OBJETIVO. FUNDAMENTO. DESCRIPCIÓN.

En el formato del Fondart, lo que define la tolerancia de un proyecto concursable es su sujeción al modelo trifuncional “objetivo/fundamento/descripción”. En el formulario del CCPLM aparece la misma tríada, pero invertida; descripción/fundamentación/objetivo. Finalmente, en lo que se ha dado en llamar “Documento de Trabajo para definición preliminar (de una) Política de Fomento para las Artes Visuales”, aparece una redacción que resulta subsidiaria de los formularios anteriormente mencionados, al dividir la masa textual en dos bloques: el primero, designa los problemas (centrales y específicos); mientras el segundo enumera los objetivos (centrales y específicos). De ahí, entonces, a cada problema, se supone, responde una iniciativa destinada a reflejar el estado de concreción de un objetivo.

Lo anterior no tiene nada que ver con una política de fomento, sino con el acomodo subordinado de una secuencia de nociones en las que el propósito es ajustar la reciprocidad de los términos. No importa que una acción coherente sea factible, sino que el texto de los formularios expresen su índice de completud.

Esto es muy parecido a lo que ya ocurrió con el montaje del texto “Chile quiere más cultura”, redactado bajo la responsabilidad de Ricardo Brodsky, hace ya varios años, cuando el ministro Weinstein se propuso entregar una herencia estrategizada a la nueva magistratura. En ese documento que se dio por llamar “política”, en verdad, lo que encontramos es más que nada un protocolo de muy buenas intenciones. En ese momento, eso ya era algo, aunque sin duda no se le puede reconocer a ciencia cierta como “política”. Tan solo es un acopio relativamente jerarquizado de problemas, sin ninguna orientación sobre los “modos de hacer”.

Cifré algunas esperanzas sobre la eventualidad de una política sectorial de artes visuales, formulada desde la experiencia que podían exhibir algunos agentes. Sin embargo, descubrí que había más energía política puesta en impedir que Arturo Navarro fuese ministro de cultura que en otra cosa. Esto es como en esos concursos de pintura en donde el ganador resulta ser siempre un tercero que surge de la anulación de los precedentes.

Así las cosas, el documento “Chile quiere más cultura” se convirtió en un fetiche textual destinado a ser repetido como jaculatoria en cada una de las ya afectivamente vigiladas y emotivamente autoritarias Convenciones de Cultura. Con todo lo que ha ocurrido en la escena internacional de arte contemporáneo, las autoridades del sector no han podido superar el modelo  determinante sacado de un curso de introducción a la metodología de las ciencias sociales en una universidad desacreditada. La fatalidad nocional que proviene de la articulación ritual entre “objetivo/fundamento/descripción” determina la deseada imposibilidad de una política de artes visuales.

Lo que no se ha dimensionado es que el título inicial de Brodsky de hace ya cuatro años tenía todas las de ganar en lo que a modificación retórica se refiere. ¿Qué duda cabe? “Chile quiere más cultura” fue siempre la delimitación de la cultura como aquello que se hace en Cultura. O sea, en Chile, cultura es lo que el Ministerio dice que es Cultura. Por eso, sus funcionarios son los que más saben de cultura.

En Chile, saber de cultura significa adquirir la astucia necesaria para trabajar en la construcción de  obstrucciones estructuradas y definitivas, sobre todo en dominios para los que no existe caudal alguno de pertinencia: en artes visuales. Cultura es nada más que un dispositivo de autoproducción  de formatos y procedimientos de reproducción de las propias condiciones de  empleabilidad del sector que le sirve de yacimiento.

Al revisar el texto del Documento de Trabajo, tenemos la convicción de que se trata de un nuevo texto fetiche que las instancias internas de control deben evacuar para cerrar sus informes anuales sobre manejo de procedimientos de simulación estructurada; es decir, se trabaja como si se tuviera entre manos una política de artes visuales en que  todo tiene que ver con el dominio sustitutivo y desplazatorio del “como si”.

En Cultura todo el mundo sabe que es así como ocurren las cosas, pero el comportamiento corresponde al de operadores animados por una curiosa fe de carbonero, que monta el siguiente enunciado: “sí, sí, ya sabemos que no es así, pero es como si lo fuera”. En esa lógica, no tenemos ministra de cultura, porque Cultura no es un ministerio, pero es como si lo fuera. No tenemos política de artes visuales, pero es como si la tuviésemos, porque hay una oficina que organiza jornadas sobre fomento.

Lo anterior se denomina acción de denegación desplazada, donde las estructuras de ensoñación administrativa pasan por sobre los imaginarios de sus operadores y se instalan como soporte simbólico de la simulación.

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