Hay que ser justo con Waldemar Sommer. No se le puede acusar, así simplemente, de haber “inventado” (descubierto) a Montes de Oca, para no tener que hablar de Juan Luis Martínez o de la objetualidad del propio Gonzalo Díaz.
En verdad, puede que jamás haya estado interesado en Martínez co escribió sus primeros textos consagratorios de la “escena de avanzada”, en la época en que todavía no adquiría ese nombre. Hay que celebrar que al fines de los 70´s, Sommer se las jugó por esas obras, en el momento mismo de su emergencia. Desafío a los lectores a buscar los artículos del año 1976, por ejemplo.
Pero en ese momento, Sommer fue castigado en dos frentes: en primer lugar, por la política de “mercurialidad cerrada”; en segundo lugar, por la política de garantización que la “escena” busca en el seno de la “oposición democrática” (léase ambiente post-Mapu-OC). El texto de Sommer era excesivamente eufórico y ponía en situación difícil a las obras de “obediencia” richardiana, porque lo único que éstas obras deseaban, era situarse lo más lejos posible de la mercurialidad, en esa coyuntura. Digamos que la garantización política era inversamente proporcional a la recuperación mercurial.
Hubiese sido en extremo curioso advertir, por ejemplo, un Sommer dispuesto a defender a Leppe y Ditborn, en el mismo momento que el régimen de mercurialidad cerrada se disponía a acometer con su maquinaria discursiva en por lo menos tres frentes: el de la crítica al gramscismo, el de la crítica a la teología de la liberación y el de la crítica al psicoanálisis. Solo se salvaría Zurita, que fuera recuperado para ser garantizado por Valente, en otro estrato de mercurialidad. Será necesario preguntarse por qué el espacio literario debe recibir la garantización mercurial, mientras el espacio plástico posee la capacidad de sustraerse, para exigir a la oposición de izquierda, asumir dicho rol. Lo cual señala los grados de subordinación simbólica, como de precariedad conmemoracional que padece el espacio literario chileno.
A Sommer le es arrebatada la explotación del misticismo distintivo del CADA/Zurita. Se trata de obras fácilmente catolizables en un régimen de cobertura reparatoria más amplia. En ese marco, un Sommer sosteniendo la “avanzada” (Leppe/Dittborn) era impensable. En ese momento, el régimen de mercurialidad cerrada le impidió al propio El Mercurio desarrollar una “política gramsciana” de centro derecha. Había que esperar algunas transformaciones en el terreno de la hegemonía discursiva. La mercurialidad cerrada tendría que refugiarse en la Universidad Católica, con el apoyo de Monseñor Medina y una línea editorial completa destinada a reproducir su discurso sobre la conyugalidad.
De todos modos, conciente de la necesidad de hacer visible la extensión de su “política de tres frentes” en el terreno plástico, El Mercurio organiza el aniversario de sus 80 años, organizando la exposición “Plástica chilena, horizonte universal”. Lo que Sommer había agitado, solitariamente, se cumple por necesidad de exhibir una condición hegemónica. Pero le dan la razón casi una década más tarde, entregándole la responsabilidad vigilada de producir conceptualmente la exposición. Solo que la escena a la que él se refería, ya había sufrido drásticas modificaciones. O sea, ya se había deflacionado. De ese modo, debía variar la selección. Así y todo, estuvo dispuesto a correr el riesgo, quedando, nuevamente, solo. Sommer no entendió que la mercurialidad cerrada había definido el frente de tolerancia de su curatoría.
¿Dónde estuvo su error? Digamos que en principio, su cálculo era correcto. Puesto que no podía disponer de los residuos de la “avanzada”, tendría que recurrir a la obra de quien aparecía como su reemplazante en lo formal: Gonzalo Díaz. Un post-avanzada que satisfacía la política de la avanzada, pero sin su vigilancia. En términos estrictos, Díaz fue casi obligado a ingresar a la avanzada por el deseo de su público objetivo. En verdad, nadie sabe para quien trabaja. El caso es que Sommer incluyó a Díaz en “Plástica chilena, horizonte universal”. Sommer ya no podía acoger a una escena que lo había maltratado. Pero se equivocó con Díaz, porque éste le puso en frente un proyecto que para la mercurialidad resultaría inviable. También, a costa de esa mercurialidad, necesitaba la garantización de las fuerzas democráticas. Pero Sommer había apostado fuerte, invitando a Laar, Tacla, Downey, entre otros. Todo tenía el viso de un arreglo de cuentas con la escena primera. Pero tampoco resultaría este desborde autoral. Díaz le propondría una obra que suponía el empleo de dos fotos del archivo del diario. Dos fotos realmente emblemáticas: justamente, la foto de la fachada de la Universidad Católica “tomada”, con el lienzo “chileno, el mercurio miente”, y luego, la foto del estado en que quedó el hall de la Escuela de Bellas Artes, después del incendio. Ambas fotos se referían temporalmente a un mismo período, que correspondía con el final del gobierno de Frei Montalva. O sea, ambas fotos poseían una cierta “proximidad epistémico-política”. Pero en términos de mercurialidad cerrada, a mediados de los 80´s, no estaban dadas las cosas como para aceptar una propuesta que tomara como plataforma de trabajo dichas fuentes. Sommer quedaba mal ante los decisores de tolerancia, habiendo corrido el riesgo de haber propuesto a Díaz. Y Díaz se anota una jineta al haber sido objetado por El Mercurio. Aunque no hubo mención pública a esta situación. Es decir, se dio a conocer entre quienes debían conocer del hecho, para que fuese consignado en la historia larga de las garantizaciones. Lo cual daría como resultado que, Jaar, Downey y Tacla se “bajaran” de la exposición, no tanto en razón de su solidaridad con Díaz, sino en términos de poner en duda la legitimidad de la mercurialidad cerrada para montar una exposición conmemorativa de esta envergadura. Sommer tendría que experimentar su segundo rechazo estratégico. Él, que habría apoyado a la primera avanzada, habría estado dispuesto a apoyar a la segunda, una década más tarde, pero, no contaba con la astucia de los artistas. De este modo, en términos de su afectación objetual, tendría que recurrir a Montes de Oca, que, al menos, ha sido fiel al gesto de su “descubridor”. Sommer, entonces, sobredimensiona el rol de Montes de Oca, porque ya fue desestimado por las dos grandes obras referenciales antes que la suya. No lo podemos responsabilizar de este gesto, que, bajo estas consideraciones, adquiere una legítima dimensión reparatoria.
Septiembre 2003