En la ACCIÓN MATUCANA, algo a nivel del establecimiento de la lista de invitados a la performance fue erróneo, conceptualmente hablando. No todos los invitados pueden ser situados en el mismo plano funcional ni funcionario como para ser considerados en un mismo saco polÃtico. Esta acción fue la primera agresión.
Resulta difÃcil entender cómo los amigos de Matucana 100 pudieron incluirme en una lista semejante, sabiendo de antemano que pongo extremo cuidado en compartir espacios públicos con determinados agentes. Ellos buscaron inculparnos poniéndonos a todos juntos en un mismo formato de reunión: la pieza de antesala. Esto se denomina castigo por homogeneización forzada de referencias.
La segunda agresión consistió en haber sido convocado para una cosa, cuando en términos estrictos, la invitación no era para asistir a una performance de Santiago Sierra, sino para ser objeto de otra cosa, que ni siquiera era un trabajo de Sierra, sino que éste fue producido como comodÃn para el trabajo que he denominado ACCIÓN MATUCANA. Son cosas muy distintas. Y en la lógica del propio trabajo de Sierra me cabe hacer respetar todos estos detalles.
La tercera agresión fue la de conducirme a comparecer frente a doscientos ciudadanos peruanos, como objeto de acometida de sus miradas. La burocracia que habilitaba el trabajo funcionó a la perfección: como sujeto, fui objetivizado, rebajado simbólicamente a ser expuesto frente a la mirada pagada de un contingente humano que debÃa denotar hostilidad.
Ya no somos sujetos; somos actuados por la estructura de las migraciones. Pero esto omite el hecho de que, en la práctica de nuestra autonomÃa de trabajo, ocupamos un estatuto similar al de los inmigrantes, en una estructura productiva análoga.
ACCIÓN MATUCANA montó un dispositivo destinado a des/solidarizarme de aquellos en quienes simbólicamente me puedo reconocer. Tal es la fragilidad de mi propio estatuto laboral, tanto en el mercado de la enseñanza superior de arte como en el mercado de la “gestión culturalâ€.
Ser invitado a ver una obra y terminar siendo visto “como obra†es el resultado de, a lo menos, un abuso de confianza estructural.
En dicha operación, Matucana 100 produjo mi reducción subjetiva y redobló la hostilidad de la mirada de los concurrentes, al registrar la acción sin mi autorización expresa. Tengo el derecho, pues, de impedir legalmente el empleo editorial del registro de mi persona y solicitar su “congelamientoâ€. Esta es una posibilidad que debiera estar contemplada en el propio trabajo de Sierra.
Sin embargo, lo que debo exigir no es dicho congelamiento, sino más bien hacer cumplir la garantÃa de que mi comparecencia en dicho dispositivo editorial debe ser completa, sin corte, sin interrupciones, para que se comprenda el carácter de mi propia intervención, como respuesta a una agresión formal frente a la que no me cabe guardar silencio.
Este es un asunto propicio para discutir sobre las jurisdicciones que les cabe a quienes producen los montajes, respectos de sus autores, en el sentido que la autorÃa ha sido, en este caso, compartida desde las condiciones de ubicuidad inicial de este trabajo en la coyuntura chilena de diciembre del 2007.