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No hay MAC que por bien no venga. La maldad analítica y estratégica de la mercurialidad ha sido puesta en evidencia de manera ejemplar en Artes y Letras del domingo 11 de enero. Dos textos sobre la escena plástica bastaron para rediseñar una ofensiva descriptora que, visiblemente, no ha entregado todos sus argumentos. Por un lado, el artículo de Macarena García, "Un MAC para Chile", y por otro lado, como por debajo, el análisis que realiza Cecilia Valdés Urrutia, en que describe y proyecta las programaciones museales ofrecidas por las instituciones del rubro, para el año 2004. En el primero, Macarena García alcanza a figurar la conversión del MAC en víctima, mientras en el segundo, Cecilia Valdés Urrutia declara avala la programación del Museo Nacional de bellas Artes como la única que se acerca a algo así como a una programación consistente. No discutiré el fundamento de esta hipótesis, sino solo señalo la existencia del discurso de doble propósito con que la mercurialidad expone la condición de la musealidad chilena. Ciertamente, el propósito de dicho discurso apunta a definir la necesidad de montar una alternativa no-estatal de organización de una musealidad, que debiera resolver la crisis que la institucionalidad actual no ha podido saldar. Pero este será el objeto de otro análisis, ya que por el momento, el espaldarazo de Cecilia Valdés Urrutia hacia el MNBA no le da para protegerlo de las andanadas que, desde el MAC, le han proferido a la política de su director. Resulta sorprendente constatar cómo, Milan Ivelic, desde hace dos años, a lo menos, ha guardado silencio ante una estrategia de descalificación que, desde el MAC ha venido exponiéndose, de modo sibilino y tortuoso, pero no menos eficaz, buscando desviar la atención de su propia ruinificación. Y dicho silencio ha adquirido la grave dimensión del otorgamiento. El relato que hace Macarena García del discurso del joven artista Sebastián Preece no hace sino ponerlo en la evidencia de una ingenuidad difícilmente aceptable. Sostiene Preece: "Olvidarse de las disputas entre estas dos instituciones y acordarse de que antes estaban unidas". Lo que no le enseñaron fue que jamás ambas instituciones han estado unidas. Solo entre 1910 y 1932, sobre una misma planta, la edificación albergó al Palacio de Bellas Artes y a la Academia de Pintura. Fue en 1932 que, la Academia de Pintura, reformada y convertida en Escuela de Bellas Artes durante la dictadura de Ibañez, pasó a formar parte de la Universidad de Chile. Ello tuvo lugar, justamente, a la caída de Ibañez. Desde entonces, la planta que correspondía a la Escuela de Bellas Artes pasó a depender de la Universidad de Chile, y la planta del Palacio de Bellas Artes pasó a depender del Ministerio de Educación, a través de la Dirección de Archivos, Bibliotecas y Museos. Jamás, el MAC y el MNBA estuvieron unidos. Es más: el MAC no existía. Solo funciona ¿desde 1948?, fundado por Marco A. Bontá. Pero dicho museo se instaló en el Partenón de la Quinta Normal, donde funcionó hasta inicios de la dictadura. Este es todo un tema. ¿De qué manera, dicho edificio pasó a ser ocupado, al parecer, por la DINA, y luego, se convirtió en el Museo de Ciencias y Tecnología? ¿Cómo es posible explicar las condiciones bajo las cuales la Universidad de Chile perdió dicho patrimonio? La propia institución debiera hacerse cargo de los efectos del desmantelamiento patrimonial que la condujo a replegar el museo sobre la planta de la escuela, sellando la política de exclusión "extra-muros" de la Facultad. La propia Facultad fue expulsada hacia Las Encinas. El gobierno militar no hizo más que realizar el deseo de la rectoría de la Universidad de Chile durante la UP: sacar a la Facultad del centro de Santiago. Pues bien: de nada de esto, ni el director actual del MAC ni el decano Oyarzún hacen la menor mención en la entrevista. Por el contrario, escribe Macarena García: "Pablo Oyarzún, quien recientemente asumió como decano de la Facultad de Artes, puso el tema MAC entre sus prioridades y convocó a las altas autoridades de la casa de estudios para elaborar un proyecto institucional que permita que el museo reciba otro aporte de la universidad aparte del entregado por la facultad que preside". Y agrega: ""Hay bastante apoyo para este proyecto al interior de la universidad por lo que espero que se resuelva lo antes posible. Mi planteamiento es que el museo es una institución de interés nacional y que la Chile no puede dejar de lado la misión de aportar al país que la ha caracterizado". Esto último, según Macarena García, lo " explica Oyarzún recordando los tiempos en que la Universidad era el epicentro del acontecer cultural". Y acto seguido, plantea una pregunta que nadie ha dejado de plantearse, desde hace al menos una década:" ¿Pero está la universidad en condiciones de volver a presidir las actividades artísticas del país?". Y esta no es una pregunta mercurial, sino que la mercurialidad la ha legitimado en el momento en que mejor le convenía; a saber, aquel en que se instalan los rudimentos de una institucionalidad cultural nueva. Ya se sabe, el MAC ha recurrido al Ministro Weinstein. Este ha prometido unos dineros. ¿Puede hacerlo? ¿Está en condiciones de hacerlo? ¿Cuál será la posición del recientemente constituido Directorio del Consejo Nacional de Cultura? En términos de seguridad pública, el MAC debiera estar cerrado al acceso de público. Resulta incomprensible que Bomberos de Santiago, el Servicio de Salud Metropolitano, así como la Municipalidad de Santiago no hayan tomado cartas en el asunto. Sin embargo, se nos hace leer declaraciones de autoridades que declaran, como si fuera un chiste, que con un temblor de grado seis el edificio pudiera desplomarse. En verdad, institucionalmente está desplomado. Su apertura solo se explica por la desidia que la propia universidad ha mantenido al respecto a todo lo largo de la Transición Democrática. Porque, a fin de cuentas, ¿dónde residirá la fuerza del decano Oyarzún para exponer la preeminencia de sus razones ante una(s) rectoria(s) que ha(n) mantenido una actitud des / institucionalizante? Lo cierto es que con el regreso de la Democracia, el MAC no ha dejado de ser nada más que la fachada de una política de extensión salvaje, que ha posicionado, paradojalmente, a una rectoría que jamás comprendió cuanto le debe al MAC en términos de imagen. Entre una política de prestigio de unas rectorías que jamás lo respetaron en su valía y los intentos por redorar los blasones perdidos de un modelo de enseñanza perimido, el MAC se enfrenta directamente a la realidad de su condición: una ruina. Pero sobre todo, la imagen de una ruina de la función universitaria, en el arte chileno. |
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