MI PRIMER RECUERDO DE ERNEST-PIGNON-ERNEST..
Justo Pastor Mellado.
Febrero 2003

En el 77, yo asistía a la Biblioteca Mèjanes, en la Pace de l´Hotel de Ville en Aix-en-Provence. Trabajaba, ya desde ese entonces, sobre las relaciones entre arte y política: representación política en el espacio renacentista; escritura maquiaveliana y dispositivo de la perspectiva. Había momentos en que el delirio de la ficción de lectura me conducía a revisar los estantes móviles de revistas contemporáneas. Un buen día, me encontré con una revista de arte en la que había un gran reportaje a un artista que trabajaba en producir grandes series serigráficas de imágenes que, luego, hacía pegar, ya sea en el muro de circunvalación de una escena fabril, ya sea en las escaleras de una entrada a una estación de Metro, en Paris.

Había una fotografía que me provocó la sujeción de mi atención afectiva: una muralla larga, de más de una cuadra, enteramente cubierta con una impresión en tamaño natural, de la reproducción del dibujo de un obrero, vestido con el clásico mameluco de mecánico. A lo largo del muro, la imagen se repetía como una cita retrabajada, de la fotografía de los fusilados de La Comuna, dispuestos en sus cajones ordinarios, hechos calzar en el fúnebre bastidor que permitia el reconocimiento de sus familiares, antes de ser sepultados.

En la Biblioteca Mejanes había seis descomunales mesas decimonónicas, que eran ocupadas por los estudiantes universitarios e investigadores. Una de ella exhibía en su centro una placa de metal, en la se podía leer una frase similar a la siguiente:”En esta mesa estudiaban Adolphe Thiers y Alfred Mignet, mientras eran estudiantes de la Facultad de Derecho d´Aix-en-Provence”. Por cierto, jamás me senté en esa mesa. Y cada vez que pasaba junto a ella, recordaba esa fotografía de los fusilados encajonados puestos en fila. Resultaba evidente que, en ese contexto gráfico, la serie serigráfica me impresionara de sobre manera. El artista se refería a un trabajo realizado para poner en escena la muerte en el trabajo. El número de reproducciones pegadas en el muro de ese barrio fabril correspondía a la media anual de muertos en accidentes laborales. Tendría que hacerme cargo de semejante asociación: La Comuna y los accidentes del trabajo.

En Chile, en ese momento, se ponía en pie un nuevo código del trabajo. La Transición se vió obligada a reformar dicho código. El mundo empresarial le reprocha al gobierno no haber mantenido la liberalidad del régimen anterior. La agenda procrecimiento supone “conducir” a los trabajadores a aceptar unas medidas de flexibilización que distribuyen de manera no equitativa el esfuerzo por mantener los equilibrios macroeconómicos.

El segundo trabajo de este artista, cuyo nombre jamás retuve, consistía en el emplazamiento, sobre el suelo, directamente sobre las gradas de acceso (y deceso) a la Estación del Metro Charonne. Este nombre está asociado a la memoria de la izquierda francesa, en su combate anti-colonial. En una manifestación, el 8 de febrero de 1962, la policía reprimió salvajemente una manifestación convocada por diversas organizaciones de izquierda, desde el PC al PSU, para protestar contra los atentados de la OAS (Organización del Ejército Secreto), extensión terrorista de quienes defendían, todavía a esas alturas, la noción de Argelia francesa. Para encajonar mejor a los manifestantes e impedirles vías de escape, la policía ordenó el cierre de las entradas a las estaciones de metro. En las gradas de la estación Charonne, el resultado fueron ocho muertos; curiosamente, siete de ellos eran militantes comunistas.

Aprovecho esta ocasión para recordar que el film “Joli mai”, de Chris Marker, realizado en mayo de 1962, fue exhibido por vez primera, en Chile, hacia fines de los 80´s, en plena dictadura, traído bajo el brazo de Antoine Bonfanti, ingeniero de sonido, gran especialista del somido directo, y que había trabajado, justamente en dicho film. Trataba del primer mes de mayo, en un siglo, que Francia no estaba en guerra con alguien. El director de fotografía era Pierre Lhomme. Otra “curiosidad”: Pierre Lhomme viaja a Chile, ese mismo año, para trabajar con Joris Ivens, en “A Valparaiso”. Era el año de los muertos del metro Charonne, repuestos a circular en mi memoria gráfica en la Biblioteca Mjenaes, a comienzos del 77.

Tanto los obreros como los personajes yacientes en el suelo y en las gradas de la estación, se caracterizaban por una sobreabundancia de drapeado. En el 77, Balmes, exilado en Francia, pintaba los drapeados de su serie de “em-basurados”. Eran acumulaciones de bolsas de basura sobre la acera, que se asemejaban, literalmente, a cuerpos disimulados en el bloque de la representación faltante.

En febrero de 1981, en la fecha cercana al aniversario de los muertos de la estación Charonne, Nelly Richard me invita a comer a su casa. Yo recién la conocía. Pero esa noche tendría de invitado a un artista francés, que estaba realizando con la colaboración del Taller de Artes Visuales un trabajo de intervención del espacio urbano. Cosa extraña, en esa época, en que las posiciones políticas y estética de Nelly Richard y Francisco Brugnoli eran, por decir lo menos, extraordinariamente opuestas..

Pues bien: el artista me fue presentado y al cabo de un rato de animada conversación sobre la situación artístico-política del país, le pregunté si conocía a un artista francés que había realizado esta serie de serigrafías de los accidentes del trabajo y de la masacre de Charonne. El tipo se recomodó, no sin cierta inquietud, en la silla y me dijo: “C´EST MOI” (SOY YO). Era Ernest-Pignon-Ernest.

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