Lota, el CCPLM y la Capilaridad

El relato de Neira, mi amigo penquista, me dejó la pelota picando en el área chica. Más aún, después de leer la entrevista a la nueva directora del CCPLM, que apareció el El Mercurio del domingo 8 de abril. Justamente, no podía venir más de perilla. Cuando Neira me recuerda la exposición de Balmes, lo que no me dice, pero sabe de sobra, es que para esa exposición, financiada por Balmaceda 1215; es decir, por un auspiciador externo, pero mediado por el centro aquel, tuve un problema.

 

 

Mi texto sobre la Reconversión fue considerado lesivo para los intereses del auspiciador y fue publicado con una introducción política, en que la directora en cuestión se lavaba las manos y pedía elusivamente disculpas a sus financistas, por no haber tenido el poder de bajarlo. Ya he mencionado varias veces este incidente, y lo mencionaré tantas veces cuantas sea necesario hacerlo, porque define el tipo de relación fóbica del funcionariato de Estado con las iniciativas textuales que provienen desde la autonomía ciudadana.

Este incidente es de un rango análogo a cuando un ministro de Estado pide disculpas a un gobierno por “el contenido” de una obra de arte. Me refiero a la pintura de Dávila, del Simón Bolivar trasvestido. ¡No puede ser! El funcionariato corre demasiado a prisa para pedir disculpas. Esa es la dimensión de su temor.

Lo que hizo Neira fue recordarme este incidente de la Reconversión como un caso ejemplar que apunta a delimitar el rango de la desconfianza estructural que se debe tener respecto de este funcionariato autoreferente y subjetivamente subordinado a la lógica patronal del Servicio. ¡Esa si que es una lógica! En la entrevista, la directora respondió a todo, respecto del CCPLM, como si estuviera blindada, pero no percatándose que en su respuesta estaba la dimensión de su debilidad estructurante. Ante una magistral pregunta de Arturo Navarro, sobre la anomalía del centro, podría haber trabajado el concepto de anomalía y haber pensado que Arturo Navarro, le ofrecía una plataforma para que se explayara y dejara de ser funcionaria. ¡Respondió como funcionaria que repite un discurso “de carbonero”! No hubo necesidad de analizar la ausencia de política del CCPLM, ya que bastó con leer en segundo grado las respuestas ostentosamente blindadas de la directora.

Lo anterior tiene que ver con la naturaleza de la ostentación argumental, que obtiene resultados contrarios a los buscados. Entonces, Neira, desde Concepción me recuerda que debo insistir en la corrección de mi análisis sobre la desconfianza que había que tener, ya, hace una dècada, en el plan de Reconversión de Lota. Esa Lota que fuera el foco de la investigación que a comienzos de los años sesenta realizara un sociólogo entonces desconocido, que se llamaba Alain Touraine. Curiosamente, hoy día, ha sido convertido en un ícono de la gobernabilidad por la casta funcionarial chilena. Y el foco, en los sesenta, estaba centrado en la existencia de una “conciencia obrera” posible.

Neira, el maldito, me trae como referencia la memoria de la reconversión de la propia conciencia obrera lotina, acometida por los herederos de Touraine y transformada en un fetiche de consumo en un fallido plan de turismo cultural, pasando por la banalización cinematográfica de Baldomero Lillo y terminando en los cursos de peluquería.

Porque, en definitiva, cuando Neira me escribe y me señala esta situación, lo hace para joderme. Esas son licencias de los amigos del barrio. Aunque no es verdad que su madre auxilió al Moratino chico cuando fue atropellado en su moto. El se equivoca de esquina. Pero esa es una discusión teórica sobre el diseño de infancias que tenemos prevista para otra ocasión. De todos modos, lo “genial” de Neira es picarme con la cuestión de la peluquería, sabiendo él cuánto soy afectado por las historias capilares.

El caso es el siguiente: la reconversión de los mineros en peluqueros apuntó a romper simbólicamente el hilo (capilar) de la conciencia obrera; es decir, los condujeron a tener que experimentar una capacitación en un oficio de corte capilar que, en buenas cuentas, los hacía ser artífices de la propia ruptura de su filiación. La Reconversión los des-afilió de la historia de su conciencia, con la que Touraine pudo hacer un buen uso académico. Pero preparó al funcionariato de servicio para que habilitara la borradura de las filiaciones, en todos los terrenos. Así, lo paradojal, sigue siendo el curso de gasfitería. Sin embargo, se entiende que aquello que ha sido des-afiliado, o sea, que ha perdido el hilo, como se dice, respecto de un perno o del extremo de una tubería, debe ser re-ajustado. Así fue pensado el curso de gasfitería: como extrema perversión del Estado, ya que les hace experimentar a los mismos sujetos, el efecto de corte y la reparación imposible de la casa, asegurando mediante un plan riguroso la des-afectación social definitiva. De ahí que todo plan de reconversión no sea más que la puesta en función de un asesinato lento y programado, y que los cursos consecuentes, el bálsamo de acción reparatoria temporal, que desplaza el dolor del lugar en que debiera ser percibido. De ahí que toda reconversión busque, desesperadamente, la relocalización terminal de las ruinas sociales.

 

 

 

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