Las candidaturas son grandes productoras de gestos ceremoniales. Ha llegado el tiempo electoral para la constitución de las comisiones de cultura. El jueves 28 de mayo, un conocido mÃo -afectado al campo de la teorÃa literaria- asistió al encuentro de funcionarios de cultura por Frei. Porque de verdad, era una reunión de funcionarios. Y eso hace toda la diferencia.
PodrÃa haber sido convocada para reunir a los artistas de teatro, a los artistas visuales, a los músicos, etc. Pero no. Lo primero es lo primero. Se debe “encuadrar a los encuadradores†principales. Luego vendrán los encuadradores por sector. Eso explica que en esta reunión se encontrara presente una directora de gran servicio y un jefe de gabinete; que definÃan la lÃnea de rango de la que debÃa colgarse el contingente.
El personal provenÃa principalmente del Consejo de Cultura, de la DIBAM, del MINEDUC, de la Comisión Bicentenario y de fundaciones apadrinadas mediante procedimientos que en cualquier paÃs del mundo serÃan objeto de investigación por incompatibilidad ético-familiar. Todos ellos acudÃan a un llamamiento ambiguo que los inquietaba al punto de llegar a dudar de la permanencia en sus cargos. Algo asà como una convocatoria mirarse las caras, pasar(se) revista y vigilar el orden de los derribamientos a la hora de constituir las mesas de trabajo.
Una de las grandes ficciones accionales de esta gubernatura ha sido la invención del concepto mesa-de-trabajo.
Los lectores tendrán que rendirse a la siguiente evidencia: solo quienes carecen de poder organizan comisiones en una campaña. Una comisión es un punto de visibilidad. Todos desean ser vistos (ocupando un lugar). Los que tienen el poder de la campaña lo ejercen en otro lugar, donde ya han sido potencialmente definidos los equipos para “encarnar†el programa y, eventualmente, formar parte del nuevo gabinete y sus delegaciones debidamente jerarquizadas.
¿HabÃan visto ustedes que los economistas, por mencionar un caso, formen una comisión para redactar el programa económico? Los que hacen eso no merecen estar allà donde aspiran estar, porque se prestan sin que nadie se los pida para el juego del desplazamiento ceremonial que corresponde. Y claro, siempre se va a encontrar a alguien que se disponga. La historia de las últimas campañas ha proporcionado traumáticas enseñanzas. Pero nadie ha querido aprender que aquellos que ocupan la visibilidad inicial terminan siendo devorados por la saturación expositiva.
Hay quienes en la última campaña asistieron a todas las reuniones de “la gente de cultura†y se pasearon por varias comisiones, porque habÃa varias, y al final, no pasó nada con ellos. Las nominaciones ministeriales se pierden o se ganan en la puerta del horno. ¡El sÃndrome “fragua de Vulcano†de la designabilidad! Para llegar hasta allÃ, no era preciso pasar por ninguna comisión. HabÃa, sin embargo, que estar comisionado desde otro lugar. Y aún asÃ. Porque la comisionalidad es una construcción polÃtica compleja que no se resuelve, justamente, en la temporalidad de las comisiones, sino en la decretalidad negociada que se hilvana en los salones del PrÃncipe.
Mi informante está de acuerdo conmigo en que la hora para la ceremonia de la esperanza distributiva se hizo notar con demasiada descompostura. La angustia de la re/colocación definirá los próximos meses, dotando a la campaña del principal ingrediente: la unidad que proporciona el temor colectivo. Por vez primera, los agentes de segunda tienen miedo de quedar en tercera.
El complejo de fin de gobierno ha invadido el espÃritu de los funcionarios, en proporción directa a la representación fantasmal de la derrota . Ya no se trata de disputar la nominación preparatoria para “desear†un ministerio o “palpar†una sub-secretarÃa. Lo que está en juego, ahora, es la unidad imaginaria y administrativa del bloque DIBAM/MINEDUC/CONSEJO(de)CULTURA.
Por fin, esta puede ser la ocasión para que desde la DIBAM le pasen la cuenta polÃtica a los de Cultura. Nunca habÃa visto que una jefa de servicio de un ministerio le llamara la atención en público a una ministra de otro ministerio. Sin recibir sanción pública por ello. Porque lo que pasa es que la DIBAM pesa, polÃtica y culturalmente hablando, significativamente más que un Consejo de Cultura por entero, con jefe de gabinete incluido.
En DIBAM –nos guste o no-, está la cultura dura del paÃs, mientras que el Consejo solo está para organizar el espectáculo de la blandura. Esta es la diferencia que se establece entre un archivo y un local de compra-venta de revistas. ¡Con todo lo que me gustan estos últimos! Pero la densidad de un archivo no se cambia por nada.
Magistral, Nivia Palma, con aire de inspectora general, llamándole públicamente la atención a Paulina Urrutia. ¿Ya nadie se acuerda? ¿Quién va a dominar en esta comisión estratégica? Es solo un botón de muestra de la gran desagregación orgánica en ese sector irreparable de la conducción gubernativa. No hay que olvidar que se habÃa instalado un contencioso en torno a un proyecto de Instituto del Patrimonio, que en los hechos significa  des/dibamizar la gestión del imaginario republicano en provecho de la restauración simbólica de la oligarquÃa chilena.
Ya lo he mencionado en otras entregas: existe un ente de Cultura solo para encubrir la energÃa social de las poblaciones vulnerables. Los in-vulnerados no requieren la existencia de Consejo de Cultura alguno, porque tienen el poder de convertir en polÃtica pública el gusto de su facción hegemónica de clase. De modo que todo el encatrado montado para sostener la-institucionalidad-cultural, ha sido concebido para congelar el deseo de las clases sub-alternas, de modo que no molesten a los otros con sus demandas.
¿Qué es lo que desean los Grandes? Dominar. ¿Qué es lo que desea el Pueblo? Simplemente, no ser dominado. Pequeño breviario maquiaveliano a la hora de organizar una de las (tantas) comisiones de cultura. El chiste en función del que se organizará el perÃodo de sesiones de esta comisión, consiste en pensar que Bowen propondrá el traspaso del Consejo de Cultura a Un techo para Chile.
En el caso de las polÃticas de patrimonio, para desmantelar el adquirido básico de una tradición, solo bastó sub-arrendar los servicios de agentes sin historia consistente en la materia. Para realizar este cometido, siempre hay disponible un cierto tipo de intelectual solÃcito y experto en solución de conflictos que se ofrece antes de que lo pidan para satisfacer, curiosamente, las demandas mediatizadas de la oligarquÃa en el campo cultural. Aunque después de Curepto, no hay obra de teatro en poblaciones que supere la experiencia de la sustitución representativa de los cuerpos.
Lo realmente significativo es que en esta ocasión, la comisión de funcionarios de cultura de la candidatura de Frei no se reúne para evaluar, por ejemplo, digámoslo, el número de iniciativas realizadas, contenidas en el famoso documento de las 52 medidas. Ni tampoco lo hace para diseñar medidas que apunten a recalificar la producción de ciudadanÃa. Simplemente, LO QUE LOS CONVOCA ES EL MIEDO a que la producción de ciudadanÃa deje de ser la letra muerta que ellos mismos han impreso en sus hojas de servicio.