CUOTEO POLÍTICO EN ARTES VISUALES.

El debate en torno al cuoteo político en salud continúa en el diario la Tercera. El profesor de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, Rony Lenz, participa en la edición del 3 de diciembre, exponiendo consideraciones  que redimensionan las críticas, al establecer ciertas condiciones para no caer en posiciones analíticamente ingenuas. En particular, cuando establece –cito textual- que “la primera dificultad que enfrenta un gobierno es definir la línea divisoria entre cargos que dan gobernabilidad a un sector y los puestos técnicos que cautelan la salud de las personas”.


Rony Lenz plantea un problema que es totalmente expansible a nuestro sector: artes visuales. Nótese que no hablo de Cultura, en general. El principal problema de las artes visuales es que deben estar administrativamente subordinadas al sector Cultura. Podrían, ¿por qué no?, estar incorporadas al sector Economía. No solo porque se establecen entre sus producciones, determinadas relaciones de gran complejidad entre mercado de galerías, industria editorial, industria de los seguros, de los embalajes y de los transportes internacionales de obras, sin dejar mencionar el manejo de la “imagen-país”. Espero, pues, que se entienda esta reivindicación de la singularidad del sector artes visuales, como una garantía de su irrecuperabilidad. Al menos, es una hipótesis en la que todavía cifro algunas esperanzas.

Sin embargo, me permito hacer una observación a la distinción levantada por Rony Lenz. No habría una línea divisoria tan clara entre cargos que dan gobernabilidad y puestos técnicos. Quizás esa línea deba ser concebida como una franja de dimensiones variables, en que gobernabilidad y habilidad técnica sean espacios reversibles. No hay habilidad técnica consistente, en Salud sobre todo, si ésta  no se inscribe en una política  consecuente de(l) Servicio.

A lo que se apunta es a plantear de qué modo el perfil político puede ser garantía de gobernabilidad. Con lo cual se abre un debate sobre la contradicción entre gobernabilidad y perfil, al punto que ésta ha sido puesta en jaque de manera severa por la ausencia de perfiles definidos en la materia. Al final, el cuidado al que apela Rony Lenz, con toda razón, me parece, es de carácter político. Lo que enfrentamos es, de este modo, una crisis en la construcción del perfil. Me adelanto: cuando no hay perfil, solo existe el oportunismo.

Rony Lenz señala en su último párrafo que en la medida que se debilitan los proyectos colectivos se deja el espacio a las agendas personales. En algún lugar me he preguntado por la innecesaria existencia de entidades de Cultura, cuando en términos estrictos, la oligarquía convierte en proyecto colectivo sus gustos privados. Eso es lo que en el espacio artístico se denomina “hegemonía”.

Lo que queda por definir es en nombre de qué gran proyecto de simulación, la frase “proyectos colectivos” adquiere relevancia como política de Gobierno o como política de Estado.  Hacer la distinción resulta un eufemismo, a estas alturas de los encabalgamientos que tienen lugar en una y otra esfera de intervención de lo público.

En artes visuales, las calificaciones para los perfiles no son del mismo carácter que en sector Salud, por ejemplo, cuando se trata de recurrir a protocolos específicos, de cuyo cumplimiento depende la vida de centenares de miles de personas. En artes visuales, un agente desperfilado ni se nota, porque su acción no tiene más que la visibilidad del consumo inmediato. De la gobernabilidad de un Servicio de Salud depende la vida de comunidades enteras; en cambio, en artes visuales, la gobernabilidad es reducida al manejo de concesiones, cuyo efecto último es la sobrevivencia del propio aparato de manejo.

Es en este sentido que señalo la existencia de la figura del PARÁSITO, como un agente que está en perfecto conocimiento, de ahí su indolencia, de que su poder reside en la imposibilidad de ser sometido a “calificación técnica” alguna.  Su delegación proviene de un cuoteo que convierte en cargos la acción de mandaderos cuyos límites éticos están determinados por la Instancia Partidaria. En artes visuales, reconocido como un sector anómalo en la Economía Simbólica de la Sociedad Chilena, los mandaderos ejercen el rol de parásitos, pero con iniciativa regresiva-progresiva; es decir, saben de qué manera se deben desnaturalizar los proyectos complejos para poder convertirlos en programas de agitación.

A titulo de ejemplo menciono situaciones que debo enfrentar a diario en mi trabajo curatorial, cuando  debo lidiar  con direcciones ejecutivas y asesores ministeriales multipropósito que saben de entrada que frente a un concepto crítico de arte público, su tarea ya asignada es la de programar actividades del tipo “pequeña gigante”, en ciudades que viven su agonía encuadradas entre carnavales y quemas de Judas. Las distinciones que en he planteado en otras entregas, a propósito de la cuestión de las bienales, entre modelo curatorial y modelo de administración, adquiere una dramática dimensión en este contexto.

De ahí que el PARÁSITO tenga una doble función como agente de manejo de  intensidades sociales: por un lado, es un mandadero que rentabiliza la teatralidad del bufón diligente; por otro lado, es un reductor, un  operador que banaliza, que rebaja, que desactiva los protocolos sutiles de producción de ciudadanía. De ahí que en las artes visuales como sector subordinado en el sistema de baja dirección pública, el cuoteo sea la condición natural de su gobernabilidad.

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