Biblioteca, Maletín, Barretín

A propósito del funcionariato como productor “lenguajero” debo ampliar mi entrega de ayer, mencionando la disputa entre dos grupos de palabras que han sido claves en el reciente debate sobre promoción y desarrollo de la lectura.

El primer grupo de palabras es “Biblioteca Mínima Familiar”. Este corresponde al título de un proyecto elaborado por Marcelo Mellado y unos amigos de San Antonio, que consistía en la producción de un estante, una biblioteca portátil, que debía contener una veintena de libros destinados al apoyo de la escolaridad de base en el seno de familias vulnerables. Justamente, a partir de la obstrucción de los poderes fácticos locales, el proyecto no fue aprobado.

El segundo grupo de palabras es “Maletín literario”, cuya curiosa implementación ha estado en el centro de un oscuro debate entre compañías editoras y funcionariato gubernamental.

Entre ambos grupos de palabras hay un mundo diferencias. Por un lado, el primer grupo remite a un proyecto local, mientras el segundo, a un plan de carácter nacional. El primero era un proyecto unitario, bien fundamentado, concebido para ser implementado a nivel local, pudiendo convertirse en un piloto replicable. El segundo, solo fue un enunciado general cuyas pautas de implementación todavía no están del todo definidas.

Sin embargo, las diferencias de nominación resultan esclarecedoras para entender una lógica de funcionamiento del propio funcionariato. En el plano local, la noción de biblioteca apunta a localización de un mueble en una vivienda; es decir, supone la existencia de una casa, de una familia, con instrucciones precisas para que el contenido del estante sea gestionado por un responsable familiar. Lo cual implica formar monitores de estantería. Y de este modo, manejar la vigencia material de un mobiliario simple que fortalece la función de casa como lugar de producción cultural.

En el plano nacional, la noción de maletín promueve la inestabilidad simbólica de la iniciativa, porque remite a la condición de un viajante; es decir, de quien está siempre de paso y cuya condición se asocia a la ausencia casa. Más aún, cuando a nivel popular del fútbol, se le llama “hombre del maletín” al individuo que trae la coima.

La distinción entre estante y maletín define la fortaleza y la fragilidad de una política pública; una, centrada en el desarrollo de la familia, la otra subordinada a la ganancia de las editoriales, que además, manifiestan su malestar porque las normas claras para adjudicarse el negocio no les parecen suficientes.

El origen de la propuesta del estante para la Biblioteca Mínima Familiar está en el cuadro de Holbein, “Los embajadores”. Allí, no es la calavera en anamórfosis pintada en el piso la que nos interesa, sino la armadura del estante que sostiene las alegorías objetuales del conocimiento. Sin embargo, la calavera señala la precariedad, la finitud, de la política. O sea, que para montar ese conocimiento allí simbolizado, se requiere de una gran gestión política. A los poderes locales que obstruyeron la implementación del proyecto les faltó saber historia de la pintura, en sentido estricto. Dicho sea de paso, el saber de la pintura es un saber político.

La historia del empleo de la palabra maletín, sin embargo, no proviene del léxico del viajante, sino de la sustitución de las letras de la palabra, que encubren su verdadero origen. La palabra maletín proviene del deslizamiento fónico de la palabra “barretín”, que es propio del léxico de los militantes clandestinos bajo la dictadura. Eso daría a reconocer un tercer grupo de palabras: “barretín literario”.

¿Qué es un barretín? Un escondite en la casa, donde se pueden fondear cosas, documentos secretos, armas; también puede ser un objeto portátil que esconde un doble fondo en el que se puede transportar documentos. Pero esta última acepción no es segura. Sin embargo, barretín es algo que no pertenece al plan original de la vivienda, o de un objeto portátil, y que es habilitado en forma especial, sin alterar la configuración externa del referente. De este modo, el deslizamiento de maletín a barretín puede ser entendido como efecto residual de militantes veteranos que dejan escapar el desliz parcialmente homofónico con el propósito de designar una operación que no corresponde al plano original de una política, en cuyo interior se debe habilitar un espacio para introducir un conjunto de libros destinados a fortalecer la lectura.

Sin embargo, este desliz lingüístico sería un síntoma de una cultura conspirativa que extiende sus modalidades al ejercicio del funcionariato, el cual puede percibir como amenazante cualquier iniciativa que provenga desde la sociedad civil, como sería el caso de la “Biblioteca Mínima Familiar”.

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