Dos potencias que no estaban inscritas en el programa.
Justo Pastor Mellado.
junio 2004

En este coloquio, hubo dos ponencias que no estaban inscritas en el programa. La primera fue la ponencia de Eduardo Carrasco, asesor del ministro de Cultura, que en su nombre, debía hacer el saludo en la ceremonia de inauguración. Pero se excedió en tal medida, que aquello que debía ser un saludo por delegación, se convirtió en una ponencia. El motivo de su intervención fue la defección del ministro en la jornada de apertura. Así manifestaba su malestar por haber sido tratado por debajo de su investidura en el momento previo al coloquio, sobre todo en el modo cómo era tratada su cartera en la papelería.

En verdad, había una cuestión de jerarquía. Si invitaba un rector y un decano, un ministro no podía ser menos. Pero la representación quedó visiblemente a nivel de Galería Gabriela Mistral. ¿Acaso la Galería se homologaba, en peso institucional, a una rectoría y un decanato? El ministro, ¿necesitaba acaso indicar su preeminencia frente a un rector y un decano? De otro modo, la Galería dejaba al Consejo Nacional de Cultura en posición subordinada. La presidencia del ministro en la convocatoria, al menos, justificaría el monto del compromiso financiero.

En concreto, el ministro demostró su malestar enviando un sustituto que convirtió su saludo en ponencia. Lo grave es que la ponencia se levantaba sobre tal cumulo de lugares comunes sobre arte y política, que casi logra desautorizar el motivo de la convocatoria, terminando en alabanzas ditirámbicas a la "fondarización" progresiva de las artes, como una de las expresiones más logradas del compromiso del Estado con la cultura (sic).

La segunda ponencia no inscrita en el programa estuvo a cargo de Rita Ferrer, funcionaria -al parecer- de la vicerrectoría de extensión de la Universidad ARCIS, a quien los organizadores habían pedido moderar la mesa en la que debían intervenir Paz Aburto, Gonzalo Arqueros y Alberto Madrid.

¿Qué hace un moderador? Modera. Comenta las ponencias. Orienta el debate. Pero Rita Ferrer leyó un cuarto trabajo, como si fuese parte de la mesa, abordando un tema que ponía en severo entredicho la participación de una profesora histórica de dicha universidad, de reconocida trayectoria personal, en un evento internacional de arte. No haré mención -todavía- al contenido de su discurso. Solo haré referencia a la gravedad de la situación, en cuanto al maltrato infringido a los ponentes, al dar un golpe en la mesa, transformando autoritariamente el destino del debate. En esta actitud, Rita Ferrer, como funcionaria, le ha hecho daño a su institución, al no acoger de modo académico a quienes debía tratar con solicitud y diligencia. Cada uno de ellos se preparó profesionalmente para prestar un servicio que le fuera solicitado, dentro de las más mínimas reglas de la hospitalidad institucional.

Pero quizás sea más grave el hecho de que una funcionaria universitaria ponga en duda la probidad ética de una académica de la propia universidad. Este tipo de interpelación pública producen un daño irreparable a la comunidad académica. Una profesora, una artista de trayectoria, como es el caso de Virginia Errázuriz, no merece experimentar en carne propia una agresión como la planteada, en su propia casa, y menos en virtud de los argumentos esgrimidos por Rita Ferrer.

Como invitado extranjero he experimentado una enorme decepción al constatar que la propia universidad no tuvo, en el momento, la capacidad para remediar de inmediato tal situación. No he sido el único. Mi impresión es que la propia institución abandonó a Virginia Errázuriz. La dejó sola. No detuvo la operación de Rita Ferrer, de convertir una moderación de mesa en ponencia del coloquio.

En la primera ponencia encubierta, el ministro de Cultura no puso orden en sus propias filas, sino que castigó a la organización en su conjunto, y por extensión, a los invitados nacionales y extranjeros, no tanto absteniéndose de asistir, sino enviando un sustituto que debía leerles una especie de cartilla sobre la delimitación del debate. La ofensa del ministro fue enviar a ESE sustituto, que como se sabe, su única pertinencia en artes visuales consiste en unas entrevistas realizadas a Roberto Matta, hace más de una década, en total desconocimiento de la filigrana en que se ha escrito la relación arte y política en Chile. Es de suponer que el ministro de Cultura exhibió nuevamente su autoritarismo de baja intensidad al considerar, equivocadamente, que su no comparecencia desluciría la inauguración de un coloquio internacional. Lo único que hizo fue demostrar el desconocimiento que tiene de la trama fina de las artes visuales.

En la segunda ponencia encubierta, la funcionaria exhibió su malestar por no haber sido invitada como ponente. La organización no consideró que tuviera obra suficiente que avalara su presencia en ese terreno. Entonces, ¿qué la habilitaba para ser moderadora? En general, los moderadores de este coloquio fueron profesores, con una trayectoria ya establecida. Y una escritora de renombre. Pero ¿qué avalaba a Rita Ferrer para estar allí? ¿Acaso el haber sido autora de "Yo, fotografía"? Pero se trataba tan solo de una antología de artículos periodísticos publicados en Artes y Letras. Sea. Una antología de relativa calidad de escritura parece ser un aval académico suficiente en esa universidad. En fin: bien puede ser un privilegio de la comisión de organización. ¿Estaban faltos de moderadores?

Ahora, ¿cómo explicar la necesidad que tuvo la funcionaria de golpear la mesa de esta manera? Atentó contra todas la leyes de hospitalidad posible. Sabiendo de antemano que podía hacerlo. Hizo uso de una tribuna para fines ajenos al programa. Hizo estallar el ceremonial mínimo de todo coloquio, practicando lo que en la jerga política se denomina "entrismo". Es decir, se asegura primero la presencia en la mesa, para luego usarla como plataforma de otro enunciado que el que estaba pactado. Eso se llama simplemente "abuso de confianza"; la funcionaria se atribuye un rol más allá del que sus empleadores le han permitido.

¿Qué es lo que sorprende en este incidente? El hecho de que los organizadores, estando al tanto de esta operación, no la desmontaron, sino que dejaron que alcanzara un curso crítico que los sobrepasaría inevitablemente, en virtud de un argumento no menos sorprendente, que consistía en sostener la hipótesis de que no se la podía "censurar".

¡Que curioso! Cuando ya se tenían antecedentes de que se quebraría un protocolo determinado, ¿qué poder simbólico pudo esgrimir Rita Ferrer para impedir que quienes la habían invitado a moderar, no pudiesen hacer nada para hacer valer sus propios derechos como organizadores? Aparentemente, cuando un moderador no da confianza, se le reemplaza a tiempo. Es ella quien amenazó días antes con romper el protocolo y resulta incomprensible que la organización del coloquio no tuviese la fuerza para impedir la transgresión anunciada.

A menos que Rita Ferrer sea una pieza clave en la subcultura intelectual de los organizadores y que su presencia se justifique como aquel quantum de reserva, que toda institución -como ésta- mantiene para practicar las acciones de hostilidad de su conveniencia. Entonces, cumpliría su trabajo como aquellos agentes encubiertos, cuya acción favorece a unos comanditarios que en público jamás reconocerán participación alguna en los hechos. Pero eso, ¿a costa de humillar a una profesora histórica? No me parece.

 

artículos relacionados
[deje sus comentarios en el
Pizarrón de Mensajes]
   
www.sepiensa.cl

Sitio Web desarrollado por ©NUMCERO-multimedia - 2004 [webmaster]