En La Nación del 14 de enero aparece una crónica patética de la presentación de los proyectos de la Trienal de Chile en el CCPLM. ¡Y eso que La Nación es el diario de gobierno! O al menos, se lee para satisfacer la crisis de auto-afirmación de los funcionarios. Pero asà y todo, resulta en extremo preocupante –supongo que para el propio gobierno-que desde La Nación se entregue una información tan mal redactada, tan sesgada, tan inoperante, que hace sospechar del fundamento polÃtico, si no, metodológico, de la crónica.
La mencionada crónica se inicia con una mención totalmente forzada sobre el proyecto fallido de la primera trienal, sin entrar en detalles, sembrando confusión al enfatizar las dificultades que ha tenido el proyecto, pero sin entrar tampoco en detalles sobre el rango de dichas dificultades. Y luego continúa con una redacción ramplona destinada a mencionar el carácter “bicentenarioâ€Â del proyecto, sin emitir juicio sobre la proyección de este hecho, para luego describir un conjunto de acciones sin mayor jerarquización y sin proporcionar elemento alguno de juicio acerca del sentido de ser, justamente, una trienal que contempla un mapa de acciones en cinco ciudades, armada tanto desde la necesidad de construcción de escenas locales como desde las fronteras institucionales del arte.
En sÃntesis: sin esas fronteras no habrÃa prácticas de arte. La Trienal, por sà misma, es un dispositivo de delimitación que opera allà donde instituciones clásicas ya no pueden satisfacer las demandas de nuevos actores sociales en situación de riesgo. La Trienal es un gran riesgo institucional programado, en que su sola expansión formal involucra una nueva relación con el arte público. De eso, la crónica de La Nación no podÃa dar cuenta, ya que su propia manera de hablar de la trienal denota el malestar que como medio expresa. La crónica no solo era periodÃsticamente incompetente, sino polÃticamente adversa. HabrÃa que preguntarse por qué, a su propio sub-director, por este cambio de mirada respecto de producciones radicales de arte contemporáneo, en las que el propio periódico ha estado comprometido.
Es de extrañar, entonces, la actual actitud de incompetencia facturada por el diario de gobierno, cuando el 26 de enero del 2006 fue soporte den una intervención radical de arte público.
Remito a los lectores, a los administrativos de medios y expertos en comunicaciones estratégicas, que re-lean la entrevista que la crÃtica de arte Barbara Morana realizó a Eric Beltrán, autor de la intervención, y que La Nación publica el dÃa 27 de enero: “Ayer ocurrió “algo†en la portada de este diario. Beltrán alteró La Nación tratando de recuperar en el lector la sorpresa inicial que genera el acto de leer por primera vez un texto. “Me parece que uno de los conceptos claves en la sociedad contemporánea es el de la edición. Mi trabajo es un estudio sobre cómo se construyen los marcos ideológicos que definen la realidadâ€, afirma el mexicanoâ€. Y agrega: “Los medios de comunicación son espacios públicos en la medida que son plataforma de discusión polÃtica. Me interesa crear una pequeña sorpresa en la vida cotidiana, una pequeña fractura en el momento de gestos casi inconscientes, como leer el periódico. Retornar a la sorpresa de la lectura y a las preguntas básicas. ¿Qué es esto que está escrito? ¿Por qué viene asà el periódico? ¿Quién decidió que esto se haga de esta manera? ¿Cómo se construye la información? (…) Se trata de una portada “escrita en espejoâ€. Pensé en producir una imagen muy fuerte que pudiese destacarse en los quioscos frente a otros medios. Fue muy interesante para mà porque el público pudo reconocer la portada de La Nación, pero se dio cuenta inmediatamente que algo pasaba. Se trata más bien de una desviación que de una alteración, ya que no hay modificación del mensaje, sino de la manera de presentarloâ€.
Los propósitos de Eric Beltrán no solo señalan el nivel de interlocución alcanzado por el diario La Nación, con el campo del arte, en enero del 2006, sino que menciona un punto que se revela hoy dÃa de gran importancia, a propósito de la expansión de la propia noción de arte público. Cuando el dedo señala la luna, el imbécil mira el dedo. Este es un proverbio chino que estaba escrito en los muros de Mayo 68. Se puede extrapolar a nuestra situación, relativo a la trienal y al modo cómo la administración ministerio-ceremonial termina mirando el dedo, respecto del arte público. Es lo que quiere la ministra, se nos dice. Grave y patética incomodidad para la autoridad que solo concibe como lÃmite de las prácticas lo que sus asesores desinformados le señalan. Desinformados en cuanto a sucumbir en una definición de arte público como espectáculo de ocupación escenográfica de las calles.
Eric Beltrán, ya en 2006, en La Nación de Santiago, ya hacÃa del periódico un espacio de reflexión crÃtica de lo público. De ahà que resulte sorprendente la incompetencia de las prestaciones informativas que La Nación exhibe, hoy, a solo tres años de haber sido soporte de experiencias radicales. No nos explicamos por qué esta regresión conceptual del medio. La Trienal, justamente, en su definición de arte público, más bien está en la lÃnea de lo que Eric Beltrán planteaba. La calidad del trabajo curatorial se merece una cobertura de mayor exigencia. Pero en cuanto a prensa cultural y a crónica local, “es lo que hayâ€.