El 19 de marzo se inaugura en la GalerÃa de Arte del SESI de Sao Paulo, la exposición de una selección de las colecciones del Museo Allende. El concepto de solidaridad ha sido severamente transformado por las vicisitudes del propio campo identitario de la izquierda, por lo que prefiero hablar a secas de Museo Allende. Al menos sabe uno a que atenerse. La solidaridad primera fue con el procedimiento de reformas encabezado por el presidente Allende. La solidaridad segunda fue con la resistencia. La solidaridad tercera será con el proyecto del Museo Allende, como sÃntoma y emblema de una historia compleja. De hecho, ya ha comenzado en Chile la tercera fase de recolección de obras, para reforzar el compromiso del museo con el arte contemporáneo.
Lo anterior nos pone en directa polémica con quienes pensaban que las colecciones eran un caso cerrado y que solo debÃan remitirse a reproducir el mito anecdótico de las epopeyas iniciales. Con eso no se hace musealidad crÃtica. Y de lo que se trata es de producir y montar estrategias de manejo de colecciones que conviertan al museo en un referente, no solo para la validación de este trabajo, sino para validarlo como un dispositivo educativo que opera en la primera lÃnea de la reparación.
El propio emplazamiento del Museo Allende es un buen problema a gestionar: contiene un Memorial, un Museo de Sitio de la Represión y un Museo de Arte Contemporáneo. ¿Quién se atreve a montar una institución a partir de esta articulación compleja? Esto implica reflexionar sobre la musealización de la memoria, asà como poner en función unos mecanismos flexibles de investigación de colecciones, en un paÃs donde el Estado mantiene una vergonzosa deuda histórica con la musealidad de artes visuales. Pero además, obliga a trabajar un diseño educativo que haga circular el nombre Allende en la propia enseñanza de historia. Es preciso levantar la censura sobre el estudio y el conocimiento de momentos traumáticos de nuestra historia. El manejo lúcido y crÃtico de colecciones debiera poner al Museo Allende a la cabeza de la investigación museal.
Emanoel Araujo es un artista brasilero que dirige el Museo Afro-Brasil. Le cupo la responsabilidad de preparar el proyecto museográfico para la sede de la calle República. Mi temor, cuando se habló del traslado, fue que el museo se convirtiera en un centro cultural disperso como los que estamos acostumbrados a conocer. La triple condición de Memorial, Museo de Sitio y Museo de Arte le imprimÃa a la sede nueva una responsabilidad edificatoria de primera magnitud. El museo es un dispositivo de investigación y de construcción de identidad social a través de la educación. Cada pintura, cada objeto, cada pieza de su colección es una excusa para trabajar sobre historia, para conectar intensidades emocionales y orientar reflexiones reparatorias.
En su estrategia de reconocimiento, el Museo Allende debe trasladar sus colecciones y estar presentes en lugares relevantes que le permitan ser reconocido como un interlocutor institucional por la musealidad internacional.
El proyecto de Emanoel Araujo ha consistido en tomar como núcleo articulador de la exposición las obras que dialoguen con momentos fuertes de la escena brasilera. Por esta razón, tiene un inmenso valor la presencia de obras de las abstracción geométrica, entre las que destaca la pieza monumental de Frank Stella.
El caso es que en un medio artÃstico tan exigente como el paulista, piezas de Stella, Miró, Matta, Cruz-Diez, Soto, SeguÃ, Noé, Tapies, Vostell, Rancillac, estén expuestas bajo la rúbrica del Museo Allende, satisface dos importantes objetivos. Por una parte, hacer visible una estrategia de manejo de colecciones, y por otra parte, recuperar un hilo en las relaciones culturales y polÃticas chileno-brasileras. En verdad, uno de los artÃfices de la formación de la primera colección del museo fue Mario Pedrosa, critico de arte, intelectual de primera lÃnea, que en ese momento se encontraba como refugiado polÃtico en Chile. Cabe señalar que respecto de la fundación del PT, Mario Pedrosa fue portador del carnet número uno, lo que lo convirtió en una especie de presidente honorario. Para dimensionar esta anécdota, el presidente Lula tiene el carnet número tres.