![]() JUAN BOSCO MAINO CANALES |
MI SEGUNDO RECUERDO
DE ERNEST-PIGNON-ERNEST. En 1984, los familiares y amigos de Juan Maino Canales organizaron una acción de intervención urbana, con el propósito de rememorar un año más desde su desaparición, ocurrida en 1976. El pequeño e informal colectivo que se instaló para llevar a cabo la acción tuvo conocimiento de la existencia del trabajo de un artista francés llamado Ernest-Pignon-Ernest, que serviría de referencia para la producción de una intervención que estaría planteada a medio camino entre un acto político “simbólico” y una acción de arte, llevada a cabo por “no artistas”. Empleo la palabra “simbólico” para denotar una actividad extraña a la ritualidad de los actos políticos, pero que era recibida como un “aporte” desde el arte por parte de las franjas de militantes que durante la dictadura, trabajaban en la dura y compleja tarea de recomponer las redes partidarias. El equipo tomó una fotografía familiar de Juan Maino, retratado de cuerpo entero. Esta foto fue ampliada y reproducida en kodalit a tamaño natural y traspasada a un bastidor de serigrafía. Los contactos que producían la impresión me llevaron a buscar los impresos al local de Estudios Norte. Allí conocí al viejo Oviedo. Solo lo saludé una vez. Oviedo tiene su lugar en la historia de la gráfica chilena. Dicho sea de paso, en ese momento, Oviedo no podía ni tenía por qué decirme que había impreso, en 1973, la serie de José Ricardo Ahumada Vásquez que José Balmes recuperaría ese mismo año. La edición había quedado guardada, en su taller, durante la duración de su exilio, en el cual había conocido a Ernest-Pignon-Ernest. El caso es que los amigos y familiares de Juan Maino discutirían sobre la necesidad de sobre imprimir, encima de la imagen, la frase “¿Dónde están?”. Una parte del pequeño comité pensaba que bastaba con la imagen; la otra parte sostenía la hipótesis de una intervención directamente interpelativa. Hubo un acuerdo salomónico. Algunas portaron la inscripción, otras no. De este modo, el día del “homenaje”, sus amigos y familiares, organizados en grupos de intervención rápida, se dirigieron a los lugares de la ciudad en que Juan Maino había ejercido una acción cotidiana más pregnante: el edificio del que lo secuestraron, el kiosco de diario de la esquina de su casa, el paradero de micro que acostumbraba a utilizar, los muros cercanos a sus lugares de trabajo, la puerta de su taller de fotografía, los accesos a la universidad, etc. En plena dictadura, la acción no podía durar más de un minuto. Y así, se podía re-establecer las marcas gráficas de la presencia fantasmal de Juan Maino, en su trayecto cotidiano reconstruído por sus familiares y amigos. Se trataba de re-poner a circular su fantasma. Obviamente, no había problema alguno para declarar que este trabajo estaba inspirado en la obra de Ernest-Pignon-Ernest. Aquí empezaron los problemas. En el kiosco, el diarero se molestó y desgarró la impresión. Pero otra gente, transeúntes, lo repegaron a escasos metros, en una muralla. En el “barrio jesuita”, en Erasmo Escala, como Juan Maino trabajó en una ONG del sector, sus compañeros de trabajo pegaron la impresión junto a la entrada del Centro Bellarmino. Cual no sería la sorpresa para muchos de sus compañeros, al ser testigos de la salida desaforada de un sacerdote suficientemente conocido, ordenando a gritos sacar el “afiche”. Su acción consistió en pedir a unos auxiliares que retiraran la imagen. La verdad es que a una cuadra había una casa del CNI. Pero nada de eso justificaba la acción cura. Lo interesante era que se trataba de una acción que no había pasado por su garantización política. Las del cura, claro está, en la coyuntura que más favoreciera a la Iglesia: “ser la voz de los que no tienen voz”. Pero las iniciativas autónomas que no pasaban por el veto de la representabilidad de las voces, eran excluídas de la agenda que definía las iniciativas permisibles. Los amigos de Juan Maino le gritaron que “lo había hecho desaparecer por segunda vez” , mientras recogían los restos de papel desgarrado y reconstruían la imagen repegandola sobre una muralla contínua. Como la impresión era de tamaño natural y ocupaba un formato rectangular, cuando los auxiliares del cura retiraron la impresión, quedó sobre el muro el calce rectangular del pegamento, como una pintura. Uno de los asistentes declaró: “Parece un nicho”. Entre tanto, en Lo Hermida, los pobladores que asistían a un comedor infantil donde trabajó Juan Maino, retiraron cuidadosamente su imagen, la doblaron y la escondieron. Era una de las impresiones que tenían sobreimpresa la frase “¿Donde están?”. Los pobladores no tenían conocimiento de la intervención y pensaron que durante la noche el CNI había pegado este “afiche” para inculpar a los pobladores, como diciéndoles “sabemos que está aquí”, o, “ustedes saben algo de este tipo que andamos buscando”. Ello lo tomaron y lo escondieron… en imagen. Pero acudieron a la oficina de la Vicaría de la Solidaridad que había en ese sector. Allí se enteraron de que se trataba de un “homenaje” a un compañero desaparecido. Las mujeres pobladoras que llevaron la noticia a la Vicaría y que portaban consigo el impreso doblado y protegido, irrumpieron en un angustioso llanto mientras dejaban escapar: “Dios mío, lo hicimos desaparecer de nuevo”. Esa noche, o en la mañana del sabado siguiente, los familiares y amigos se reunieron en la Iglesia de San Vicente Ferrer. Una de las hermanas de Juan Maino, tocando con los dedos el relieve de tinta gruesa que constituía la trama de grano grueso de la impresión, se dirige a su madre y comenta: “Mira mamá, tiene cuerpo”. Por cierto, se refería al “cuerpo” de la imagen. Y estábamos, todos, allí reunidos, para hablar del cuerpo faltante de Juan Manio. Este es mi segundo recuerdo de Ernest-Pignon-Ernest: sobre la memoria inasible de la corporalidad. | ||||||||||||
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