La Estrategia de Arte Luchín

He planteado la necesidad de montar una zona de autolegitimación regional. Esto significa buscar una vía propia para el desarrollo de una escena artística abierta y volcada a la transversalidad. No hay que equivocarse. Mi admiración por la escena argentina es diagramática, no programática. Cada escena desarrolla el programa de sustentación que corresponde a sus especificidades institucionales. Pero sin duda, el modo cómo la escena argentina produce y reproduce masa crítica, resulta ejemplar.

¿Cuál debiera ser el propósito de la nueva diagramaticidad de la escena chilena? Dibujar las líneas de fuerzas que disuelvan la endogamia y desmantelen la base de poder de las dominaciones totémicas, con el objeto de sustituir relaciones de subordinación simbólica por negociaciones entre agentes con derechos y deberes.

Lo anterior es una definición que se enmarca en los efectos de la dictadura en la recomposición de la oligarquía chilena. De este modo, en la escena artística esto significa que la política plebeya  no es viable.

La reoligarquización de la plástica chilena, hoy, está siendo favorecida por la “fondarización” administrativa del arte y por la sujeción a políticas de mecenazgo precario. Una política de rearticulación plebeya debiera contemplar la autonomía formal de producciones que no se subordinen a la retórica del “arte de formularios” y la conversión del mecenazgo en política de inversión objetiva por la vía de exenciones impositivas.

En el terreno de la autonomía formal, cabe mencionar la necesidad de las autolegitimaciones zonales. Lo repito: ello supone una gran dosis de voluntad autoproductiva, tanto a nivel de la producción de obra como en el terreno de la circulación. Pero debe estar, además, asentada sobre un procedimiento propio.

Junto a Jorge Sepálveda T. y Daniel González buscábamos realizar un inventario que nos permitiera reconocer aquellos elementos que pudieran definir un “chilean way“.

Ciertamente, una “vía chilena”. Aunque la metáfora UP no diera el ancho para describir semejante propósito. Aunque de todos modos, ya se supiera que una vía de ese tipo solo conduce a la catástrofe. Caso en el que deberíamos señalar con precisión el momento que haría calzar el recurso de deslegitimación del gobierno para habilitar la “necesidad histórica” del golpe de Estado. Lo que nos remite a imaginar quienes podrían encarnar, hoy, la desestabilización de la escena plástica, para poder así justificar la “intervención extranjera”.

Entonces, una “vía chilena” consecuente tendría que tomar el nombre de “vía Luchín”. Tal cual. Jorge Sepúlveda T. mencionó el modelo implícito en la “pelota de trapo” del “niño Luchín“, en el contexto de una materialidad callampera. O sea, hiper datada, porque esa es una palabra que ha caído en desuso. ¡Es increíble lo que ocurre con ciertas palabras!

La “vía Luchín” sería aquella que tomaría como punto de articulación, la batería de designaciones que nos proporcionan las luchas urbanas desde los setenta hasta la fecha. Allí hay un gran crisol para nuestras operaciones de transferencia léxica. El efecto semántico viene después. Por eso, hay objetualidades que se convierten en complejos desplazados de pensamiento crítico.

Todo reside en saber si las luchas urbanas proporcionan los conceptos prácticos que permitirían asegurar la viabilidad de la Estrategia de Arte Luchín. Una escoba sirve para barrer, sin embargo en manos de un niño se taconea al ritmo de un trote o de un galope. Ahí se ha establecido una primera distinción institucional: la cocina y el espacio de juego. La primera reproduce principios de almacenamiento, de manipulación y de transformación alimentaria. El segundo instala la noción de excepción en el seno de la continuidad doméstica.  La posición del niño a caballo es similar a la posición del artista. Sobre todo, la de aquel que ya ha superado la etapa del jardín de infantes, donde le han enseñado a regular su energía psico-motora. El artista vendría a ser un portador del principio de diferenciación de los espacios. En este caso, el espacio de arte respecto de aquello que no es arte, y que sin embargo, posee un poder simbólico determinante. Recordemos, el arte no sostiene el monopolio de la simbolización. Se denomina arte a aquellas simbolizaciones formales encarnadas en un proceso de transformación material que tienen lugar en el “espacio de arte”.

La Estrategia de Arte Luchín es tan solo una de las tantas que pueden ser articuladas para escribir una historia de autonomía formal para la escena chilena.

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