RECADEROS Y PARÁSITOS EN EL CAMPO CULTURAL.

El  terreno de la novela resulta ser el más eficaz para resolver cuestiones de refugio político interior.  Más aún,  si se trata de pensar en nuestra coyuntura intelectual sobre la función de  la no-ficción como exilio.  De este modo, la crítica de arte pasa a ser nada más que una plataforma que trabaja a partir de elementos verosímiles pero que adquieren el carácter de un “biografema”; es decir, de una anécdota cotidiana de proyección significante. Este es el sentido que tiene en mis entregas anteriores las denominaciones “recadero” y “parásito” como figuraciones administrativas de actantes sociales que construyen la pragmática civil del gobierno de la Concertación, entendido como dinámica de manejo de los lugares sociales adquiridos. Se trata, en definitiva, de una novela sobre las formas de arribo de los rastignac de turno en el campo cultural  entendido como manejo excluyente de yacimientos  de empleos.  Aunque el objeto específico de las hipótesis acarreadas en los relatos que he puesto en movimiento sea mucho más vasto, abarcando las formas de control y vigilancia de poblaciones en riesgo social.

Desde el momento que los socialistas ponen a sus muertos en la mesa de los pactos y cancelan toda posibilidad de asumir sus responsabilidades históricas en provecho de una “estrategia griega”, de existencia de la política como delegación y despojo; es decir, como despojo de la delegación representativa que habían instalado como un  mito de conquista; todo su destino programático  queda remitido a la garantía  que le proporciona  su cómplice social-cristiano en la administración de las memorias  corporales.

No sin convicción el propio secretario Escalona sostenía  que el partido socialista había  “sido víctima privilegiada del terrorismo de Estado” (La Cuarta, 31 de diciembre del 2008). Lo que no dijo es cual ha sido la ganancia simbólica y administrativa obtenida por su gente mediante  la especulación discursiva de los nombres de unas víctimas convertidas en tesoros partidarios.  ¿No es acaso una valoración invertida de la represión sobre la que se funda su caudal político? Podríamos preguntarle si los análisis de coyuntura que justificaban las acciones de sus víctimas no ameritan iniciar juicios penales a los dirigentes responsables de las lecturas de la fase, por cuasi delito de homicidio. Sería deseable pensar en el efecto penal que podrían tener  determinadas decisiones políticas.

Lo que tenemos a nivel de gobierno es una gran crisis de administración de cuerpos a la deriva.  Mientras haya nombres flotando habrá  posibilidad de hacer cálculos  con los nombres propios de los caídos.  Esta parece ser la gran invención ética de la Concertación para los tiempos de su derrumbe: los nombres propios de la secta política dominante en el aparato, afinca su arrivage sobre la especulación de los nombres flotantes. La  reciente  colocación de la primera piedra del “museo de la memoria” viene a expresar la monumental expresión de los pactos de olvido,  poniendo en forma  una “animita” a la medida de la gran traición simbólica sobre la que se ha sostenido la explotación del erario.

Después de casi dos décadas,  el desgaste  de la extorsión simbólica hace insostenible la reposición del capital  victimal.  A los héroes cansados de vivir de las memorias suspendidas de la pérdida,  se les ha diluido la corporalidad discursiva  sobre la que cifraban sus esperanzas de manejo. Parece haberles llegado la hora de tener que  arriesgar los  propios  cuerpos, no pudiendo  disponer  a la fecha de la magnífica  plataforma de enunciación  que los legitimó sin mayores problemas,  como representantes de una conciencia universal  edificada en el equívoco cruce  entre progreso policial y control de poblaciones en riesgo social.  Pero llegado el momento,  ni siquiera Insulza estuvo dispuesto a correr el riesgo de ponerse en riesgo.

Lo anterior sostiene la gran ensoñación orgánica  de la actual ingeniería política, que  ha consistido en el  montaje de una convivencia basada en la producción de inseguridad.  Desde hace años vengo proponiendo la subordinación del consejo nacional de cultura al ministerio del interior, como articulador de estrategias  de  reforzamiento de la disolución del vínculo político, mediante la implementación de programas de consolación zonal por la vía del espectáculo de reparación express.

Mientras la legislación laboral asegura el control en el campo del trabajo, Cultura y Vivienda hacen lo suyo en el terreno del barrio; la primera, ocupándose de la agitación superestructural; la segunda, proveyendo los insumos infraestructurales; como versiones criollas de un chiste sobre la ensoñación marxista  del uso del espacio.

Para disponer de la flexibilidad administrativa que exigen las funciones descritas, los Recaderos y los Parásitos han sido las figuras capitales y capilares de la delegación representativa que autoriza la ficción de los Héroes de la Transición.  Para precisar,  los primeros son los portadores de la voz autorizada de sus mandantes e implementan  las medidas de control y vigilancia  de sus proyecciones en el cuerpo social: mientras los segundos hacen el trabajo sucio de la sustitución directa,  secuestrando las iniciativas ciudadanas para desnaturalizar sus efectos  orgánicos.

Esto es  tan solo un diagrama para un relato monumental de la Transición, considerando la no-ficción  como aquel refugio nocional  que permita  sostener la novela del recadero, como expresión literaria de la fisura transaccional de la democracia chilena; es decir, operación reparatoria de un hueco clase-mediano imposible de colmar, porque está concebido para ser rellenado solo desde el exceso de la reconversión oligarca, que escribe su reconfiguración desde el costo asumido por las  figuras volantes de las clases subalternas.

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