COLOCAR PROBLEMAS.

Las demandas de las comunidades no se recogen de manera empírica, sino  se construyen en el curso de una negociación entre agentes externos y miembros de una escena determinada. Si Pampa escrita hubiese sido una magnífica exposición, con mayor razón podríamos haber montado otras iniciativas de colocación de problemas. Finalmente, ¿para que se monta una Trienal sino para colocar problemas? Problemas cuyos términos contribuyen a la producción de ciudadanía. De todos modos, aún cuando no hayan sido retenidos, estos problemas existen y sus efectos en el campo del arte local ya han sido inventariados.

Estando en Iquique en  agosto del año pasado, en una reunión almuerzo con Sergio González en un restaurante cercano a la plaza de armas, éste me dice que me tiene una historia que me va a gustar escuchar.  Acto seguido me hace el relato de lo que reconstruye en su libro El Dios cautivo. Las ligas patrióticas en la chilenización compulsiva  de Tarapacá, 1910-1920, que yo no conocía.  No solo me gustó escuchar su relato, sino comprender de inmediato cuál era la perspectiva que se nos ofrecía, como Trienal, para colocar este problema, en particular.

El 12 de mayo del 2005 tuvo lugar el lanzamiento de la obra en Iquique, en el palacio Astoreca, con la asistencia de Lautaro Núñez (quien escribió el prólogo) y Luis Alberto Galdames Rosas. En agosto del 2008 recogíamos con Rodolfo Andaur una demanda implícita que se había instalado desde las conversaciones anteriores con el mismo Sergio González, acerca del papel de una trienal en la reconstrucción de las ruinas documentarias de la propia historia tarapaqueña.  No se trataba de ilustrar mediante una exposición, un libro. Sino más que nada, organizar desde el libro,  una dinámica reflexiva sobre un asunto complejo: la identidad tarapaqueña.

El libro habla de Tarapacá viejo (comprendido entre Camarones y El Loa) y los tarapaqueños de antes del año 1929. Tarapacá (o Tonupa Tarapacá) es uno de los  nombres que recibía el principal Dios Andino Wiracocha en la zona del Altiplano. La palabra cautivo es tomada desde un enunciado peruana, que después de la Guerra del Pacífico designa a Arica, Tacna  y Tarapacá como las provincias cautivas.  Sin embargo, hay una acepción suplementaria que se refiere al  momento en que los tarapaqueños que fueron expulsados a Perú a comienzos del siglo veinte, se llevaron a esta zona cautiva en el corazón. De esta manera construyeron en El Callao, lo que hoy se conoce como la Urbanización Tarapacá, que es una especie de comunidad imaginada de esta tierra que guarda las tradiciones y su identidad, destacando las calles que llevan los nombres de Canchones, Pozo Almonte, Huara e Iquique.

La otra palabra que aparece en el título, como si hubiera que someterla a exclusión, es compulsiva. Hubo chilenización del territorio, pero compulsiva. ¿Qué significa eso? Simplemente, la aparición de Las Ligas Patrióticas. Con eso basta para comenzar a discutir de migraciones y fronteras, que en arte contemporáneo ya se ha vuelto un género académico. ¡En el rubro bien pensante de arte y política, las migraciones son todo un tema!

En el debate que instala este libro, Sergio González señala que el Tarapacá que queda ahora en Chile ha desaparecido como identidad local, “porque el ser iquiqueño, por ejemplo, ha subsumido la identidad tarapaqueña”. De este modo,  la situación planteada se conecta con los efectos de su propia investigación, a lo largo de numerosas visitas que el investigador realiza a El Callao. Estudio que se conecta con el de la profesora Rosa Troncoso,  de la Universidad  Católica de Lima, realizadora de un documental sobre Urbanización Tarapacá. ¿Cuánto costaba todo eso? Montar la proyección, invitar a Rosa Troncoso, conducir el debate. Eso. ¿Un millón de pesos? No es el caso, sino la decisión política y la voluntad editorial de hacerlo.  De todos modos,  lo positivo de este procedimiento de negociación con las comunidades académicas locales ha sido la organización de la demanda sobre la cuestión de la migración y de la permanencia de un trauma histórico y simbólico que le correspondía a la Trienal levantar. No debe haber drama.  La Trienal existe más allá de si misma, en la actitud analítica de quienes compartimos su proyecto inicial. Este es un punto que gente como Sergio González entiende a cabalidad, porque el trabajo de colocar estos problemas –que él coloca en sus estudios-  permite conectar materialmente una memoria local compleja con sus ruinas simbólicas.  Para eso hacemos una trienal.

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