DE SECRETARIO A CONSERJE.

El 23 de noviembre del 2008 publiqué un texto en dos partes, que titulé “El secretario del Príncipe”.  Estaban referidos, principalmente, a las dificultades que presentaba Insulza para pasar de secretario a Príncipe.  Ambas funciones, siendo las figuras bajo las cuales se podía determinar las distinciones entre modelos de gestión política cerrada y modelos de gestión política abiertos. Esta distinción que proviene del campo del análisis de los sistemas de producción de imagen, nada más sirven para montar la ficción operante de sistemas orientados al manejo de la conserjería y sistemas previstos para conducir las grandes ficciones urbanas.  Para  entender la proyección de estas producciones de sentido altamente codificadas, basta con releer el capítulo XV de El Príncipe, de Maquiavelo. ¡Por favor! Que no se piense que Insulza es maquiavélico. Esto no tiene nada que ver con la representación banal que se pueda tener sobre los textos del florentino. ¡No, no, no!  Lo que sostengo es que Insulza no fue suficientemente “maquiaveliano”, porque habiendo querido ser candidato a presidente, solo le dio para conserje.

¿Qué hace un conserje? Se ocupa de la logística política del edificio; sostiene las condiciones de su habitabilidad; a lo más, conoce los chismes de cada piso y las intrigas de la cuadra, de la manzana. Pero un conserje carece de una ficción urbana. Insulza siempre fue conserje de Palacio; no le dio para sobrepasar la determinación de secretario y fundar su propio secretariado. Es decir, llegó a adquirir una cierta proyección de secretariado por sí mismo, pero no pudo pasar del secretariado al principado. En la teoría maquiaveliana ese paso está determinado por la capacidad de usurpación simbólica. Y en ese terreno cometió errores que hacen pensar sobre su calidad de analista. Primero, no dejó de pedir permiso al devorador presidencial; y en segundo lugar,  se dedicó a discutir de mecanismos de nominación y no a forjarse un Nombre. Es decir, un portador de ficción.

Los  secretarios, cuando desestiman  las condiciones infraestructurales que los pusieron en esos lugares de lucida subordinación,  dejan de poner atención en las señales que la propia  codificación imaginaria les ofrece; por ejemplo, en la repetición de ciertas formas, bajo las cuáles, quienes construyen la figura del emigrante salen malparados cuando intentan implementar sus estrategias de regreso. En verdad, el destino ya estaba sellado cuando montaron la figura de la emigración y la desmontaron en su eficacia simbólica, mediante  la otra figura del viajero temporal amenazante, que regresa por unos días a intrigar y dejar mensajes, para volver a partir,  sin entender que sus recaderos no harían más que diluir  el eco de sus propias palabras. Con gente así, digo yo, ¿adónde va a llegar la ficción chilena?  Lo que ocurre con los políticos chilenos no dista mucho de lo que ocurre en el cine chileno: crisis (endémica) de guionistas.

Lo que Insulza leyó durante la conferencia de prensa en que anunció su derrumbe fue nada más que una constatación del estado de desmembramiento de una noción de soberanía sobre la que la Concertación ha padecido. Cuando Insulza siendo  secretario de interior declara que si los torturados de este país acuden a los tribunales, lo que dice no es que éstos van a colapsar, sino que delata el colapso de su propia política de manejo, en que la obtención de información sobre desaparecidos pasa a ser un significante vacío en la negociación de su capital político, respecto del cual, los torturados entraban a alterar sus condiciones de  acumulación de fuerzas como vector de poder admistrativo, en el marco de una política de  suspensión permanente de la verdad.  En este terreno, Insulza no es menos responsable, por omisión y diferimiento, que quienes detentan el secreto institucional, porque ambos sujetos políticos, generales y secretarios, ponen los cuerpos sobre la mesa como un elemento de canje, en un  magnífico y perverso procedimiento que se puede traducir en la siguiente frase: canje medido por democracia vigilada. Eso es lo que el secretario selló como pacto de olvido regulado y regulable. De ese modo, selló su propio destino político, porque pasar de secretario en situación de portador de derrumbe de soberanía, a forjarse una imagen de Príncipe ¿orgánico”, no es posible.  De modo que el enunciado de su derrumbe no es vinculable a situaciones de apoyo grupal coyuntural, sino a un modelo de desmantelamiento del proyecto que hasta ahora ha sostenido  la permanencia de su propia generación,  en el estatuto de secretarización permanente de prácticas de reproducción de posiciones en la industria de la gobernabilidad.

En la entrega que hice el 9 de enero del 2009, bajo el título “Recaderos y parásitos en el campo cultural”,  he señalado que “el  terreno de la novela resulta ser el más eficaz para resolver cuestiones de refugio político interior.  Más aún, si se trata de pensar en nuestra coyuntura intelectual sobre la función de  la no-ficción como exilio”.  De este modo,  lo que de manera equívoca puedo sostener como crítica de arte, no pasa a ser más que una expansión de otras formas de ficción de carácter menor, cuya narratividad está determinada por la retórica del Informe Político. Insulza, secretario, especialista en redactar informes, olvidó la principal enseñanza maquiaveliana; a saber, que mientras la fortuna permanece en el terreno de la necesidad, la virtú se coloca deseo. Lo que en mi terreno de “teoría menor” se verifica en la distinción entre presidenciable y conserje.

Un presidenciable es un soporte de ficción urbana; un conserje solo se remite al manejo de los asuntos domésticos del Palacio. Lo más grave y decisivo es que mediante este derrumbe funcional, Insulza acarrea consigo el derrumbe de toda una generación,  que habiendo tenido el deseo del dominio  cívico, terminó haciendo trabajo de alta conserjería.

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