El proyecto de intervención comunicacional de Luizo Vega ha tenido el valor de convertirse en un atractor del índice de precariedad argumental de la clase política chilena.
Resulta inquietante que la respuesta de las autoridades no haga más que exhibir la dimensión de su desinformación artística y no sepan responder al acoso de los medios, con la altura de miras de “hombres de Estado”. Al menos, esta vez no se han puesto en ridículo como el ex -Ministro de Relaciones Exteriores del primer gobierno de la Transición, que terminó pidiendole excusas al gobierno venezolano por la edición del Proyecto Fondart realizado por la Escuela de Santiago. Sin embargo, en esta ocasión, se repite un gesto que resulta indicativo de la “municipalización” de los debates artísticos.
En la época de los ataques contra el Fondart y contra Juan Domingo Dávila, el alcalde Pujol (¿Macul?) salió a la palestra, a nombre de los círculos bolivarianos. En el debate televisivo al que fue enfrentado, jamás miró de frente la imagen, por temor a reconocer su atracción, limitándose a repetir los consabidos argumentos sobre el respeto debido a los próceres… que enviaban a asesinar a sus opositores. La prensa chilena, en ese momento, hizo practicamente caso omiso del brillante artículo que Cabrujas, el dramaturgo venezolano, escribió en Caracas. No convenía mencionar esos argumentos, en el espacio de prensa chileno. Había que criminalizar al Fondart.
Hoy día, frente al proyecto de Luizo Vega, el alcalde Sabat (Ñuñoa) se expone, con indigna torpeza, agrediendo a Luizo Vega a base de argumentos xenófobos y primariamente discriminatorios, en un programa televisivo muy trabado, en el que no hizo más que exponer su ignorancia total sobre la circulación de las imágenes en el espacio social. Es muy probable que el señor alcalde esté habilitado solo para comprender los problemas de circulación del tránsito, permaneciendo prisionero de los flujos y reflujos de los signos. Ahora tendrá que responder ante los tribunales.
Luizo Vega lo trató de corrupto, transponiendo literal y mañosamente un dicho argentino de hoy: “todos los políticos son corruptos”. En el debate cultural chileno, no es posible poner a circular dicha palabra, porque es retenida en su acepción puramente económica. Lo que pone, de paso, en el tapete, la posibilidad de expandir su uso, hacia un terreno simbólico, que puede involucrar la noción de “corrupción intelectual”, relativa a la usura discursiva que la propia clase política hace de sus acuerdos, de sus preguntas, de sus omisiones, de sus congelamientos léxicos, de sus diferimientos y recomposiciones “lenguajeras”, a propósito de los avatares de la transición democrática y la construcción de los tácitos “pactos de olvido”. Pero eso plantea un asunto que excede el caso del alcalde Sabat y que su xenofobia permitió que se expusiera. En este sentido, si, en Chile, hay corrupción política, porque se ha instalado una forma “corrupta” de pensar la política, que hace de ella una puesta en escena que satura sus propias imposturas y las hace imperceptibles por sobreexposición.
Pero la virilidad sobreexpuesta del alcalde Sabat me trae a la memoria otra historia municipal, que me relató mi hermano Marcelo Mellado, autor de La Provincia.
En plena dictadura, durante los peores momentos del “fascismo ordinario”, él debía hacer su práctica de estudiante de pedagogía en castellano. Le tocó hacerla en un liceo de la calle Guillermo Mann, detrás del Estadio Nacional. Lo hacían ir con delantad blanco y hacer informes de actividades. Debo añadir que fue perseguido por sus instructores universitarios, que vigilaban de cerca su conducta, llegando a poner en peligro su examen de grado, porque consideraban que no demostraba actitudes acordes con las indicaciones de represión institucional implícitas en su programa de estudios. El caso es que allí, Marcelo pudo ser testigo del arribo de un alcalde designado, de visita al colegio, con el acostumbrado despliegue de efectos de seguridad … municipalizados.
Una vez reunido con el consejo de profesores, les advirtió que en la próxima revista de gimnasia no habría figuras coreográficas “dudosas”. El profesor encargado de educación física sabía que le iba a llegar. Tendría que ser el encargado de organizar la próxima revista de gimnasia. Para ello tuvo que diseñar una coreografía nacional y viril. Nacional porque viril.
Al alcalde designado no se le ocurrió mejor cosa que proponer una coreografía basada en la resistencia del indio araucano, para lo que se consiguió un centenar de troncos que portaron durante horas los muchachones del liceo, vestidos con taparrabos. Curiosa imaginación, en una época en que las más feroces brigadas de represión tomaban nombres “araucanos” para su designación, como por ejemplo, la “Brigada Mulchén”.
Esto me conduce a pensar en el rol del entonces alcalde Ravinet durante la votación del jurado para el concurso del monumento a los pueblos indígenas, hará casi diez años. Algunos miembros del jurado querían declararlo desierto. El alcalde insistió, insistió. Ganó un proyecto. Pero en su ejecución, se consumieron el presupuesto apenas iniciado. Según explicaciones posteriores de cercanos a los hechos, ello justificaría que el monumento en su actual condición no refleje el carácter del proyecto original. Habría que tener documentos a la mano para sobrellevar esta excusa.
¿Qué es más grave? ¿El proyecto de Luizo Vega, que se consume en el minuto de gloria, o el monumento a los pueblos indígenas, que debemos soportar día a día, en su granítica y cementera presencia? El monumento se salva porque es lampiño, mientras que Luizo Vega cuelga de un pelo… de más.
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