El martes 30 de octubre quedará marcado como un hito en la historia de las exhibiciones en nuestro país. Una joven estudiante de arte confundió una obra de arte con un objeto real.
En la Galería Gabriela Mistral, la artista Angela Ramírez había realizado un montaje en el que reproducía en fibra de vidrio la situación planteada espacialmente por la disposición de otra galería santiaguina, desplazando la representación de los umbrales de la puesta en exhibición de las obras. En concreto, citaba la perturbación espacial de la “otra” galería, desplazando su representación mediante la re/ construcción ilusionista de una escalera y de una puerta, en el ángulo derecho del fondo de la primera sala de la galería, en oposición a la escalera real que conduce a otras dependencias de ésta, en el segundo piso, entre las cuales se encuentra, supuestamente, un baño.
El martes 30, en la Galería Gabriela Mistral tuvo lugar, en el marco de la exposición de Angela Ramírez, la conferencia de Cuauhtemoc Medina, critico de arte y curador independiente, que reside y trabaja en Mexico D.F. El objeto de la conferencia de Cuauhtemoc era el trabajo de Francis Alys, artista mexicano de origen belga, quien produjera para la Bienal de Lima del 2002, la obra “Cuando la fe mueve montañas”. Fue al final de la conferencia que, la joven estudiante preguntó donde quedaba el baño. Le respondieron que tomara la escalera. Ella abandonó rápidamente la sala en que había tenido lugar la conferencia y se dirigió casi corriendo hacia la escalera e intentó subir por ella. Ciertamente, el estruendo fue considerable. La estructura que sostenía la ilusión de que había, efectivamente, una escalera que abría el muro, fue desmantelada de un solo golpe de pie. La tracción de la muchacha echó por tierra la liviana estructura. Hay relatos que señalan que se trataba de tres estudiantes que intentaron llegar primero al baño, subiendo por esa escalera. Sorprendió advertir, de inmediato, a otra estudiante, grabando la escena. Lo que no quedaría claro sería si había efectivamente una cámara funcionando, para que las muchachas subieran por la escalera figurada. Lo cual, cambia totalmente las cosas. En verdad, se trataba de una performance realizada por las tres estudiantes, que consistía en poner en crisis el dispositivo representacional de Angela Ramírez, demostrando que, toda tentativa de ascenso y de travesía del muro, resultaba inviable. De tal manera, nos encontramos ante un comando de jóvenes artistas dispuestos a restituir la categoría de lo real en la escena artística chilena. De ahí que, muchos de los asistentes se mostraran perplejos ante una operación deconstructiva de tal envergadura, y, terminaron preguntándose por la procedencia de las muchachas. Se decía que no provenían de ninguna de las escuelas históricas, sino de una “reciente”, y privada. De ahí que algunos se imaginaran la radicalidad experimental de la performance y buscaban al profesor encargado del curso, si no para felicitarlo, al menos para que se hiciera del costo de la obra. En ese sentido, la Galería Gabriela Mistral no tiene por qué asumir el costo de la enseñanza de una institución ajena al Ministerio. La escuela en cuestión estaría usando la plataforma de la Galería para realizar sus ejercicios de taller. Y eso, las autoridades de la Galería no estuvieron dispuestas a aceptarlo.
En definitiva, aquí se plantean varias cuestiones de una gravedad que obliga a pensar seriamente la situación, tanto de la enseñanza, como de la ética autoral. Porque en concreto, es la obra de Angela Ramírez la que fue objeto de la agresión de unos “aspirantes-a-colegas”. Las muchachas, en este terreno, copiaron la actitud de otros estudiantes que, hace unos dos años, o más, se hicieron famosos por sus operaciones de vandalismo en relación a las obras de sus compañeros, sosteniendo una extraña teoría de la autoralidad de la que, curiosamente, ningún responsable de enseñanza se hizo cargo de objetar, sino que mediante una singular omisión, se “disolvió” como problema. Pero he aquí, que unas estudiantes deseosas de inscribir su nombre en una programática que supone “intervenir intervenciones”, re-edita la discusión sobre el vandalismo. Efectivamente, en este terreno se plantea una frontera entre respeto de obra y vandalismo, que debe, como figura, ser penado por la ley.
Las autoridades de la Galería Gabriela Mistral debieron haber recurrido a la fuerza pública y encausar a las estudiantes por daño a la propiedad; pero sobre todo, por daño a la propiedad intelectual y grave lesión a las condiciones de exhibición de una obra. No corresponde hacer pagar el costo de la obra, porque la obra de Angela Ramírez no tiene precio. No es lo mismo pagar los materiales que reponer la obra. La obra sufrió un grave atentado: fue modificada mediante violencia. Unas artistas jóvenes no pueden fundamentar su autoralidad sobre la destrucción de una obra. Ese es el punto.
Ahora bien: lo que se sospecha es que esta acción es la primera de una serie de intervenciones que serán realizadas en diversos museos de América Latina y de los Estados Unidos, en que las artistas intentarán someter a obras de corte ilusionista, a la prueba de la realidad. Es así como intentarán atravesar el muro de proyección de unas cintas videos de Bill Viola, probablemente “Chot-el-Jerid”. Pero hay otras acciones, en las que se llega hasta mencionar “Las meninas” de Velázquez. Por cierto, esta situación plantea a la escena chilena una situación compleja, en sus relaciones internacionales, ya que las autoridades de los museos han declarado la alerta máxima frente a este tipo de radicalidad. En definitiva, lo que estas obras performativas ponen en duda es la cuestión de los límites de la musealidad. Esa sería la razón del apoyo implícito que las estudiantes habrían obtenido de un número nada despreciable de artistas conceptuales, vinculados a prestigiosa escuelas del medio.
Sin embargo, a mi entender, la “acción de intervención de la intervención” plantea un problema que no ha sido suficientemente advertido. Como conclusión de la conferencia de Cuahtemoc, las estudiantes resolvieron participar en el debate, corporalizando sus argumentos. Pero pusieron en forma un exceso en términos de perversión formal, que consiste en haber convertido el trabajo des-representacional de Angela Ramírez, en una situación plástica arcaica, al ser remitida a una escena de origen de pintura, significantemente referida en las historias griegas, en las que Zeuxis logra engañar a los espectadores al pintar con tal realismo una mosca, que algunas personas buscaban un paño para espantarla. O bien, que frente a la imposibilidad de reproducir la espuma en el hocico de unos caballos en plena batalla, lanzó contra el muro una esponja embebida en pintura, que utilizaba para limpiar los pinceles. El efecto del lanzamiento le habría proporcionado, justamente, el efecto técnico que requería para ilustrar su propósito. Las estudiantes performaticas buscaban remitir a la escena chilena de la objetualidad hacia sus determinaciones arcaicas de naturaleza pictórica. Allí residiría la radicalidad suplementaria de la acción. O sea, que las enseñanzas en curso, en la escena santiaguina, no habrían sobrepasado su instancia “mimética”, lo cual, pensando en la historia de ineluctable avance hacia el modernismo abstraccionista sostenida por la escritura darwinista de Galaz/Ivelic, configura una situación regresiva que afecta gravemente la representación que la escena actual se hace de si misma, como escena potenciable, como si las estudiantes, en el curso de esta acción, formularan una “petición de izquierda”, frente al ilusionismo que habría adquirido el objetualismo chileno, en esta coyuntura.
Octubre 2003.