Camino a la premiación del Cultural Chandon, en Tucumán, corté por la peatonal de las Muñecas en dirección a la Plaza San MartÃn. Unas zapatillas de infantes llamaron poderosamente mi atención. Al punto de provocar un dolor súbito e indescriptible. Me detuve frente a la vitrina. Allà estaban, el par de zapatillas, de número entre 22 y 24. Proporcionadas. Con su punta de goma y un largo de planta en un tercio mayor que el ancho de pie, dan la sensación de abrigar unas empanaditas. Cuando aumenta el número se pierde esta relación proporcional. La sola visión de este par de zapatillas infantiles atrajo sobre mi memoria el nombre “Championes”. Ingresé al local y le pedà a una de las jóvenes que atendÃa que me mostrara el par de “championes”. Ella se mostró sorprendida por mi solicitud y me corrigió la marca: “son Topper”, me dijo. A lo que repliqué: “SÃ, pero se parecen mucho a las championes”. Ella volvió a insistir mientras me las enseñaba: “Pero estas son Topper”.
En 1971, se presentó en mi casa de Ñuble con San Diego, un hombre joven, aunque mayor que yo, que hablaba con acento uruguayo. Me pregunto: “¿Vos sos Justo? Vengo de parte de Alejandra, de Montevideo”. En efecto, Alejandra habÃa venido de visita con unos compañeros de secundaria, dos años antes. Eso era, en el verano de 1970. El año de la elección de Allende. De ahà que ella le diera mi dirección a alguien de su confianza, en fuga.
La visita era un militante de una organización anarquista que habÃa abandonado el Uruguay con documentos falsificados. Hablamos mucho para disipar la desconfianza. La hago corta: habÃa dejado Uruguay con su compañera. TraÃan dos niñas, de cuatro y cinco años, de matrimonios diferentes. Eran la propia imagen de la derrota polÃtica, en un paÃs que iniciaba una “experiencia socialista”. Bien. Eran derrotados. Solo querÃan recomponer sus vidas. HuÃan con las niñas. Buscaban trabajo. Buscaban un nuevo horizonte subjetivo. Nos hicimos amigos. Eran mayores que yo. Significaban el mito de la derrota que venÃa, que ya estaba escrita en los textos que no deseaba interpretar en un sentido real.
Se instalaron en Santiago. Las niñas comenzaron a ir al colegio. Ellos vivÃan de trabajos menores diversos. Hasta que en un momento, me confiesan que para obtener sus residencias deben arreglar sus papeles, puesto que ingresaron de modo irregular al paÃs. Pese a mi juventud y a mi candidez polÃtica, poseÃa contactos que les permitieron regularizar sus antecedentes y proseguir con la vida que llevaban, en esta “tierra de asilo contra la opresión”.
Vino el Golpe Militar y ellos fueron citados a policÃa internacional. Antiguos militantes que eran, analizaron la situación y pensaron que en un segundo interrogatorio quedarÃa al descubierto su ingreso irregular. Ello podÃa significar una expulsión hacia el Uruguay. De ahà que resolvieron asilarse en la embajada de Finlandia, porque suponÃan que tenÃan un contacto que los podrÃa trasladar desde allà hacia otra embajada.
VivÃan en calle Salesianos. Tomaron el micro hacia el centro. Decidimos que yo los seguirÃa en bicicleta, para cubrir la retaguardia. Llegamos a Ahumada, frente al banco de Chile. Allà se bajaron, apurados, a mitad de cuadra. Se suponÃa que una oficina de la embajada quedaba en un edificio, frente al banco. No podÃan traer maletas, para no despertar sospechas. De este modo, llevaban unos bolsos de mercado. Entre ellos, una bolsa de papel kraft que se rasgó por entera en el momento del apurado descenso.
Dejé mi bicicleta apoyada contra el muro y corrà hacia el lugar en que se habÃa esparcido el contenido de la bolsa. Era la ropita de las niñas, doblada con extrema delicadeza. Y entre ellas, un par de “championes” de una de las niñas. Recogà todo y lo volvà a envolver en el resto del papel, mientras ellos tomaban a las chicas de la mano y cruzaban la calle. Apreté lo más que pude el papel y las prendas, de modo que quedaran como un paquete arrugado. Nos abrazamos a la entrada de la galerÃa, en el edificio. Luego tomé la bicicleta y regresé a casa. Al cabo de unas horas, una amiga de ellos me telefoneó. Todo habÃa salido mal. No habÃan podido asilarse. No regresarÃan a la casa, porque ya los habÃan allanado.
Al dÃa siguiente, era sábado. Golpearon a mi puerta como a las once de la mañana dos personas. La amiga que habÃa telefoneado el dÃa anterior y un hombre que alguna vez me habÃa sido presentado. Era sociólogo y trabajaba en la FAO. VenÃan a comunicarme que esa mañana los habÃan podido hacer ingresar a la embajada argentina. A los padres, a la niñas, con sus ropitas y sus “championes”.
En Tucumán, a treinta años de ese incidente de rotura de la bolsa de papel y de la disposición traumática de las “championes” sobre la vereda, se acelera mi conexión subjetiva con los objetos recuperados por esta poética de la delicadeza de la que hablaba Paulo Sergio en su conferencia.
Septiembre 2005