LA NOVELA DE SUSTITUCIÓN.

Algunas voces han hecho sentir su malestar por lo que califican de “mi obsesión” por Insulza. En términos estrictos, debo señalar que el personaje solo tiene el valor de síntoma. Solo eso vale una mención especial, para descifrar el desfallecimiento de una política; es decir, “de un modo” de Hacer. De ahí que el modo en cuestión sea visible hoy día en sus condiciones de complejo narrable como “novela de la gobernabilidad”.

En alguna ocasión sostuve que la verdadera novela chilena de la época de la dictadura no se encontraba en los dispositivos llamados novelas, sino en el caudal discursivo de las ciencias humanas; es decir, en la escritura de informes de FLACSO. Era la novela sustituta del giro desmarxistizador de unos agentes que buscaban financiamiento acorde con los nuevos tiempos académicos. Según lo cual, los grandes montadores de ficción del período eran ni más ni menos que Moulián y Garretón, porque de lo único que hablaban era de los cuentos de origen; vale decir, de cómo omitir las condiciones partidarias de la caída de Allende y de cómo sacar en limpio el edificio argumentativo que sería financiado desde la hipótesis generativa del empate catastrófico de fuerzas. Esta era la construcción subsecuente que les permitiría  atravesar el desierto de las partidas presupuestarias distributivas que suponían la eficacia de los enunciados delegacionales: “ser la voz de los que no tienen voz”. Para de ahí, forjar la nueva ficción política sobre la base de la sustracción permanente de la palabra ciudadanía. Otra cosa es que no hayan sido ellos mismos quienes pudieran usufructuar de las inversiones reversivas de la Transición Interminable.

La novela del encubrimiento victimal dio paso a la novela de la gobernabilidad, la que a su vez fue subdividida en novela de la secretarización y novela del parásito. Entre una y otra subdivisión entitaria-representacional emergió la figura volante del recadero como agente de locución interministerial, tal como lo he señalado en entregas anteriores referidas, eso s,i, al campo exclusivo de las artes visuales. El esquema del palacio pasó a delimitar el espacio de la tolerancia administrativa y forjó la carrera de la conserjería, que motivó la reflexión sobre Insulza como falto de ficción urbana. Lo cierto es que no siguió ninguna enseñanza griega; es decir, no tuvo en mente  las primeras ficciones de la democracia ateniense, que a veces sirve.

La planta del Palacio remodelada a comienzos de los años ochenta marcó el efecto retórico del principio de la delegación política, bajo tres condiciones decorativas: en los patios, las esculturas concesionadas a Carmen Waugh; en los accesos, los uniformes de la guardia rediseñados de acuerdo a una estética ibañista del 27; y  en el muro, la reapertura de la puerta de Morandé 80. Digamos solo que esta última operación ponía en jaque el interiorismo pre-UP de Carmen Waugh y le desmontaba el defecto patético de su desfallecimiento de salón. La medida más radical de Lagos en La Moneda fue re-abrir esa puerta, dejando a Insulza sumido en la posición del reaccionario ilustrador de fachadas. Lagos intervino el edificio re-abriendo la herida para exhibir el umbral de su propia traición programática. Insulza le trabajó a la reproducción mimética de la corte, mientras el orfeón rearmaba su performance y desfilaba delante del monumento a Allende, encuadrado por dos lanceros.

En la medida que la concertación se hizo cargo de la Transición Interminable, la narrativa chilena volvió a quedar en manos de narradores, digamos, literarios. Esto demuestra que la ocupación temporal del rol ya señalado, solo tuvo lugar durante la dictadura, período fructífero en que variadas prácticas llamadas culturales no fueron más que espacios de sustitución partidaria, en el que los narradores de nuevo tipo provenientes de las sociología alcanzaron un reconocimiento político frustrante, pues luego de las históricas protestas demostraron no estar a la altura de sus  auto-representaciones y fueron barridos por quienes garantizaran políticamente su financiamiento externo. Cuando el movimiento social fue desactivado por los nuevos agentes de la reconstrucción simbólica, la novela regresó a su campo referencial habitual y la sociología de paso fue admitida en la industria de la gobernabilidad. Allí dejó de escribir en proporción directa con la defección estratégica de su dimensión crítica.

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