No hay MAC que por bien no venga (2) .
Justo Pastor Mellado.
enero 2004

He sido severamente criticado por gente que se ocupa del arte (de la Chile), en relación a mi comentario al artículo de Macarena García. Me acusan de complicidad mercurial al invertir maldadosamente sus argumentos que, en el fondo, no hacían otra cosa que salvar al MAC. ¡Pero qué lectura más desinformada de la mercurialidad! Ya el solo hecho de iniciar el artículo con la mención al trabajo de Preece, que debe ser presentado en el MNBA en el marco de la Bienal de Arte Joven da para pensar "mal". De hecho, hay varias obras que participan en la Bienal del MNBA que pueden ser leídas como misiles enviados desde el MAC. Hay una especie de "política de recaderos" que desde una determinación de plataforma referencial MAC opera en el espacio MNBA. Esto forma parte de la trama anti-MNBA, destinada a desmontar la iniciativa del curador, Patricio M. Zárate.

Hago mención al trabajo de Preece, porque parece articularse como un "recadero" del MAC en un debate que no le pertenece. La mención a ese trabajo, anuncia el peso del argumento extraído a Brugnoli en el propio artículo de Macarena García: finalmente, ¡la culpa de lo que pasa en el MAC la tiene el MNBA!. No puede ser curioso que el trabajo de Preece se inicie removiendo los escombros de 1969, en el MAC, para presentar un trabajo en el MNBA. Lo que hace, sin embargo, es remover peligrosamente la "borra" de un proceso sobre el que sus mentores no le han proporcionado toda la información. La actual Sala Blanco, del MNBA, corresponde a lo que era la sala en que Villaseñor enseñaba dibujo. ¿O no? Es decir, era una sala de la Facultad. ¿Por qué la perdió? ¿No habrá que indagar en la historia de la dirección de Antúnez para entender que dicho "despojo" formaba parte de las agresiones que a través del MNBA, el ministro de educación de la época articulaba en contra de la Facultad, dominada por la izquierda, en complicidad del rector de esa misma época? De eso, Brugnoli debe tener muchísima información. Que explique cómo la Facultad perdió la sala de dibujo, ya en el período pre-UP. O que describa las condiciones bajo las cuales la rectoría DC de la Chile buscaba expulsar de esos lugares a una Facultad dominada por los comunistas. Al respecto, Preece debiera haber sabido que durante el incendio de 1969, Guayasamín exponía en el MNBA y que el calor puso al rojo la puerta de fierro que separaba la "nueva sala" del resto de la Facultad. La misma puerta que se emplea, hoy día, como excusa para justificar la situación victimal del MAC, que en este terreno, está siguiendo una "política boliviana". La "salida al mar" del MAC depende que el MNBA le "abra una puerta". ¡Ridículo! El propio Preece, al remover los escombros de 1969, está poniendo en riesgo su vida. ¿Quién pagará la UTI? Pero lo que debiera motivar una reflexión sobre el poder de la mensajería diferida, es la facilidad con que este joven artista obtiene la posibilidad "de trabajar" con las materialidades propias (y residuales) del museo. Solo Díaz, en el MNBA ha podido. Pero si éste último opera con andamiaje, Preece en cambio, se ve favorecido por las "artes de la excavación". En este sentido, y solo para no tener que pasar por ignorante, habría que remitirse simplemente a las obras presentadas en Arte/Cidade, en Sao Paulo, en paralelo a la XXV Bienal. Mucho antes que el MAC se viera atribuir por la gracia de los marcos alemanes y de las aguas andinas el regalo de la Selección. Lo que debe quedar claro, a los jóvenes artistas, es que no debieran permitir que sus obras sean re-calificadas objetivamente como piezas de un debate que no les pertenece. No es que no les corresponda. Si no que sus obras no dan realmente el peso en el debate que los hacen intervenir.

En relación a esto, ¿Cómo no referirse a las fotografías de Magdalena Correa, que aparecen ilustrando el artículo. Estas pertenecen a un montaje a través del cual, el propio MAC ha podido exportar su ruinificación. El trabajo de Magdalena Correa fue exhibido brillantemente en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo. A lo que apunto es a la fascinación del MAC por su propia ruina. Es algo que ya habíamos advertido, por ejemplo, en un trabajo como el de Enrique Mathei, que exponía la reconstrucción ruinosa de un palacio patrimonial de la misma época en que se construyó el MNBA. Definitivamente, la gente del MAC no puede impedir vivir excitada por los fantasmas de las copias de estatuaria greco-latina que poblaban el hall de ingreso a la Escuela. Lo que en definitiva habla de cómo, este MAC, no es un museo de arte contemporáneo, sino tan solo la extensión de las salas del pre-grado de Las Encinas, en su heroica leyenda de regreso. Lo que regresa no es una Escuela, sino tan solo la imagen del poder administrativo de sus agentes de turno.

En este contexto, el artículo de Macarena García es el peor favor que la mercurialidad le podría brindar al MAC, porque le ha permitido exponer las bases de una victimalidad que a estas alturas no puede esconder la inoperancia del sistema universitario que lo regenta.
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