El fin de semana pasado fue de una gran densidad emocional para el Oficialismo que, guardando las proporciones, reprodujo con cierta pulcritud el sentimiento ritual expresado durante los funerales del general Bernales.
Sin embargo, no nos puede resultar indiferente el énfasis que la Presidenta y los representantes de la clase polÃtica han puesto, al señalar las virtudes de Juan Bustos. Todo el mundo coincidió en reconocer la pérdida de un modelo de hombre polÃtico.
La forma en que la Presidenta afirma que a la polÃtica chilena le hace falta más Juan Bustos resulta ominosa. Aquello que debiera no ser visible, sin embargo se nos enfrenta directamente y emerge en su más violenta familiaridad. La Presidenta realiza un acto de afirmación por negación y apunta a reconocer que, en Chile, no hay hombres suficientes que reúnan las condiciones de probidad por representadas por Juan Bustos. A confesión de faltas imaginarias, relevo de pruebas simbólicas. Las palabras de la Presidenta no pueden sino poner en evidencia el realismo de su propia desconfianza.
En relación a lo anterior, el modo cómo la dirigencia del partido socialista produce y logra montar la decisión que designa a Marcelo Schilling como reemplazante de Juan Bustos, confirma la distancia inrremediable entre el realismo de la polÃtica del aparato y la ilusión de una polÃtica ciudadana, de la que la propia Presidenta serÃa una expresión fallida.
Juan Bustos pasó a convertirse en el modelo del hombre de Leyes y de Justicia. Resulta ofensivo de parte del propio partido socialista designar en su reemplazo a un promotor de la delación compensada. Lo menos que se puede plantear es que la figura empleada afecta gravemente la memoria del trabajo jurÃdico y polÃtico del propio Juan Bustos, porque lo sitúa en la misma longitud de onda de un concepto de servidor público donde su reemplazante termina por hacerlo cómplice de unas acciones que la razón de Estado justifica plenamente. A menos que se quiera hacer pensar que ambos trabajaban en la misma lÃnea, ocupando las posiciones que a cada cual correspondÃa en la habilitación de la gobernabilidad. Asà podrÃamos llegar a concebir la idea de una cierta reciprocidad por extensión, entre la construcción de La Oficina y el trabajo de Juan Bustos en la defensa de los DDHH, como si este último sirviera con su éxito ético y jurÃdico a encubrir  las operaciones del otro.
Resulta de una obviedad tal que hace resaltar la impunidad de la decisión partidaria y revela el verdadero carácter de su polÃtica; es decir, el modelo ciudadano de referencia es tan solo una figura retórica que está fundada sobre la preeminencia de un modelo policial de gestión social. Hasta el propio Schilling tiene la impune osadÃa de cobrarnos su vocación de servicio al montar el argumento de que le debemos la paz social.
Lo que ocurre es que, en verdad, hay que ser comprensivos con este hombre. Alguien tiene que hacer el trabajo sucio y hacerse portador de la superación de los lÃmites. Resulta literariamente recuperable la génesis narrativa de aquellos que se ofrecen a realizar dicho trabajo y terminan por instalar la idea de que la Inteligencia es la garante de la PolÃtica; o más bien, que convierten a la PolÃtica en un efecto de Inteligencia.
A estas alturas, recurrir a los sentimientos de los electores de la Quinta Región resulta de una ingenuidad que solo convoca a la compasión. Solo tienen valor como peones de intercambio en las luchas internas por el control de espacios partidarios y gubernamentales. En términos de su dirigencia, que acarrea probablemente el peso de haber habilitado la sujeción ¡compensada†de sus principios, incluyendo el modo cómo han puesto a sus muertos como activo en las mesas de negociación, los hace cerrar filas cuando están a las puertas de perder lo que socialmente han logrado conseguir, usando en su provecho los viejos significantes “clase obrera†y “movimiento popularâ€. La “nueva oligarquÃa†socialista mantiene los pequeños privilegios de casta alcanzados en el ejercicio del gobierno, como sÃntoma de su ausencia de poder.
Asignar a Schilling la tarea de combatir al Barón Ominami es demasiado poco. Ha llegado la hora de re-militarizar la vida partidaria, con el objeto de recuperar el sentido de la disciplina orgánica. AquÃ, la decisión define por omisión el estatuto del “hombre de manoâ€, que es lo que Schilling jamás ha dejado de ser; es decir, un polizonte de aparato que dibuja el diagrama del estado actual del socialismo chileno como sub-cultura de la movilidad social acelerada. Por eso las palabras de la Presidenta resonaron como una insistencia desesperada sobre la necesidad de contar con más Juan Bustos, como una manera oblicua de señalar la dimensión de su pérdida.