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Esto ya nada tiene que ver con el MAC. El MAC no es un museo, en sentido estricto. Solo ha operado, sin habérselo propuesto, como una "galería de arte nacional". Casi, una galería de arte "de la Chile". En todo caso, apenas, un "centro de arte", que arma su política a partir de las ofertas de organismos extranjeros que, en los hechos, fijan la programación del sitio. En verdad, el MAC no es un museo de arte contemporáneo. El MAC es un edificio patrimonial que lleva el nombre de Museo de Arte Contemporáneo. Dejémoslo hasta aquí. La Chile no da garantías. De eso no hay ya nada más que discutir, porque concentrar el debate en el caso del MAC es desviar la atención de la discusión sobre el futuro de la musealidad chilena, en sentido estricto. Cualquier inyección de dinero solo podrá salvar el edificio, pero no asegura destino museal alguno. El MAC carece de Política de Desarrollo. Lo que el artículo de Macarena García no aborda es la imposibilidad manifiesta del empresariado chileno para saldar la crisis de la musealidad. En algún momento abrigué la idea de que el empresariado tenía por vez primera, en muchos años, la posibilidad de armar un museo a la medida de su vanidad de clase. Es decir, en un proceso de re-oligarquización de la sociedad chilena, la musealidad vendría a sellar una crisis identitaria. ¿Por qué invertir en restaurar un edificio patrimonial que se levanta como símbolo del compromiso del Estado con la cultura, sino podemos levantar nuestro propio museo? Esa sería una pregunta política que muchos hombres de empresa estarían dispuestos a formularse, hoy. Pero la cuestión es otra. No es posible lamentar la crisis de la musealidad. Al contrario, la clase política y empresarial chilena puede instalar una nueva conquista simbólica, que consiste en no tener que consolidar su vanidad mediante actos museales. Justamente, porque debe encubrir su fragilidad invirtiendo musealmente "hacia adentro", mientras que al conjunto de la sociedad le proporciona el goce de los bienes de la industria cultural (los medios). O sea, museo para la confirmación de la restauración oligarca, y espectáculos mediales para la rotería social. Lo que ocurre es que la necesidad de musealidad "hacia adentro" es una estrategia que tiene su validez ya instalada. Es el mismo Milan Ivelic quien, en un artículo muy viejo, de esos que hay que leer, apuntaba a la imposibilidad de re-escribir la historia del arte en Chile, principalmente, porque las obras fundamentales de la tradición pictórica chilena (siglo XIX), no estaban en colecciones públicas, sino principal y definitivamente, en colecciones privadas. Es decir, la disponibilidad de las obras está sujeta a las políticas de reconstrucción identitaria del coleccionismo chileno clásico. Esta situación ha tenido su correspondencia en una hipótesis que ha sido la expresión de una política institucional: "para que necesito institucionalidad cultural, si puedo convertir mi gusto privado -directamente- en politica pública". La necesidad de una institucionalidad cultural jamás ha sido planteada por las fuerzas de la re-oligarquización, sino por un gobierno que necesita que su preocupación literal por la institucionalidad cultural le permita subir unos puntos en el ranking de "riesgo país". Un país que no posee, nominalmente, institucionalidad cultural, no puede firmar un TLC. Forma parte de la medición de standards. Pero en términos de clase, es decir, de re-oligarquización, la musealidad "hacia adentro" `pasa por la puesta en valor pública de las colecciones privadas. Eso no pasa, necesariamente, por el apoyo del empresariado al desarrollo de una musealidad "hacia fuera". Menos todavía, a una musealidad de la contemporaneidad. La oligarquía, después de haber logrado montar una política de restauración de las capillas hacendales, severamente dañadas por la Reforma Agraria, requiere recuperar la memoria de su mobiliario perdido en el proceso de desconstitución de que fuera objeto desde comienzos del siglo XX. La restauración de la espiritualidad hacendal debe dar paso a la recomposición de la objetualidad mobiliaria, severamente agredida por el "modernismo político" de los Sesenta. De este modo, la musealidad "hacia adentro" debiera fortalecer el Orden de las Familias, reduciendo al coleccionismo de arte contemporáneo a una actividad residual que no permitiría invertir en una musealidad abierta. Para qué, si los que deben saber, tienen que viajar. La musealidad contemporánea está fuera del país. Lo que hay que hacer es permitir, fomentar, el "viaje de conocimiento". Hay que pasar de los tours domésticos por las ruinas renacentistas, hacia el tour académico, garantizado por empresas de conocimiento efectivo, que logre sustituir la falta de "esta" musealidad por un plus de "acontecimientalismo" cultural que solo las grandes ciudades globales pueden proporcionar. En definitiva, en la industria del turismo, no tenemos museos contemporáneos que ofrecer, sino más que nada poner en escena la musealización estetizada de nuestro exotismo. Si no hay ruinas precolombinas consistentes, entonces nos queda por ofrecer. el paisaje. Y para legitimar simbólicamente ese paisaje, necesitamos que la pintura chilena de paisaje, se revalorice no como pintura, sino como "objeto de culto" local. Regresamos, entonces, a la musealidad "hacia adentro" como un momento terminal de un culto inconcluso. La oligarquía debe concluir su duelo patrimonial. Por eso no puede haber musealidad contemporánea. |
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