gustavo Buntinx para referirse al retratamiento de los referentes de la industria de masas por parte de la cultura popular- que a la transvanguardia italiana. De todos modos, la transvanguardia, en su origen, está más cerca de las artes populares que el propio pop.