Me he referido, en un texto anterior, a una forma de apelación. He formulado la hipótesis por la que vivimos, en el terreno de la escritura –sobre arte, entre (las) otras-, afectados por diversos regímenes de mercurialidad. Lo cual no tiene ya que ver, en la “memoria colectiva”,
con la -hoy- ingenua frase de los estudiantes de la Católica “en toma”: “chileno, el mercurio miente”. Aunque habría que estudiar las condiciones de constitución de dicha ingenuidad, como pasaporte simbólico de acceso a la comprensión de la trans/acción que habilita a la –actual- casta en el poder. Los veteranos del 11 de Agosto pueblan las oficinas de la gobernabilidad. Pero es otro problema, dentro del mismo “lote” de nociones pactadas. De lo que se trata, hoy, es fijar las condiciones de producción de la verdad. A eso llamo “mercurialidad”, con sus regímenes, destinados a retardar, condensar, desplazar, acelerar, los efectos de escritura, en la fase de reconversión de los emblemas; es decir, de la puesta-en-ilustración de unas máximas que exigen la regulación de las lecturas.
El domingo 14 de septiembre, Waldemar Sommer se re/vistió en sujeto. Fue su signo. Su signatura. Su firma, propiamente, digamos. El sello de una afirmación heroica en la que se postula como un nombre que puede sustraerse a los regímenes de mercurialidad que lo constituyen como critico de arte. ¡Todo el reconocimiento, dentro de la mercurialidad! Fuera de ella, quien toma el riesgo de afirmar su iniciativa comete crimen de autoralidad. Es lo que ha hecho Sommer al declarar que ha descubierto a Montes de Oca. Dijo “yo”. Eso es, abiertamente, irruptor, en el contexto en el que habitualmente se refiere mediante el recurso a eufemismos y motes elusivos. Por ejemplo, afirma su descubrimiento después de admitir el malestar que le ha producido la crítica de un “despistado teórico”. Se supone que el despistado soy yo, pero no escribe mi nombre. No asume el riesgo. Solo declara: “yo descubrí a Montes de Oca”, como conclusión a lo que debiera ser una ofensa hacia mi despiste. ¡Por favor! Le resultó un cumplido invertido. Pero se metió en un forro, porque al hacer esa declaración se pone en conflicto con la mercurialidad que lo determina. ¡La mercurialidad es todo! ¿O.K?
Retomemos la hipótesis del descubrimiento, que convierte a Sommer en un naturalista decimonónico del arte plástico. Después del descubrimiento viene la colonización. El lapsus de Sommer permite leer su frase en la entrelínea que no logró encubrir: desde Montes de Oca (mi descubrimiento), inicio la conquista de la interpretación de la escena plástica chilena que éste me trae en la mochila. Pero la metáfora puede convertirse en una imagen muy precaria para asegurar la interpretabilidad de “ese” sector, porque se desliza el mote de “mochilero del arte”, que apunta más bien, a la inestabilidad de su habilabilidad. Sommer señala la dimensión de la mochila a partir de la objetualidad referencial de Montes de Oca, como viajante precario de la escena, síntoma del despiste respecto del respeto debido a la mercurialidad que lo inscribe, a Sommer, como crítico in-signe.
Caro favor le hace Sommer a Montes de Oca: “yo lo descubrí” (me lo quieren quitar). De ahí que la frase que sirve de título a la obra de Montes de Oca, desde el 14 de septiembre, puede ser leída como “si Sommer te descubre Es porque has estado las cosas como se debe”, que, en términos estrechos, autoriza la lectura que borra la negación. De ahí, la siguiente nueva frase: “haces lo que debes, porque Sommer te descubre”. ¡A cuantos otros Sommer habrá descubierto! Ahora, lo que hay que poner en tela de juicio Es la propia noción de “descubrimiento”. Lo que Montes de Oca no toma a cargo es la producción de su visibilidad en un circuito, y su invisibilidad en otro circuito. Habrá que ver, entonces, de qué circuitos estamos hablando.
Es preciso regresar al título de la obra de Montes de Oca, convertido en un slogan. Esta palabra, relacionada con el mercado, tiene sus raíces en el gaélico. Vendría de “sland” (tropa) y de “gern” (grito): “Un slogan, hablando con propiedad, es el grito de guerra de un clan” (J.-A. Miller, Los signos del goce, Paidós, 1999, p.12). O sea, la frase que convierte Montes de Oca en título es un grito de guerra del clan del descubridor admitido como sujeto, fuera del régimen de mercurialidad que lo determina. Este es el punto en que no se debe confundir, El Mercurio, y, la mercurialidad. Es esta última la que determina el carácter multi-clánico de El Mercurio, que, en relación al campo plástico, no sabría reducir su grito al clan singular de Sommer. Es muy probable que el exceso clánico de éste deba compartir el mismo espacio con otros clanes, otros gritos, otros ritos, diferenciados por la consistencia de los regímenes que pone en juego. Lo cual, indudablemente, permite advertir en sus escrituras estratificicadas, otras disposiciones analíticas que reconstruyen la (otra) historia de la objetualidad, en Chile, que Sommer conocía de (s)obra cuando realizó la curatoría en Telefónica, cuya crítica lo ha descompensado.
Ciertamente, la conversión de la obra de Díaz en referente estatal hecha por tierra la hipótesis que sostenía la exposición de los objetos, en Telefónica. Es dable esperar que la consagración necesaria del objetualismo de Díaz haga posible recomposiciones que afecten los regímenes de mercurialidad; es decir, que los diversos regímenes de escritura aíslen las consignas de los clanes para instalar puestos fronterizos que permitan negociar otras interpretabilidades en proveniencia del campo de trabajo de la historiografía crítica.
Septiembre 2003