Para agregar más agua al caudal, en el editorial de La Tercera del 22 de febrero se puede leer lo siguiente: “A una semana del regreso de la presidenta de su viaje de tres dÃas a Cuba, aún reverbera el incidente que transformó esa gira en un traspié diplomático. Ello ha puesto aún más de relieve el hecho de que la visita de Estado no cumplÃa las funciones, más allá de las protocolares, que se insertaran claramente en la agenda de intereses de Chile”.
Recupero solo el primer párrafo. El resto del análisis apunta a determinar por qué Chile y Cuba carecen de intereses comunes. Este argumento será retomado al dia siguiente por Ascanio Caballo y merece toda la atención del mundo. Lo que captura mi intención de lectura es el enigma del protocolo, para cumplir con un propósito puramente narrativo. Finalmente, es por el cumplimiento de unos protocolos que se pone en movimiento un procedimiento de escritura. De este modo, el viaje a Cuba debÃa pasar a ser llamado “el viaje como farsa”. Aunque habrá que saber si la Presidenta está consciente de ser portadora de una especie de fatalismo histórico. En algún lugar, ella sostiene un modo teatral que la hace abandonar el escenario que presidÃa para correr a la cita con quien ejerce el dominio del Lugar y del Tiempo. Fidel no sabÃa que ella corrió para no llegar demasiado tarde; porque en una de esas, ni alcanza a llegar. Al no poder dominar la historia de un continente, al menos ejerce el poder en la ceremonia que lo mantiene como eso que es; es decir, un objeto de culto tardÃo. Asà las cosas, la Presidenta fue a hablar de Allende y de los avatares de una izquierda que existe (todavÃa) como demostración de la inhabilidad de la solidaridad cubana. De modo que después de este viaje, ya no hay deuda (la que fuere). Habrá, entonces, que agradecer a Fidel su discurso que fue un verdadero “discurso de despedida”, ya que en términos filiales, lo que ha hecho es un magnÃfico acto de des-entendimiento, que termina por eximir de falta a la presidenta.
Ella acudió a la cita y la cita estaba envenenada. El gesto de Fidel no fue una “des-inteligencia” ni tampoco una indelicadeza; fue más que eso; fue un intento de asesinato de imagen; fue un castigo por haber tenido -la presidenta- la osadéa de presentarse ante Él, como signo expresivo y especular de su derrumbe referencial. Y no se lo mandó a decir con nadie.
Sin embargo, la Presidenta no tiene un asesor literario que le pudiera explicar que Marx era un brillante escritor de mediados del siglo XX, que escribió “El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte”, en un contexto intelectual en que prácticas como la parodia, la sátira y la caricatura eran testimonios de una gran voluntad de resistencia y de contra-poder, en un momento en que se adquiere la consciencia que la propia historia habÃa entrado en su fase paródica.
En este punto, un eficiente asesor literario tendrÃa que haberla advertido, no de los efectos del párrafo inicial de la obra, sino de uno que más adelante se pregunta por la extraña costumbre que tienen aquellos que se sienten llamados a realizar la misión que su tiempo les tiene reservada, de vestirse para ello con los ropajes de una época anterior. De ahà mi pregunta: ¿con qué ropa fue la Presidenta a Cuba? Este serÃa el enigma del viaje. Lo que supondrÃa para el asesor literario la exigencia de ser además un asesor de vestuario.
No hay asesores que puedan exhibir una pertinencia semejante.