La producción del catálogo “La sociedad de los artistas” (2004) debe ser puesta en relación con “Macro en Recoleta” (2006). A propósito del primero se realizó en Rosario el seminario de capacitación en gestión, manejo de colecciones y diseño de muestras en museos de bellas artes. Digamos que este debe ser el eje de una polÃtica de artes visuales en lo relativo a plan de desarrollo de un museo nacional de bellas artes. Dejémoslo hasta ahÃ. Hago la mención que en el Museo de Arte de Lima, también, poseen un criterio sobre manejo de colecciones y diseño de muestras. Agrego a la lista al Museo del Barro, de Asunción.
Sin embargo, hay que mencionar que este seminario rosarino del 2004, viene a culminar un proceso que ya habÃa sido puesto en marcha en 1996, involucrando al museo etnográfico JB Ambrosetti, de la Universidad de Buenos Aires, y que habÃa continuado en 1998 en el museo histórico regional de la colonia San José, en Entre RÃos. Una tercera intervención fue realizada en el museo municipal de ciencias naturales de Mar del Plata y luego el de La Plata.
Mencioné que Fundación Antorchas estuvo en la gestión del programa. Hay que nombrar a quien fuera el responsable de ello, Américo Castilla, quien hoy dÃa es director de patrimonio de la nación (Argentina). Y señalo que la palabra que hace sentido en esta relación es la palabra COLECCIÓN. De ahÃ, una exposición que pone en valor la colección reorganiza la historia local. Y poner en valor implica disponer, montar, en el museo, un departamento de investigación. ¿Obvio, no? Cada dÃa descubrimos la pólvora. Lo señalo en relación a los ejes de una polÃtica nacional de colecciones públicas.
En el catálogo “Macro en Recoleta”, Nancy Rojas, jefa de investigación del Macro, escribe: “Como punto de partida para comenzar a abordar esta colección, que será visualizada antes como totalidad que por sus piezas individuales, cabe señalar que los criterios y ejes que definieron las decisiones en el proceso de su conformación determinaron una polÃtica y un posicionamiento diferencial ante ciertas versiones de la historia del arte argentino”. Y agrega que la colección “prescribe un afán por cuestionar aquellas perspectivas que pretenden formular un tipo de discurso sobre el arte argentino, basado en esquemas donde cada obra deberÃa adecuarse a una categorÃa funcional a la perspectiva en boga. Asimismo, coloca un nuevo ingrediente en la esfera del debate: la problemática relación entre las escenas locales del paÃs y la concepción de lo nacional”.
Fernando Farina no tenÃa para qué hablar, puesto que todo ya habÃa hablado respecto de las relaciones de local y lo nacional, a propósito de esta colección. Sirva esto de ejemplo sobre cómo es posible desde la esfera pública concentrar los esfuerzos en construir una colección como proceso de lectura, en oposición a preocupaciones destinadas a cómo incorporar al arte latinoamericano en el mapa cultural propuesto por un modelo de globalización en que se privilegia las “curatorÃas de servicio”.