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PINTURA, TINTURA,
TEXTURA. Mariela Leal ya no pinta, tiñe. No es un gran hallazgo vincular la actividad de la pintura con la del tintorero. Pero es un riesgo enorme, ya que exige montar la metáfora adecuada a su expansión material. La tela siempre ha sido un soporte privilegiado
de la pintura. La pintura es un privilegio. Pero la tela de tapicería
mural convertida en soporte pictórico desarma el privilegio para
ingresar en el terreno de la ambigüedad territorial y espacial. Aquello
que se emplea en el recubrimiento interior de moradas patricias ha pasado
a ser convertido en un trapo teñido. Ello ha supuesto una violenta
separación del muro en que estaba pegado, para ser exhibido como
drapeado colgante, sostén de una triple figuración que puntualiza
la narratividad de la figuración original a nivel de trama. Se
podrá, entonces, hablar de una "trama encontrada" que
sostiene la acometida de una segunda trama, artificial. Pero esta "trama
encontrada" ya posee una trama de base y una trama suplementaria,
destinada a concretar la figura. En el brocato original la trama suplementaria
está Sobre esta extensión Mariela Leal reemplaza el hilo por la mancha para ejercer la presión formal de una negociación forzada, entre una narración suplementaria que pertenece a su historia como dibujante y un relato de base que determina las condiciones simbólicas de exteriorización de unos signos repetidos hasta la banalización de su intención gráfica. La tintura se somete a los pactos de figuración de cada escena, confundiendo las tasas de legibilidad, construyendo la representación de unos cuerpos desde el abandono de las sombras, haciendo operar la trama de base como un tatuaje identificado nada más que para hacer estado de la carne. Lo inquietante reside, aquí, en la incompatibilidad de esta tela para vestir un santo. Solo un rey. Y con esto, ya estamos complicados. Su empleo como entelado de interior está destinado a construir la escenografía de un espacio eminente. Pero esa es una manera de fragilizar la condición edificatoria del lugar. De ahí que sea necesario considerar su desprendimiento como superficie de protección de la intimidad, para pasar a la intimidación. El desentelado pone en situación de abandono de la noción de casa, del mismo modo como Mariela abandona el dibujo de su origen, para dar a ver, sobre un soporte impropio -que impide que el pigmento se escurra de acuerdo a unas leyes propias de expansión compatibles con la idea de continuidad-, el motivo de su acción. De súbito, colgar las pinturas como cortinas recicladas remite al deseo de ocultamiento de una ventana, como hueco. La mancha de tintura se propone, entonces, cubrir los huecos, sin embargo la porosidad absorbe de manera desigual la diseminalidad de los deseos materializados. La tinta explota como la acuarela, reduciendo el control expansivo. Todo está ahí: en la operación de descontrol mínimo que ocurre sobre una superficie que no admite laguna alguna ni vacío que escape a su estructura. En una morada patricia, el cuadro es colgado sobre el muro cubierto de brocato y la luz descolora todo, menos la superficie ocupada por el cuadro. Esta pequeña operación solo constatable solo cuando la casa se ha desarmado, en su habitabilidad, le ha proporcionado a Mariela Leal la condición de pase; es decir, de obliterar la existencia del cuadro para intervenir directamente sobre el brocato, como si fueran proyecciones de una memoria social insostenible. |
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