Museo, Arte y Representación Hospitalaria.
Justo Pastor Mellado
Noviembre 2003

El viernes 7 de noviembre se inaugura en el Instituto Nacional del Cáncer la exposición de los artistas Mónica Rojas, Cristián Jaramillo y Rodrigo Rubilar. El titulo de la exposición se asemeja al encabezamiento de la convocatoria de un coloquio sobre salud pública: MUSEO, ARTE Y REPRESENTACIÓN HOSPITALARIA. En términos estrictos, se trata de un intervención de arte en el espacio hospitalario; Es decir, en un terreno específico del espacio público. Estos son artistas que no se confunden en la sinonimia entre calle y arte público. Ahora, si el espacio hospìtalario Es un espacio público, el Instituto Nacional del Cáncer es un espacio público de excepción. Cualquier intervención en dicho espacio debe mantenerse en un plano de pulcritud y respeto, tanto hacia el espacio como hacia los pacientes. Cuestión paradojal, puesto que las artes de la intervención trabajan con la hipótesis de la infracción. En este terreno, dicha hipótesis debe experimentar el efecto de una negociación compleja con las autoridades hospitalarias. Es así como la Unidad de Extensión Cultural del Instituto Nacional del Cáncer ha actuado como mediadora. Lo primero que habría que preguntarse es por la existencia de una Unidad de Extensión Cultural en dicho lugar.

Ciertamente, se trata de poner en pie un espacio relacional complejo destinado a proporcionar un mejor servicio en el tratamiento del cáncer. Lo primero que se debe pensar desde el espacio de artes visuales es que se acude a incorporar actividades artísticas con propósitos terapéuticos. Es común que estudiantes de arte y artistas participen en programas de ayuda solidaria. No hay escuela de arte donde alguien no sostenga la idea de ir a realizar talleres al hospital psiquiátrico. La proximidad de la locura fascina a los artistas. Ellos saben que Goya iba a croquear a los hospicios. La configuración fisiognómica del loco plantea interesantes problemas a la representación gráfica. El espacio hospitalario vendría a ser una extensión de enseñanzas plásticas limítrofes.

Pero el proyecto de la Unidad de Extensión Cultural del Instituto Nacional del Cáncer, a cargo de Dalibor Herrera, plantea una complejidad mayor. En primer lugar, porque interpela al espacio artístico en su capacidad de intervención en un lugar excepcional, que puede ser percibido como primera línea de la lucha contra el dolor. En segundo lugar, porque pone en riesgo la propia representación que la salud pública puede tener de sí misma. ¿Basta con eso? ¿No se hace necesario que la “sociedad en su conjunto” entienda cual es el rol y función de ésta en el contexto de la nueva industria de la salud? Pero ya sabemos, la “sociedad en su conjunto” no existe, sino grupos decisionales, tanto fácticos como sutilmente mediatizados, que especulan con el malestar de los chilenos. En este sentido, el proyecto de Dalibor Herrera promueve que las propias prácticas de arte pongan en evidencia la precariedad institucional que la salud pública se hace de su propia corporalidad institucional. No se trata, pues, de un simple programa de ayuda o de reacondicionamiento ambiental.

El trabajo de Mónica Rojas, Cristián Jaramillo y Rodrigo Rubilar ha puesto de relieve la cuestión del archivo de la enfermedad y lo ha puesto en escena. Quien apela a la cuestión del archivo apela a la reconstrucción de la memoria del lugar. Por eso, uno de los trabajos más significativos de este proyecto consista simplemente en hacer evidente la lucha contra la ruinificación del edificio, que es una metáfora de la lucha contra la ruinificación de la salud pública, que a su vez, resulta ser la imagen efectiva de la lucha contra la ruinificación de la corporalidad, propiamente hablando.

 

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