arte y política: una lucha que viene
Justo Pastor Mellado.
mayo 2004

En una campaña electoral anterior, cuando Lavín era alcalde de Las Condes, escribí sobre el intervencionismo electoral en que incurría el instituto cultural de dicha comuna al diseñar su programación de artes plásticas. Obviamente, se trataba de la expansión de un chiste. En política, siempre es así: expansión de un chiste.
Las exposiciones abordaban mayoritariamente cuestiones patrimoniales y algunas de ellas coincidían en temas tan chilenos como la fruta o el caballo o el huaso en la pintura chilena. No había exposiciones que favorecieran marcadamente el arte contemporáneo y daba la sensación de que Alberto Cardemil estaba "detrás" de una confabulación en contra de Allamand, que era candidato. Es decir, no había exposiciones que favorecieran el liberalismo cultural de este último y prevalecía el carácter patrimonial de Cardemil. Obviamente, esta ficción se sostenía sobre una trama de relativa verosimilitud. De todos modos, Allamand perdió la elección. Ganó el huaso. O sea, la pintura clásica chilena de fines del XIX comienzos del XX. Y en este mapa que se adelantó unos años, Animal, como galería, levantó la bandera del liberalismo político-plástico, llegando a formularse como eje de articulación de la nueva escena plástica, en el horizonte del siglo XXI. Hasta ahí, todo bien. En el mapa de la derecha, Animal estaba con Allamand. De hecho, en el campo cultural de la izquierda, las posiciones sobre pintura suelen estar bastante más a la derecha de lo que se supone. Curioso engendro: izquierda política y derecha formal. Por ejemplo, Neruda nunca llegó a más allá de los muralistas, en pintura. Y en la escena plástica de los 60-70´s, siempre sostuvo a la pintura oligarca en contra de la pintura plebeya de la Facultad.
Hace varios meses atrás escribí un texto en el que mencionaba un hecho simbólico de gran relevancia. Por vez primera, la derecha chilena tenía la posibilidad de tener su propio museo. Es decir, ¿hasta cuando se pedía al empresariado que apoyara a los museos del Estado, cuando podía disponer la iniciativa de tener un museo propio, que anclara su ofensiva cultural y sancionara su desculpabilidad en ese terreno? ¡Ya la cultura no era privilegio de la izquierda, entonces, para qué fortalecer las instituciones culturales del Estado! Esto coincidía con el anuncio público que hizo Tomás Andréu, director de Animal, sobre la factibilidad del proyecto de apertura del Centro de Arte de Santiago (CASA), que debía instalarse en una propiedad de la Municipalidad de Santiago, en el barrio Brasil-Quinta Normal.
En medio del barrio en que la izquierda y el gobierno habían instalado una especie de triángulo referencial, con el Museo Allende, la Biblioteca de Santiago y Matucana 100, entonces, Lavín entraba en la pelea, a través de una iniciativa de un nuevo centro de arte. De seguro, cuando la derecha se propone abrir un centro de arte es la muestra más certera de que posee un "proyecto país", porque expone las condiciones de monumentalización orgánica de su recomposición identitaria. ¡Que perversión! Para los niños de las escuelas pobres, "le tenemos" Artequin. Para los nuevos referentes de inversión, "le podríamos tener" un centro de arte a imagen de un DIA Center o de una Fundación Cartier. Gran decisión.
Si el gran logro del pinochetismo ha sido la reoligarquización de la sociedad chilena, ¡qué mejor muestra de un triunfo estratégicamente simbólico que montar un espacio de exhibición de su vanidad de clase, en el centro mismo de la rotería! Digo, Quinta Normal, como espacio de confluencia de emigrantes internos y externos, así como de capas socialmente limítrofes. ¡Eso es audacia política! Es la estrategia que Kike Morandé emplea en la tele. Hoy día, el espacio artístico podría pasar a ser un lugar análogo a aquel, en el que a fines del XIX se "encanallaba" el personaje del burgués.
Y en ese texto, advertí a los promotores de dicha estrategia que debían, inevitablemente, entrar en (la) política partidaria (aún en sentido amplio), porque era en ese terreno que la validación de la iniciativa debía adquirir su visibilidad, porque no se podía hacer omitir el hecho de que la iniciativa tenía lugar en la Comuna de Santiago, con Lavin a la cabeza, a dos años de las presidenciales. En definitiva, lo que quiero plantear es lo siguiente: una iniciativa simbólica que marcaba la recomposición identitaria de la oligarquía, debió haber tenido lugar en un marco no electoral, "mucho más" ceremonial, porque por el contrario, su desarrollo en la proximidad electoral hace ver la ansiedad de obtener una rentabilidad de corto plazo, inmediata. Lo que hacía la fortaleza del proyecto era, justamente, su aparente temporalidad. Ya era hora que la derecha levantara sus propios monumentos culturales.
Una cosa, en nivel micro, sería el monumento a Jaime Guzmán, y otra cosa, en la grandeza de la recomposición, debía ser un museo (lugar de memoria) o un centro de arte. Gran ofensiva. La derecha, contra la idea del Memorial (izquierda), levantaba su propio memorial, que recompondría los efectos de una pérdida ancestral. Porque, digámoslo con toda sus letras, ¿acaso la expropiación de un fundo a manos de la reforma agraria no es analogable a un exilio interior?

 

 

 

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