El Fraude de las Enseñanzas.

En el ambiente de los psicoanalistas se sabe que asistir a congresos es una manera de continuar el análisis. Hacer giras de conferencias a regiones para hablar de arte contemporáneo significa, en mi caso, exponer el acumulado de mi propio trabajo y no reproducir los lugares comunes sobre arte chileno.

De hecho, se trata de una historia confeccionada a partir de lugares comunes historiográficos, destinada a encubrir el acceso a la crítica de la crítica de las instituciones. Entiéndase, por instituciones, escuela de arte, musealidad, coleccionismo, galerismo, critica de prensa, etc. En provincia, la relación entre universidad y región reproduce los modelos que en Santiago ya han configurado suficientemente la imagen de un fracaso del sistema de enseñanza. El arte va más rápido. Las escuelas no son más que espacios de reproducción de un estatuto salarial. Es el primer sistema de control de la calidad. Es como la distinción que hoy se ha establecido, en relación a los artistas y los grabadores. Estos últimos se han refugiado en el culto del fetiche tecnológico, sustrayéndose del arte contemporáneo. Y los artistas, cada vez están más interesados en el grabado, no como “grabadores esenciales”, sino como artistas. Esa ha sido la política que se ha establecido en algunos países para revitalizar el campo del grabado. Hay incluso, grabadores que rechazan la idea de ser llamados artistas. Hay artistas que han interpelado de tal modo el espacio del grabado, que el grabado ya no es el mismo.

En el campo de la enseñanza ocurre algo similar. Hay artistas y hay funcionarios de enseñanza, que ya están prácticamente fuera de las zonas de mayor reconocimiento en el campo artístico. Hay, también, artistas de renombre que se convierten inevitablemente, en funcionarios de enseñanza, porque la estructura de la institución termina por imponerse, siempre. Ocurre que cualquier tentativa por armar una nueva escuela, repite los modelos de gestión académica y las mallas curriculares de lo ya existente. Esto significa satisfacer un modo de legitimación universitaria, cumpliendo las normas de validación del propio sistema universitario, que ya poco tienen que ver con el desarrollo del arte contemporáneo, “haciéndose”.


La paradoja consiste en cómo armar una escuela, al mismo tiempo que se acoge el arte “haciéndose”, sobre todo, cuando los profesores-artistas se han convertido en funcionarios universitarios. Resulta impresionante constatar que, los artistas, cuando se someten a las condiciones de reproducción de la enseñanza, difícilmente pueden incorporar sus activos en el desarrollo de su propia enseñanza, porque pasan a ser “hablados” por la estructura que los acoge. Como si ese fuera el precio que tienen que pagar para tener un salario precario pero seguro.


En mi visita a Talca, la posibilidad de armar una escuela de arte estuvo en la discusión. Me acabo de enterar que en Valdivia la universidad regional está planteando algo similar. Eso es importante, a condición de saber que la universidad colaborará con la apertura de una oferta laboral regional. Pero eso no garantiza que sea una enseñanza de arte contemporáneo, porque en regiones, prácticamente no hay arte contemporáneo. Seamos claros. Fuera de Concepción y Valparaíso, por razones estructurales en donde se articulan tres elementos que ya he mencionado: universidad, medios de prensa y trama política. Sin esa articulación no se puede pensar en algo consistente en términos de arte contemporáneo.


No es posible negar que haya artistas en provincia. Los hay. De acuerdo. Pero su producción reproduce los tics residuales de la generación romeriana del 40. O bien, en algunos casos, desarrollan un manchismo conservador que desvirtúa la historia del manchismo pesado. La objetualidad, incluso, no resulta ser una garantía. Hay, también, lo que se llama “un instalacionismo academizado”. Y también existen políticas regionales de resistencia al objetualismo, en nombre de la defensa de una “pintura regional esencial”. ¡Por favor! Los esencialismos representativos regionales no son más que la expresión de excusas montadas para justificar espacios dominados por la convención. Entonces, abrir escuelas de arte en provincia, de acuerdo a los parámetros de un modelo santiaguino quebrado, resulta ser abiertamente una irresponsabilidad sobre la que se debe prevenir a los padres y a las autoridades (sic).


Lo que se debe fortalecer en provincia es la creación y mantención de espacios de arte contemporáneo. ¡Pero espacios de producción! No zonas de jubilación anticipada. Y eso significa reforzar las exigencias y elevar los standards. No hay que someterse a la maldita suposición de los niveles de percepción precaria de ,os públicos. Los promotores de provincia son los primeros responsables de esa precariedad. Cada región tiene el público que se merece. Cuestión de analizar la eficacia de las políticas difusivas de los centros de extensión repartidos por las universidades regionales. ¡Que se someta a discusión! Incluso, de acuerdo a los parámetros de la promoción del prestigio rectorial. Porque en esto, los rectores de regiones se comportan, en cultura, como los alcaldes. Entienden que la cultura forma parte de las relaciones públicas al más alto nivel. Abriendo un centro cultural se piensa que con eso se salda la deuda que las universidades tienen con su región. Un centro cultural o un centro de extensión encubre la falla y desplaza la mirada de los puntos de conflicto reales.


¡Pero no estoy hablando de cultura! Estoy exigiendo mayor rigor para pensar en la producción del arte contemporáneo en regiones. La producción, definiendo el concepto de su propia difusividad. Por lo tanto, ello implica aumento en recursos educativos de arte contemporáneo. Existe suficiente experiencia al respecto. Pero sabiendo que se trata de montar programas educativos y de financiación de producciones efectivas, que no atraen espectacularidad alguna. Por el contrario, que exigen mayor dedicación y trabajo sostenido, para que los efectos sean visibles en un mediano plazo. Por eso, resulta irresponsable promover la creación de escuelas de arte en regiones. ¡Ya me resulta irresponsable que existan, tantas, en el propio Santiago! ¿Cómo es posible que el mercado dé para tanto? . ¿Cómo es posible que los padres estén dispuestos a pagar una ficción cuya eficacia simbólica está siendo puesta en duda por el propio desarrollo del campo artístico?


Continuemos el análisis. Una cosa es enseñar un conjunto de saberes ritualizados, pero otra cosa es producir y entregar las herramientas reales de inscripción de las obras. Partiendo por poner en crisis la noción misma de inscripción. (A no confundir con “marqueteo”). Sino entender que la formación artística está siendo reducida por la “curricularidad”, determinada no por las exigencias del campo, sino por los intereses de la casta profesoral, que hace legitimar sus intereses de casta como “política académica”. Me parece que eso está en la frontera del fraude. Los padres y los estudiantes debieran tener la posibilidad de recurrir al Servicio del Defensa del Consumidor, porque sus hijos están recibiendo una educación que no cumple con lo que la institución enseñante declara en las ofertas.


Entonces: dos cuestiones sobre la mesa de discusiones. Una, evaluación de la enseñanza superior de arte (tal como está); dos, análisis de la factibilidad real de las propuestas de apertura de escuela de arte en regiones. En estas dos cuestiones hay dos aspectos conexos: uno, de cálculo económico sobre rentabilidades reales; dos, un aspecto ético.


¿Quién se atreve?


 


Septiembre 2003.

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