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Realismo Crítico y Desertificación en
la pintura de José Balmes.
Justo Pastor Mellado
La pintura chilena no ha sido más que
la ilustración del discurso de la historia; es decir, puesta en
relación ventríloca del espacio plástico respecto
del espacio político y literario chileno, desde su constuitución
como ficción estatal.
Esta ficción fue puesta por vez primera en tela de juicio por la
figura emblemática y problemática de José Balmes ,
a comienzos de la década del sesenta, en que tiene lugar una aceleración
de la transferencia informativa y un fortalecimiento de las estructuras
de recepción y de reproducción ampliada de dicha transferencia.
¿Porqué dicha acción configura el acceso a la modernidad
pictórica? Todos sabemos que la modernidad es interminable. Pero
esta acción un punto de no retorno en las estrategias de transferencia
formal que definen el carácter de una formación artística
como la chilena. Esto implica relativizar la teoría de la efectualidad
de las vanguardias históricas en zonas de recepción geográficamente
no europeas, pero ideológicamente perteneciente a su campo. La
noción de transferencia aparece aquí para reemplazar la
eficacia analítica de la noción de influencia. En la transferencia
hay evidencia de las condiciones de hospitalidad y de hostilidad de las
situaciones de recepción formal.
Uno de los problemas metodológicos cruciales para la renovación
de la escritura de historia del arte es el de la analogía dependiente.
De esta manera, se estudia la modernidad del arte en el cono sur de América
como la historia de la expansión de las vanguardias históricas.
Dicha historia habrá podido ser articulada como expansión
obstruída o expansión facilitada, de acuerdo a la consistencia
orgánica de las formaciones artísticas en cada país.
En cada formación, habrá que reconstruir la historia de
las resistencias y de las facilitaciones, dependiendo de la configuración
institucional de cada una de ellas y de la correlación de fuerzas
sociales y artísticas de los agentes involucrados en el proceso.
Hay que hablar de una primera transferencia, a comienzos del siglo XX.
El Estado de Chile contrata a Fernando Alvarez de Sotomayor
(1875-1960) para que se haga cargo de la Academia de Pintura, entre 1908
y 1915.. Su efecto fue el reemplazo de una dependencia francesa retraída,
por una afluencia informativa gallega que servirá de base para
el primer movimiento de “pintura criolla”: La Generación
del 13. Se trataba de un realismo de fuertes rasgos sorollanos, alejados
de la elegancia académica dominante, que valora por vez primera
ceremonias y costumbres populares. . El nacimiento del movimiento obrero
chileno coincide con la aparición de las primeras capas de artistas
plásticos de origen clasemediano ascendente. La capa más
avanzada de estos artistas logra viajar a Paris, en la década del
20; pero el “ inconciente gallego “ les impidió comprender
el alcance de las vanguardias. Lastimosamente, su contacto con ellas fue
practicamente nulo, a parte de la relación personal que mantuvieran
algunos de ellos con artistas de la vanguardia, pero no se puede afirmar
que estos contactos hayan sido orgánicos; es decir, susceptibles
de convertirse en efecto inscriptivo.
Se acostumbra en los trabajos de historia a establecer analogías
simples con el desarrollo de los movimientos europeos. La resistencia
es un elemento que delimita el decurso de la transferencia informativa.
De tal manera, la tendencia postcezanniana que se instaura regresivamente
en los años 40, fortalece más aún la resistencia
a la mirada sobre el modernismo.
En este terreno, es dificl hablar, en Chile, de efectos consistentes del
cubismo. Más bien habrá una perpetuación del postcezannismo,
bajo ciertas condiciones de regresión formal que permitirán
una pragmática del paisaje. Es esta pragmática la que, a
su vez, se va a articular con los efectos terminales de la enseñanza
de filiación gallega ya mencionada.
Resumo: la articulación de los primeros efectos de transferencia
gallega con los remanentes regresivos de una enseñanza académica
post-cezanniana, define el carácter de la escena plástica
chilena de la primera mitad del siglo veinte. De hecho, la transferencia
gallega da curso a una pintura plebeya que se aferra al deseo de instaurar
una “pintura chilena” con rasgos propios.
Mi hipótesis apunta a reconocer que el primer intento de delimitar
una “pintura chilena” es un complejo efecto de pintura gallega,
que recepcionada en la formación artística chilena de comienzos
del siglo xx, permite el desarrollo de una pintura de temas criollos practicada,
por vez primera, por agentes sociales que no pertenecen a la oligarquía.
Este postcezannismo calza perfectamente con una cierta estabilización
de las luchas sociales, a causa de la Segunda Guerra, coincidiendo con
la toma del poder del único espacio de reproducción del
saber plástico: la universidad. Habiendo realizado los viajes que
los primeros criollistas de dependencia gallega no pudieron realizar,
los postcezannianos pudieron alcanzar un estatuto social que los convirtió
en funcionarios de la enseñanza, en ausencia de un mercado autónomo
en forma. Esta es la situación, de una pintura plebeya depresiva,
que mantiene sus conquistas formales y asegura la línea de una
resistencia que no hace sino acrecentar el aislamiento de la escena plástica
chilena de ese entonces.
No hay espacio, en esta ocasión, para exponer los argumentos en
favor de las condiciones que permitieron un aceleramiento de la transferencia
informativa a comienzos de los años sesenta. La resistencia plebeya
depresiva se disolvió gracias a la permeabilidad de la situación
universitaria, permitiendo el desarrollo de exigencias académicas
que instalan la demanda por nuevas condiciones de acceso a la información
artística. Lo que queda claro es que en Chile, el desarrollo del
campò plástico ocurre en estrecha ligazón con el
aparato universitario. Esa es una de las características de la
universidad chilena entre los años 30 y 70; es decir, realizar
funciones de organización e institucionalización de la cultura.
Es una de las razones de porqué fue atacada con zaña por
las políticas económicas, educacionales y policiales de
la dictadura de Pinochet.
Pues bien: si a comienzos de siglo hubo una transferencia gallega, en
los años sesenta se puede hablar con propiedad de transferencia
catalana. Esta es la que va a acelerar las cosas al punto de convertirse
en el primer punto de no retorno de la modernidad pictórica chilena.
Esta trasferencia se vincula con un acontecimiento que tendría
fundamentales efectos en la modernización de las instituciones
culturales del país. Se trata del arribo a Valparaiso, en septiembre
de 1939 del Winnipeg. Este era el nombre del navío que fletó
el gobierno republicano en exilio para sacar a casi tres mil refugiados
de una Francia en la que la estadía se hacía cada vez más
dificultosa. La historia es suficientemente conocida. Pablo Neruda
y Delia del Carril ,
personalmente, se encargarían de la habilitación y partida
del barco desde un puerto interior del estuario del garona. Como se sabe,
la historia de las ideas es la historia de su transporte. Entre los refugiados
españoles que se habían embarcado en el Winnipeg y que desembarcan
en Valparaíso, se encuentran personajeracticamente serán
inaugurales en el campo de la ilustración, de la historia, de la
edición, del mobiliario, de la pintura, del teatro. Será
el efecto Winnipeg en la cultura chilena contemporánea.
En provecho de mi argumentación, mencionaré que en dicho
navío viene José Balmes, pintor chileno, nacido en 1927
en Montesquiu, Cataluña. Si hay historia de transporte de las ideas,
hay una historia subsecuente: la de las condiciones de arribo y reproducción
de una nueva habitabilidad. En este sentido, el modelo de arribo a Chile
de José Balmes ya habrá estado determinado por Damián
Balmes ,
su padre, marcando la infancia con un incidente a propósito de
un nombre de pintor.
Durante los últimos años de la dictadura de Primo de Rivera,
siendo miembro del partido de izquierda republicana, don Damián
ideó un argumento para impedir que la última calle abierta
en el pueblo de Montesquiu fuese bautizada con el nombre de algún
general. Don Damián, que había sido educado por los jesuitas
y había adquirido el oficio de dorador de altares, se dirigió
a Barcelona para convencer a Santiago Roussiñol
que aceptara el homenaje de que la calle en cuestión llevara su
nombre. El bautizo de una calle del pueblo natal con un nombre de pintor
anticipas el gesto que tendrá Balmes cuando en los comienzos de
los años esenta montará la ficción de su escena originaria
en pintura.
Santiago Roussiñol aceptó el homenaje y desde ese momento
comenzó a visitar Monrtesquiú, acompañado de otros
impresionistas catalanes, para “paisajear” en la Cataluña
profunda. A estas sesiones los acompañaba un niño de ocho
años que obtendría alklí su primera enseñanza
artística: José Balmes. Por cierto, la Guerra civil vino
a poner fin a estas salidas. Don Damián fue movilizado y cumplió
funciones en el ejército de la república hasta el final
del conflicto. Al final de éste, la familia debió abandonar
el pueblo, caminar hasta Andorra, para pasar a Francia y poder tomar el
barco que los traería a Chile.
Balmes llega a Chile siendo un niño, pero trae impresos en la retina
a los impresionistas catalanes. Esta impresión será nada
más que un fondo de referencia, para encontrar en Chile, como figura
minoritaria al interior del academismo depresivo, a un pintor -Pablo Burchard -
que le permitirá montar la ficción de una escena originaria,
para su habilitación como pintor chileno. Burchard será
el impresionista de su conveniencia; el que le permitirá ejecutar
su función de arribo como escena de pasaje. Esta será la
primera obra de Balmes: armar la ficción de su origen, instalando
un dispositivo de aceleración de transferencia informativa de tales
características que producirá un punto de no retorno en
lo formal.
La hipótesis de la reconstrucción balmesiana, como intervención
en la historia del redimensionamiento de Pablo Burchard, afirma el carácter
laico y clasemediano de la pintura chilena, en contra del modelo aristocrático
del academismo del paisaje y de la pintura de vestuario que se abstiene
de pasar por la carne.
Entre 1939 y 1949, en el campo plástico chileno, dominado por la
plástica plebeya de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad
de Chile, se inicia una lucha por la conquista de la hegemonía
formal, por lo menos entre tres tentativas movimientistas: el muralismo,
el geometrismo y la abstracción lírica. Recién llegado
a Chile, Balmes ingresa a los cursos libres de la Facultad de Bellas Artes.
Tenía doce años. En 1943 pasará a ser alumno de Pablo
Burchard. En 1946 forma el Grupo de Estudiantes Plásticos. Ante
la falencia endémica de una enseñanza académica,
los propios estudiantes desarrollaban una plataforma de autoeducación
artística, que implicó una apertura informativa y política
que los pondría en conflicto con el realismo socialista. Fue en
esa coyuntura de agitación y deseo de reforma que se presentó
en Chile la exposición francesa “De Manet a nuestros días”.
Era una exposición en la que se exponian obras desde Manet hasta
Manessier.
Ciertamente, esta exposición –realizada en 1952- vendría
a consolidar la posición formal que los estudiantes ya sostenían
como deseo de transformación referencial. Para Balmes sería
la confirmación de una política de búsqueda que lo
conduciría a viajar a Italia en 1954, como antesala a su primer
regreso a tierra española desde 1939. Pero ya era un joven pintor
chileno que había realizado la operación de afirmar la distancia
de las transferencias.
Si ha sido posible hablar de una transferencia gallega en la pintura chilena
de comienzos del siglo XX, hacia comienzos de los años sesenta
se podrá hablar de una transferencia catalana, habilitada por la
presencia de Balmes que para inventarse un lugar de infracción
en la tradición de la pintura chilena, requerirá armar una
ficción que forzará a reconocer como filiación las
determinaciones inconcientes de los impresionistas catalanes.
El fantasma orgánico del expresionismo abstracto estadounidense
es mantenido a raya, a comienzos de los sesenta, por las relaciones que
mantienen Balmes y sus compañeros de generación con el espacio
pictórico europeo mediterráneo. Es a través de la
filiación europea, así como del activo referencial de los
“nouveaux réalistes” y la narración figurativa
que Balmes y los artistas chilenos resisten la transferencia noramericana,
en un marco de aceleración del debate cultural interno, que asume
un lexico y un comportamiento decididamente anti-imperialista. Sin considerar
esta variable, no es posible comprender la discriminación orgánica
que sufre el espacio plástico chileno entre 1962 y 1973. Discriminación
que pondrá en acción un movimiento analítico punitivo
que subordinará el desarrollo de la plástica chileno a los
avatares analógicos del informalismo internacional.
Como he sostenido en otro lugar, es un error subordinar la obra de Balmes
en los sesenta a la determinación formal de escuelas metropolitanas
que poseen un carácter decisorio. Balmes no es un pintor informal,
sino un realista crítico cuyo soporte está tramado
por una gramática sígnica de procedencia ruralizante, que
se transforma en la pulcra extensión de una objetualidad citadina
mínima y emblemática, deudora de “residuos encontrados”
de la industria gráfica.
Este es uno de los elementos que permiten calificar ese momento como punto
de no retorno: es decir, momento en que la pintura chilena deja de ser
ilustración del discurso de la historia. Ese es el síntoma
de la modernidad como violencia simbólica en el aparato de reproducción
del saber plástico; principio de disolución del síndrome
depresivo de la pintura naturalista académica y reemplazo por un
impulso inscriptor que diagramará las primeras posiciones críticas
de la representación, a través de un dispositivo de olvido
y desertificación.
Es Eugenio Dittborn
quien permite formular la hipótesis de la desertificación
. Así lo declara en 1995, en el texto que escribió a petición
de los editores del libro Balmes: un viaje a la pintura (Ocho
libros editores): “Las pinturas que Balmes hizo entre 1960 y 1965
son una prolongada exploración de los atributos del desierto, en
pintura. Aparecen en las obras de esa época todas las consecuencias
de la escasez de agua: la petrificación, la fosilización
y la calcinación.
Balmes rehuyó rigurosamente la representación del desierto
para pintar desérticamente. Desplazó los atributos del desierto
condensándolos con los atributos de un cuerpo marmóreo y
llagado: resquebrajaduras y costras sin cuerpo. Veladuras cada vez más
aceitosas, para infiltrar una materia porosa a fuerza de un carmín
líquido cálido y oscuro, hígado crudo de vaca.
Y vastas extensiones atravesadas de accidentes diminutos: incisiones,
escrituras sobre lava que luego se endurecía (...) En las pinturas
de Balmes de esa época había (...) maneras extremadamentes
graduales y lentas. Nada se vaciaba de golpe y, sin embargo, toda esa
acumulación retentiva se rompía en un punto, irrumpiendo
una pequeña catástrofe que creaba en la superficie, de golpe,
una alteridad”.
Esa alteridad se entiende como regreso a lo real. En algún momento,
lo real habría sido abandonado. Y ese abandono no podía
sino ser entendido como subordinación retínica desfalleciente,
correspondiente con la ideología pictórica de la pintura
plebeya depresiva a la que ya me he referido. Cuando Dittborn menciona
esa pequeña catástrofe, lo que señala es el valor
del signo en su posibilidad procesual como trazo incidente. Ciertamente,
nada se vaciaba de golpe, permitiendo una mecánica de retención
que se advierte en las pinturas de Balmes de los años 60´s
y que recupera en el seno de su propio dispositivo de escurrimiento, en
los 80´s. La de Dittborn, es quizás la más eficaz
descripción de la mancha balmesiana, convertida en el
significante de enseñanza de todo un período, en el espacio
de la Facultad de Bellas Artes, que fue, como ya he dicho, el espacio
decisional del arte entre 1932 y 1973. Este es el manchismo que proviene
de la invención filial que hace Balmes de Burchard: “Balmes
encontró en la obra de Burchard (…) la práctica del
lujo carente.
Dicha práctica la encontró Balmes en la obra de Burchard
porque ya estaba en la suya. Esa relación intercrítica teje
un espacio minoritario y autónomo de pintura chilena: las pinturas
tardías de don Pablo Burchard y las pinturas que Balmes produjo
entre 1960 y 1965, conforman el cuadrado del binomio de la modernidad
pictórica en Chile”.
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