Al buscar información sobre el manejo que alguna prensa ha puesto en rigor a propósito de la Bienal de Sao Paulo, tuve que rendirme a la evidencia que lo publicado, por tomar dos, particularmente en El Mercurio (Chile) y El PaÃs (España), ni siquiera daba elementos para construir un debate. Lo que tenÃamos delante era una profusión de notas que expresaban de modo implÃcito su conformidad por las “dificultades” que estarÃa teniendo la curatorÃa de Ivo Mesquita.
En dicho marco, no hubo mención alguna al vandalismo de los graffiteros que intervinieron el espacio de la Bienal. Ninguna referencia, por ejemplo, a lo curioso que resulta la ejecución de una acción que reivindica la calle como espacio crÃtico y se introduce en el interior de una institución que representarÃa, para ellos, el modelo mismo de su exclusión del sistema de arte. Resulta plausible sostener la hipótesis de que los graffiteros punitivos son la manifestación de deseo de quienes resolvieron pasar a la acción, pero sustituidos por los “golpes de manos” de unos sujetos que decidieron asumir el rol de recaderos.
Lo anterior conduce a pensar en el rol del recadero en las luchas polÃtica, todas, que tienen lugar en el sector cultural. A un sector de El Mercurio le viene bien desmantelar la curatoria de Ivo Mesquita en la medida que no satisface, una vez más, su ideologÃa defensiva de la pintura chilena. Agrego, cortesana.
A El PaÃs le parece convenir tener que banalizar la representación de un monumento social como acontecimiento crÃtico, porque es probable que la hispanidad exportadora no puede realizar en el espacio brasilero las operaciones de colocación de sus valores, como lo hace en los demás paÃses que acogen sin restricciones sus programas de cooperación. En algún lugar, Tordesillas sigue operando como significante polÃtico. Se espera que el aparato crÃtico de El PaÃs sea lo consecuente que puede llegar a ser y dá espacio a un discurso que supere el tono de la crónica chapucera y haga honor a su progresismo pontificador.
Es necesario poner atención a las reducciones de alguna prensa, solo en cuanto confirma los sentimientos de no pocos artistas, para quienes la Bienal de Mesquita dejó de ser una plataforma de inversión convulsiva para una carrera en el mercado. Nunca entendieron que Mesquita apelaba a su puesta en circulación en un mercado referencial más eminente aún. Sin embargo, el oportunismo de no pocos artistas llega a tal, que aplauden sin restricción la acción de quienes ejecutan una acción directa destinada a producir confusión sobre los objetivos del diagrama de Mesquita. Avalan un gesto de fascismo ordinario para humillar doblemente al curador, promoviendo contra la teorÃa y la crÃtica el vitalismo de quienes son recuperados como espejo inversor de la sociedad del arte.
Regreso a la figura del recadero, porque tiene el valor demostrativo del que ofrece sus servicios a un remitente que desea ser reconocido -efectivamente- por su destinatario, pero a través de la demostración del poder que significa establecer la distancia mediadora y defensiva de su cuerpo. El remitente no se ensucia las manos con la administración del recado. Pero hace saber al destinatario el punto de partida del mensaje, poniendo de relieve la presencia del portador.
El incidente de los graffiteros en la Bienal de Sao Paulo adquiere el valor de sÃntoma, para reconocer un modo de trato habitual que la autoridad polÃtica mantiene con los agentes más refractarios de las artes visuales. La autoridad requiere contar en su planilla con los servicios de mediadores que privilegien la teatralidad, ya sea de la acción directa como de la comedia de equivocaciones, por sobre el materialismo crÃtico de los procedimientos. Este tipo de administrador de retenciones promueve la desactivación de la imagen dialéctica con el solo propósito de hacerse indispensable; es decir, de justificar su presencia en la nómina.