Situación grave e insólita planteada por la falta de quórum en la votación de un proyecto emblemático.

El día jueves el Ejecutivo citó a La Moneda a una veintena de artistas para indicarles que después del bochorno había una posibilidad, todavía, de presentar el proyecto de cultura en el Senado.

Ese mismo día, senadores de RN y de la UDI ya manifestaron su disposición a conversar, pero dejando muy claro que pondrían sus condiciones. Por cierto, el fantasma de la estatización de la cultura se ha convertido, gracias al bochorno, en el recurso argumental para una discusión que estará convenientemente proyectada sobre la pantalla de la ENU. La ineptitud política de los operadores de La Moneda y los parlamentarios bochornosos ha conseguido “upelizar” el debate.

Agustín Squella debió haber llorado de impotencia y desilusión, al conocer el curso de los acontecimientos. Justamente, porque no posee los atributos de un operador político, sino de un académico que tomó a su cargo una responsabilidad de conducción orgánica de una comisión, para cumplir un mandato del Ejecutivo, debió experimentar la frustración extrema de los secretarios del Príncipe que esperan, simplemente, cumplir con modestia su cometido. En el fondo, hasta se podría sostener que Agustín Squella tiene la culpa de no haberse convertido en operador político para defender la autoralidad de SU proyecto. Pero sucumbió ante la condición de su propio carácter: fue un caballero que cumplió con lealtad el trabajo que el Presidente le encomendó.

Pero los operadores políticos no pueden ser caballeros, ya que deben tener ese dejo de balzacianidad que los señaale como “rastacueros” en el marco escénico de la política como “restauración” de los espacios de ascensión social. En este terreno, la mayor responsabilidad la tienen los operadores de La Moneda, conociendo como conocen la inepcia parlamentaria en variadas materias. De hecho, es el Ejecutivo quien lleva la iniciativa legislativa. Hace años escuché a viejos operadores de la democracia anterior, referirse con preocupación acerca de la falta de cultura y pertinencia en técnica legislativa de la nueva casta parlamentaria. Pero el Ejecutivo los ha mantenido en esa condición, durante diez años de Concertación. Que el Ejecutivo asuma, entonces, el costo de este bochorno. Y en ese costo, aparece el exceso de confianza de los más cercanos operadores actuales, en cuanto a considerar la iniciativa legislativa en cultura como una pieza entre otras, en el juego interno de las influencias de palacio. Pese a haber sido declarada de interés “emblemático” para el actual Ejecutivo.

Es con eso con lo que se ha estado jugando. Solo con el “emblema”. Porque si Agustín Squella fue un caballero e hizo su trabajo, debió soportar una fronda constante, tanto desde el MINEDUC como de la propia Secretaría General de Gobierno. Así no se puede trabajar. Y de ese modo, a Squella le fue despojado desde un principio, la posibilidad de reclamar por la autoralidad de su trabajo. Ya en La Moneda, había experiencia de boicot progresivo respecto del trabajo de la primera comisión ministerial, organizada por el propio Ejecutivo cuando fuera Ministro de Obras Públicas. Estaba Manuel Antonio Garretón a la cabeza.

No le daba suficientes garantías a los ne(p)oliberales ascendentes en el seno de la propia alianza de gobierno. Luego vino el congelamiento de sus conclusiones. Ello duró todo el gobierno de Frei. Siempre, en sordina, se filtraba el temor de que la izquierda recuperara su rol en la organización de la cultura. (Perdón: ¿Cuál izquierda?) Los barones de la DC vigilaban. Hasta que nuevamente, vino otra fase de elaboración, en medio de una nueva disputa con iniciativas parlamentarias que hará unos dos años expresaban su recientedescubrimiento de la pólvora. El Ejecutivo dijo “la pólvora es mía” y encomendó el trabajo a un caballero. Es tercera vez que escribo la palabra en este corto comentario.

Entonces, no había que ser caballero. Había que forjar condiciones de defensa de la lógica interna del trabajo de la Comisión Squella. ¿Y el Ejecutivo, le proporcionó el paraguas suficiente? ¿Quién se hace cargo de la demora? Y ahora: ¿quién llevará las conversaciones con los senadores de derecha? ¿Los operadores de La Moneda? ¿Squella, mismamente? ¿Sobre qué tipo de condiciones habrá que pactar, sin que ello desnaturalice el proyecto? Se discutirá, a puertas cerradas, las condiciones de tolerancia sobre lo que habrá que legislar, comprometiendo acuerdos aún antes de discutir, informadamente, “desideologizadamente”, sobre la genealogía de la propuesta.

Squella es un hombre que jamás dirá que el Proyecto de Ley es SU proyecto, sino que es el proyecto del Presidente. Lo acaba de escribir en una columna de rango editorial en El Mercurio de Valparaíso, en la edición del domingo 21 de julio: “lo que corresponde hacer no es quedarnos observando lo ocurrido, sino ponernos detrás de la solución propuesta por el Presidente”. Squella es un académico que ha aceptado la responsabilidad política de conducir los trabajos de una comisión. Ha sido un servidor público leal, al que le será arrebatada la iniciativa de “negociar”. Necesariamente. Porque el “asunto” jamás le perteneció. El bochorno ya referido es solo una manera que tiene de manifestarse la necesaria ambigüedad política en esta materia. Si los barones de la política han podido, hasta hoy, hacer que su gusto privado sea convertido directamente en política pública, ¿por qué se iban a molestar en legislar sobre el desarrollo e implementación de mediaciones que pudieran poner en peligro dicha “patronalidad cultural”? No hay que cargar la mano a los parlamentarios del bochorno. Ellos solo han sido, inconcientemente, inconsistentemente, materia dispuesta en un proceso de desestimiento cultural que los ha sobrepasado siempre.

Deseo terminar esta columna, con una pregunta que reproduce, en filigrana, el alcance diagramático de lo que sostengo: ¿Por qué está colgada en el Senado la pintura de Monvoisin, “9 Thermidor” (La caída de Robespierre), arrancada privadamente de las bodegas del Museo Nacional de Bellas Artes? La presencia de esa pintura es un síntoma de lo que he afirmado: gusto privado en política pública. Algo muy chileno que Squella, probablemente, no supo dimensionar.

Julio 2002

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