La tarjeta de invitación para la apertura de la exposición “Memorias de la colección”, en el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, el sábado 31 de marzo del presente, reproduce un fragmento de la pintura “Nueva York numero 4” (óleo sobre tela, 195 x 130 cms, 1971) de Jacques Monory.
Jacques Monory nació en 1924 y tuvo una formación de grafista en una escuela de artes aplicadas. Luego trabajó durante una década en la dirección de arte de una gran editorial. Mientras, desarrollaba una fuerte experiencia pictórica, en paralelo a su trabajo en la industria gráfica. Sin embargo, este paso por la industria dejarÃa su huella formal especÃfica. Jacques Monory, a comienzos de los años sesenta se convierte en uno de los principales representantes de la Figuración Narrativa francesa, que se desarrolla en oposición tanto a la pintura abstracta y geométrica como a la pintura informal, asà como al arte de los “nuevos realistas”.
Los temas de su pinturas son elaborados por series de telas y las imágenes que utiliza provienen directamente de la industria gráfica. Sus préstamos al fotoperiodismo y a la cinematografÃa, el empleo riguroso del monocromo, la aridez de su composición lo caracterizan como un pintor ejemplar de la crÃtica de la representación.
Escribir esto hoy dÃa, después de todo lo que ya hemos escrito al respecto, parece una operación inútil. Es decir, para quienes recién ingresan en el espacio polémico de la escena plástica y que tienen la desgracia de tener profesores de memoria corta, hay que señalar que Monory circula en las menciones de la crÃtica de inicio de los años ochenta a propósito, no de su pintura, sino de dos textos que escribe sobre su trabajo, Jean-François Lyotard. El dogmatismo de esa época no podÃa concebir que un filósofo de esta envergadura proporcionara argumentos para la defensa de la pintura. ¡Cosas de época, cuando en la regla de radicalidad el objetualismo comenzaba a dictar la nueva ley! En eso estamos ahora: en la academia de la objetualidad, que ya dejó de ser garantÃa de plataforma crÃtica.
En el momento en que Rodrigo Vega y Waldo Gómez dejan de ser alumnos de DÃaz, desarrollan un tipo de pintura a la que se podÃa “aplicar” el efecto de la mirada de Lyotard sobre Monory. Estamos en el año 1987, cuando ambos exponen en el Instituto Lipchutz, en el marco de la exposición HegemonÃa y Visualidad. Veinte años después, Rodrigo Vega es exonerado de “la Chile” en virtud de lo que siempre se estila en esos casos; es decir, cuando los “grupos decisores” necesitan su cargo para cancelar deudas con las nuevas generaciones de “discÃpulos” que, recién ahora pueden acceder a saber que Lyotard escribió, hace más de veinte años, unos artÃculos en los que ponÃa en función una baterÃa de conceptos entre los cuáles sostiene la hipótesis de “la pintura como dispositivo de economÃa libidinal”.
Mientras todo eso ocurrÃa, una obra del propio Monory estaba en las bodegas del MAC-bajo-la-dictadura sin poder ser visto. Pero ahà estaba: azul, con la imagen de la estatua de la Libertad, obtenida probablemente de una portada del “Life”, que hoy naufraga como soporte del imaginario visual del siglo XX.
Ahora, esta tela estará expuesta en la exposición “Memorias de la colección”, en la misma sala en que estará colgada la pintura que José Balmes realizó en ParÃs, en 1974, una de las primeras que pinta en el exilio, a partir de material fotográfico que reproduce la detención de los defensores del Palacio de La Moneda.
Asi como Monory se levanta contra el informalismo, a Balmes se le incluye en la historia del informalismo. Ese no solo es un error de concepto, sino un acto de “mala fe” de la crÃtica, tanto semi-pata como historio(socio)gráfica. Pero: ¿quiénes reciben a Balmes en el exilio? Los pintores de la figuración narrativa.
La tarjeta de invitación está atravesada por la representación de una fisura que afecta el propio andamiaje del cuadro, para declarar en monocromo la pantalla de inscripción sobre la que se acelera la circulación del deseo. Y con ello se desarrolla un vÃnculo que, respecto de la obra de Balmes, me sugiere el apelativo de Fisuración narrativa. Es por el relato que Balmes reconduce el flujo de la pigmentación amarilla, en “testimonio”, como si fuese una represa que retiene la densidad del fantasma como procedimiento de identificación narcÃsica.