La Donación de la Diputada Isabel Allende

La semana pasada, en declaraciones a Las Ultimas Noticias, Isabel Allende, presidenta de la camara de diputados señaló que ha remitido a dicha corporación, todos los regalos que recibiera de parte de delegaciones que asistieron al congreso mundial de parlamentarios.

La noticia fue, curiosamente, resaltada, como un acto de probidad extraordinario. En verdad, este gesto de la diputada Isabel Allende resulta saludable, en un marco de extrema visibilidad de faltas de probidad de un cierto número crítico de funcionarios públicos. Si bien un diputado no es un funcionario, el gesto de Isabel Allende parece apuntar a afirmar la probidad, al menos, de los miembros de su corporación. Pero, ante grandes dudas, grandes respuestas. Este gesto, frente a la magnitud de las dudas ciudadanas, aparece como una burla, por lo anecdótico de su alcance.

Esta situación, en otros países está normada. Es decir, cuando un miembro de una corporación recibe presentes de parte de enviados oficiales extranjeros, resulta evidente que éstos son remitidos inmediatamente al acervo de ésta. Lo que plantea, de paso, el problema de su almacenamiento, conservación y clasificación, para un futuro “museo de presentes”. Es curioso imaginar esta situación cuando el congreso debe pedir prestado a otras reparticiones las pinturas que cuelgan en sus muros. O sea, cuando ni siquiera posee un “museo del congreso”, o algo así como una “colección de arte del congreso”. Pero este serí el objeto de otro artículo.

En Chile, el gesto de la presidenta de la cámara no debía ni siquiera haber tenido prensa. La diputada habría cumplido, simplemente, con su deber. El punto no es “tener prensa”, lo que en rigor, no puede ser objetable, sino más bien bajo qué condiciones tenerla. En nuestro país, cuando los personajes públicos cumplen con su deber, se las agencian para que dicho deber sea percibido como un acto de donación, respecto del cual la ciudadanía debe quedar en deuda. ¿No será el residuo, en nuestra vida parlamentaria, de gestos de un añorado paternalismo oligarca?.

La premura de la diputada Allende por dejar en claro su desprendimiento, pone en escena una situación en la que personal e institucionalmente está comprometida; a saber, su persistente negativa a resolver el estatuto que debiera regir las relaciones entre la Fundación Allende y el Museo de la Solidaridad Salvador Allende.

Tengo conocimiento que desde fines del año pasado, el comité directivo del Museo Allende le planteó a la diputada Isabel Allende la necesidad de resolver con prontitud dicho estatuto y que ella, a la fecha, no ha respondido. En concreto, dicho estatuto tiene que ver con la propiedad y destino de las obras del museo. Esta es una vieja cuestión, que el regreso de las obras recolectadas durante la dictadura, en el extranjero, y su juntura con las obras existentes en el país, que fueran recolectadas durante la Unidad Popular, no ha resuelto. La actual situación de dependencia del Museo Allende respecto de la Fundación Allende, es el producto de una decisión salomónica, inventada durante el gobierno del presidente Aylwin. Nadie quiso entender, en la época, que eso fue una extorsión política de la familia Allende, mediante la cual se hizo de un activo simbólico que justifica, hasta hoy, la propia existencia de la Fundación Allende.

Seamos claros: el Museo Allende se basta por si mismo. La Fundación Allende debe justificar su existencia. ¿Es acaso una fundación destinada al estudio y preservación de la memoria del presidente Allende? Si ello es efectivo, entonces no ha desarrollado plan orgánico alguno de investigación y difusión en dicha perspectiva. Y si ello existe, sería oportuno que ello fuese puesto a disposición del público.

Lo que parece ocurrir, más bien, es la explotación, por parte de la Fundación Allende, del activo simbólico del Museo Allende. Esto Es, no existe relación necesaria entre Fundación y Museo. Es más: el desarrollo de un plan de desarrollo museal para una entidad particularmente anómala, en la historia museal contemporánea, requiere de un estatuto de independencia, que no lo subordine a la “historia de una familia”, sino que se haga efectiva su pertenencia “al pueblo de Chile”.

Esta noción, escrita de manera precisa en los textos fundacionales del museo, sin embargo posee hoy en día, múltiples interpretaciones. Por eso, me parece necesario que a treinta años del golpe militar, un buen acto de conmemoración, pudiera estar configurado por la apertura de una amplia discusión sobre el destino del Museo de la Solidaridad Salvador Allende. Debate que, para comenzar, debiera responder las siguientes preguntas: ¿De quien son las obras? ¿De la Fundación Allende? ¿Del Museo Allende? ¿En virtud de qué decretalidad? ¿Se justifica una dependencia entre el Museo Allende respecto de la Fundación Allende? ¿No coharta, esta dependencia, el desarrollo del Museo Allende como un museo de arte contemporáneo? ¿Cual sería el grado de necesidad, para el Museo Allende, de contar con la garantización de la Fundación Allende? ¿Qué tipo de garantía, en el arte contemporáneo, dicha Fundación otorgaría? ¿Es acaso posible, sostener hoy día, que la Fundación Allende representa “al pueblo de Chile”, que es a quien los artistas donaron sus obras?

Mayo 2003.

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