En Chile, en la organización de exposiciones, existe un principio: haz siempre colectivas, para que las obras se contaminen unas con otras, de ese modo lograrás que nadie se destaque. Y obtendrás, por añadidura, un indicio de lo que tu competencia está en medida de producir.
De este modo, establecerás un mapa de vigilancia de las autonomías y obtendrás de aquellos que invites, un sentimiento de deuda que te será muy útil para el control de tu espacio de intervención. Finalmente, en Santiago, siempre faltan espacios “alternativos” y las colectivas se presentan como la expresión de una política democrática de control de las compensaciones.
Hay quienes apuestan a la transparencia representativa de las colectivas, sobre todo cuando en el local no caben más exposiciones por temporada. Se abre, entonces, el Oulet de las exposiciones, en que se da curso a los proyectos que presentan alguna falla, al momento de ser presentados, pero que igual podrían salvar, mediante el empleo de la garantización de obras de intervención en el espacio público. Hubo un momento, en que entidades de enseñanza con crisis de planta física, salieron a la calle, para justificar las matrículas.
Quien postule alguna creencia en el carácter democrático o abierto de esta política de saturación, o es tonta(o), o se ha subordinado concientemente a jugar en los términos de las amenazas simbólicas de los garantizadores de sala. Lo que hay que preguntarse es por qué los artistas jóvenes aceptan someterse a esta reducción político-administrativa que reproduce las condiciones de desarrollo endogámico de la escena plástica.
Lo anterior introduce un elemento clave en la discusión: ¿por qué les fascina ser humillados? Es decir: ¿por qué son los primeros en tener comportamiento de “ahijados”? ¿A qué le temen? En verdad, no temen: solo desean instalar sus obras en una trama determinada por la “instancia Sename”. No es solo la existencia de “padres totémicos” (los tíos permanentes de la escena), sino el deseo de tenerlos. He ahí un punto. El deseo de tenerlos implica el deseo de ser “mirado” (simbólicamente sodomizado). Hay quienes llegan hasta pagar por ello, en la figura de un “magister”. La palabra se traduce por “maestro”. … de ceremonias de garantización.
¿Qué se busca? Acreditación. Nada más. Garantización académica y no condiciones de inscriptividad autónoma. Porque es en la garantización académica que reside el principio mismo de la mediocridad de los procesos de inscripción artística. El joven chileno, artista deseante, debe demostrarle a las “madres de Chile”, que ha sido Avalado por la institución Matricial. Lo que no deja de ser extremadamente curioso, cuando los “padres totémicos” perviven de la reducción de la pose bíblica. No calza que en la escena chilena de “antes”, los que se definen como materialistas, para hoy, tengan que dependen de las figuras claves del inconciente de las representaciones cristianas. Por eso, lo Matricial de los “magister´s”, se traduce en una actitud marial de base; que es la base de María Madre Mía Yo Te Doy Mi Corazón; o sea, tu me garantizas, ¿verdad?, Mamacita. Y por ahí, claro, la imagen laicizada en la conveniencia del Estado de las Cosas, las Resistencias de Materiales y sus Lecciones Frutales.
Diciembre 2002