INDIGENCIA INSTITUCIONAL

Aquellos que se plantean objetivos para políticas públicas en artes visuales, lo primero que deben verificar es si poseen las herramientas para cumplirlos. Y no solo eso. Resulta fundamental saber si estas herramientas corresponden a la naturaleza y definición de sus tareas.

En artes visuales, la más alta autoridad responsable del diagnóstico, expresa en sí misma la ausencia de herramienta. No solo carece de ellas sino que se da a conocer como un ente inhábil, por no decir, impropio. No entraré a comentar que aquello que el ente denomina diagnóstico no es más que una enumeración de ausencias e indisposiciones. Llamar a eso diagnóstico resulta francamente un abuso de confianza.

En el caso de la enseñanza superior de arte, por ejemplo, el ente no tiene nada que decir, porque no posee un acabado conocimiento de lo significa ese espacio como un mercado subordinado perteneciente al gran mercado de la enseñanza universitaria chilena. El ente de cultura se propone intervenir en un espacio careciendo de pertinencia, porque la realidad de las escuelas no lo reconocen siquiera como un espacio de interlocución. Algunos piensan en implementar formas de acreditación, pensando poco menos que con criterios de Sernac. Sin embargo, ¿cómo va a acreditar algo una entidad que ni siquiera ha alcanzado la acreditación para realizar lo que ya ejecuta? ¿Quién acredita a Cultura para hablar de manera pertinente de artes visuales? ¡Y sobre todo, de enseñanza superior!

Tal es la indigencia en estas materias, que se propone realizar recomendaciones en materia de investigación, cuando ni siquiera en el espacio universitario esta cuestión ha sido resuelta. De manera que al promover iniciativas en este terreno lo que hace no es colaborar con las escuelas, sino que pretende sustituir una función que éstas no ejercen. Las escuelas no investigan. Y con toda razón. La investigación en y desde las artes en la universidad es un fraude. De este modo, el ente de cultura quisiera superar con otro fraude a aquel que ya ha adquirido proporciones considerables.

Sin ir más lejos, valga mencionar que aquello que el ente  promueve, apenas son becas destinadas a acrecentar el mito de una empleabilidad de retorno, como si los becarios fueran a especializarse a Barcelona, por decir, para volver al país a ocupar los cargos que la propia estructura de cultura aspira a explotar como yacimiento. Pero tampoco lo hace. Por ejemplo, todas las direcciones regionales debieran ser sometidas a concurso y entre las exigencias, debiera indicarse la obtención, a lo menos, de un magíster en gestión o en historia del arte. Pero todos sabemos que eso no garantiza nada. Justamente, porque no existe perfil del funcionariato para artes visuales.

Todo esto no deja de ser fatalmente gracioso porque todos los becarios regresan con el síndrome del gestor dependiente de un Estado que posee políticas, hasta para recuperar a las prácticas alternativos. Y regresan a un país donde toda práctica parece, en su indigencia, alternativa. O terminan ejerciendo de expertos en experiencias alternativas haciendo la vista gorda a la naturaleza de sus fuentes de financiamiento.

Es en el terreno de la circulación internacional del arte chileno donde el ente de cultura carece de total pertinencia, no solo porque adolece de un provincianismo que le impide entender el estatuto de las bienales, terminando por confundir una bienal con una feria, sino porque la circulación del arte chileno ha sido una tarea que en el Estado le ha correspondido a DIRAC y PROCHILE. El mencionado ente carece de lectura de la coyuntura internacional, susceptible de fundamentar una propuesta de política en este terreno, ya que debe competir con reparticiones que, aunque no tengan política, al menos poseen la experiencia de haber intentado formular alguna que sea. Mal que mal, iniciativas como “Copiar el Edén” funcionan como guía Silver del arte chileno y las hipótesis sobre la exportabilidad del arte chileno recién comienzan a superar el ámbito de la ficción.

Pero una cosa es la promoción de la circulación y otra cosa es la comercialización de obras. Resulta sorprendente que a los funcionarios de artes visuales les atribuyan la tarea de promover iniciativas de mercado, cuando en su mayoría fueron formados en escuelas que hacían de la posición de rechazo al mercado su plataforma heroica; es decir, ¿qué se puede esperar de un contingente educado en el rencor moralizante y el desmantelamiento de toda iniciativa privada?. Incluso, ni poseen relaciones orgánicas con el galerismo y el coleccionismo, porque la ley que los habilita no se los permite. En verdad, ¿qué podría hacer la oficina de artes visuales en pro del coleccionismo privado, si apenas ha podido sostener una sola idea coherente sobre coleccionismo público?

En lo que a formación de audiencias se refiere, está claro que el ente en cuestión no promueve políticas sino que organiza eventos. Cuando se habla de promoción sus funcionarios confunden la especificidad de las instituciones supuestamente involucradas y las mete a todas en el mismo saco, no sabiendo distinguir la diversa naturaleza de los públicos. Lo grave es que los equipos de artes visuales se dejan amedrentar por los resultados de los estudios sobre consumo cultural, en los que no se considera la especificidad diferenciada de los públicos de artes visuales.

Todo lo anterior es apenas un comentario inicial acerca de la trampa que estos funcionarios tienden a los agentes y operadores de artes visuales en la escena chilena. No hay diagnóstico, no hay consecuencia entre objetivos y herramientas, sino solamente un inventario de buenas intenciones que no alcanza para definir una política de acción.

Estas son las mismas observaciones que hace cuatro años hice al texto “Chile quiere más cultura”. Lo recuerdo perfectamente. Fue en un encuentro al que fuimos invitados, algunos operadores, en una de las dependencias de la Biblioteca Nacional. Todos los asistentes reconocíamos que si bien no era un texto que formulara una política, al menos delimitaba unos problemas. Han pasado cuatro años y no se puede, en artes visuales, seguir delimitando problemas. Estos ya han sido delimitados. Lo que se requiere son políticas de acción. Pero quien convoca carece de toda facultad para implementar políticas. Cuando lo hace, las malogra recurriendo al cuoteo, fomentando  más que nada la ineptitud conceptual y administrativa que satisface la paranoia de los recaderos.

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